HEDÓNICO DESPERTAR
26-01-12
Bien dormir significa bien despertar.
Es verdad que la duermevela es un estado canalla y avieso, cuando estamos dormidos pero conscientes de nuestros sueños y pesadillas, y uno se imagina, casi a la velocidad de la luz (tan rápido es el pensamiento cuando se trata de torturarnos), todo lo peor posible que le pudiera ocurrir.
Hay otro estado posterior, y aún cuando la luz por ser todavía invierno no nos despierte, y tengamos que recurrir a la atrocidad de un despertador japonés, que perfora los tímpanos y casi hace que nos caigamos de la cama del susto, y se trata del hedónico despertar.
Lo de hedónico no es porque últimamente nos levantemos muy empalmados, rozando la patología del priapismo, que según dicen es muy dolorosa y hasta peligrosa. No.
Lo hedónico proviene de las sensaciones placenteras que experimentamos en despertándonos.
Así, arrebujados en la cama debido al frío y a pesar de la calefacción (estamos durmiendo con calcetines, costumbre que siempre nos ha parecido horrible, como de horteras del PSOE o así. Pero ande yo caliente…), nos demoramos cinco minutos más, sonrientes y sonrisos, con la tranquilidad de sabernos despiertos.
El perro nos mira ojeroso y ojeriento, sin saber muy bien si ya es la hora de comer y salir al helado campo cercano, tan helado que hasta la recias y pardas encinas se encogen y se achican sobre sí mismas, susurrando con sus pequeñas y picudas hojas su melancolía de primavera.
Una poderosa y abrigante bata, nos reconforta y nos dirigimos directos a la cocina, para disfrutar de uno de los mejores momentos del día: el desayuno.
Un buen desayuno empieza la noche antes: hay que cenar muy poco, y levantarse con un hambre leonina o así.
No entendemos cómo el españolito no desayuna en casa: uno no tiene ni el zumo de naranja bien frío; ni la fruta de temporada; ni los necesarios pero nada emocionantes cereales integrales; ni el café favorito; ni el pan integral; y, sobre todo, no tiene el aceite de oliva virgen, tanto tiempo buscado, el aceite perfecto (un poco caro), después de años de búsqueda.
El hedónico despertar no consiste sólo en despertarse y levantarse de la cama. No, ni mucho menos.
El hedónico despertar es saberse, descubrirse, comprobar que uno está vivo y que las pesadillas de muerte y desdichas eran tan sólo engaños de la siempre caprichosa e incontrolable mente. Es hacer las cosas despacio, sin prisa, con cierta pausa necesaria hasta que al fin nos despertamos del todo, y nuestros músculos y nervios empiezan a estar preparados para el movimiento continuo que es un día de vida.
Luego viene un segundo café, y nos sumergimos en ese mundo irreal pero real que son las noticias de los periódicos digitales. Da placer esa prontitud que regala internet (por fin sale algo gratis!), pero que jamás podrá ser sustituido por el placer de un periódico de papel: su olor, su tacto, la incomodidad de leerlo con los brazos extendidos, no digamos si es un gigantesco periódico inglés o alemán, que acaba uno con agujetas, y por eso nosotros preferimos leerlo sentados a una mesa.
Como coda a todos esos sencillos placeres, viene la ducha. La higiene como un acto de purificación, de exorcismo, y así espantar del todo algunos de los demonios que todavía alguna noche nos acosan, cuando, cobardes, aprovechan el debilitamiento de nuestras defensas para sitiarnos de forma inútil.
Hasta el afeitado demorado y pausado se convierte en un placer, en un peeling diario y natural y espiritual, y no en una fastidiosa obligación. Y entonces chorros enteros del más puro gel de Aloe Vera acuden benéficos a consolar nuestra piel maltratada por el siempre un poco agresivo afeitado.
Colonia (sólo de lavanda, de Puig, tan suave que casi no huele), cremas, desodorante.
Ya somos nosotros. Somos los que siempre fuimos y seremos.
Somos hombres por fin de verdad, y no habrá nada ni nadie que nos pueda afrentar.
Sí, es el hedónico despertar.