LA MARICONERA
14-06-10
La mariconera nos trae recuerdos de otros tiempos, cuando todo era plenitud, allá por los finales de los años setenta y principios de los ochenta. No es que entonces fuéramos unos maricones. No. Y vayan nuestras anticipadas (o posteriores, según se mire) excusas por nuestro lenguaje grueso o no delgado al colectivo de los gays, que parece ser que son los únicos que leen nuestras friqui columnas. Gracias, señores gays. Todo lo que quieran ustedes menos tocarnos el culo.
Sospechábamos que en el académico diccionario no íbamos a encontrar la definición de mariconera. Pero teníamos la secreta (o pública) esperanza de encontrarla en la insondable e insondada sabiduría de la señora María Moliner.
La verdad es que la mujer, cuando consigue por una vez no hablar y estar callada por un rato, es una monada y hasta se puede convertir en la mejor filóloga.
Leire Pajín, por ejemplo, nunca podrá ser una buena filóloga, porque seguramente ni siquiera ha aprobado el bachillerato (y si lo aprobó, no se le nota), tal y como demuestran sus disparatados y bochornosos discursos. Grita como una mujer, pero con las formas de un abroncante hombre.
La señora María Moliner es otra cosa. Por supuesto que hizo el bachillerato, y muchas cosas más, como uno de los mejores (y más interesantes) diccionarios de la lengua castellana.
A ver que dice María Moliner sobre la mariconera: Bolso de mano para hombres. La leche. No se puede decir más y mejor con menos palabras.
La mariconera nos recuerda a nuestro padre. Pues sí, no pasa nada: nuestro padre llevaba mariconera, sobre todo en verano y de vacaciones, que es cuando unos ya no lleva chaqueta y le faltan bolsillos para guardar las cosas.
Jóvenes entonces, teníamos entonces unas secretas envidia y admiración por la mariconera de nuestro padre, que era de buena y oliente piel, entre marrón oscuro y beige. Habrá una palabra para ese color intermedio, pero nunca hemos sido muy buenos ni precisos con los colores en escribiendo.
Nosotros no teníamos mariconera porque no teníamos nada que guardar: ni billetera ni llaves del coche ni de la casa; ni paquetes de cigarrillos ni mecheros; ni gafas de sol ni de ver; ni peines (pequeña concesión hortera de nuestro padre a la coquetería, pero él se lo podía permitir, porque tenía tanta clase y elegancia naturales que hasta peine podía llevar, como los horteras, para peinarse ese maravilloso rizo rebelde que siempre tuvo, incluso cuando ya viejo, dependiente y enfermo, nosotros se lo peinábamos todos los días con nuestros mayores cariño, cuidado y dulzura).
Con el tiempo, nos quedamos con las ganas de tener una mariconera, sobre todo en verano, cuando uno va a la playa, con el único fin de quemarse la espalda y de que se te metan los minúsculos granos de arena por las uñas de los pies, no importa lo bien que te los cuide la podóloga, a ser posible chica, y guapa. Da gustito que una guapa chica te cuide los pies. Nosotros siempre pedimos que nos cuide algo más que los pies, pero ella muy digna nos dice que no, y comenta que es porque está casada (qué tontería, si así es más interesante y menos comprometido).
Como ya no se llevan las mariconeras, un verano, y a aún sabiendas de lo insoportablemente horteras que son, nos dio por comprarnos una riñonera, que tienen pinta de ser muy prácticas aunque sean muy anti estéticas. Pensábamos nosotros: Ande yo caliente, y ríase la gente Estuvimos a punto de comprarla. Pero nuestra muy fina mujer, y cada día más pija a pesar de la proximidad de la menopausia, nos advirtió que jamás iría a la playa con nosotros si llevábamos una riñonera a nuestra muy deseada cintura. Pues vale, otra desilusión.
Como ya somos mayores como cuando nuestro padre y nosotros éramos jóvenes (menudo lío de frase), pues ahora sí llevamos muchas cosas en verano: billetera, llaves del coche y de la casa; gafas de sol y de ver; en lugar de tabaco, teléfono móvil; y en lugar de peine, porque nosotros no tenemos ese precioso rizo de nuestro padre, llevamos un buen alijo de preservativos, por lo que pueda ocurrir, y no precisamente con nuestra mujer, que las desconocidas en la playa siempre se alteran un poco con el calor y los rayos del sol, sobre todo si la marea está alta y esa noche va a haber luna llena. La luna es la leche.
Este año nos ha dado por comprarnos una chaqueta de verano sin mangas con algunos bolsillos, un poco a lo Coronel Tapioca pero más discreta y con menos bolsillos, y no sólo para llevarla a la playa, sino incluso por la calle, cuando vayamos vestidos de sport.
Ya hemos tanteado la cuestión con nuestra mujer, porque en general es ella la que nos compra la ropa por la pereza que nos da.
No ha puesto buena cara, la verdad. Ni nos contestó. Pues nada, otro verano sin saber dónde llevar todas nuestras cosas.
Nos parece que vamos a recuperar la vieja mariconera de piel de nuestro padre. A esto seguro que nuestra mujer no se podrá negar. Si se niega, le diremos que este año no vamos a la playa y que nos quedamos en Madrid de Rodríguez.
No sabemos por qué, pero nuestra mujer sí que va a aceptar que finalmente este año llevemos una mariconera. Por qué será?