NOVIEMBRE
26-11-11
Noviembre no es un mes cualquiera: es el mes de la muerte.
Observamos obituarios en la prensa, y resulta que muchapeña conocida se muere en Noviembre. Hay personas, como nuestra madre, que apenas leen el ABC, excepto las esquelas. Por leer las esquelas que recorta de gente que conoce, se queda jodida una semana, y nosotros debemos acudir como un comando de operaciones especiales a su rescate emocional que no físico.
Habrá estadísticos y médicos, que podrían decirnos que Noviembre no es un mes bueno para sobrevivir. No siquiera para vivir, a pesar de que el PP haya ganado por la mayoría absoluta que nos alegra, pero que en el fondo nos importa un pimiento.
Noviembre es la antesala de esa obscena celebración de fin de año que es Diciembre. Casi nada interesante ocurre en este mes, más que unas previsibles fiestas aburguesadas y hasta americanizadas.
El único consuelo que proveen las Navidades es la sonrisa y la estupefacción de un niño o niña (ay, lo nuestros ya demasiado mayores) ante la magia ficticia y el engaño secular de los regalos.
Los niños, almas benditas que no saben lo que es el dinero, la muerte y el sexo, rasgan con sus pías manos los papeles que ocultan la falacia de los regalos: son mensajes de amor de sus padres, hasta que los hijos dejen de ser hijos, debido a la intolerable invasión de las hormonas; y hasta que los padres dejen de ser padres, porque bastante tienen con no decir demasiadas tonterías, propias de cualquier vejez, en el fondo una senilidad y aún en los más lúcidos.
Claro que Noviembre es otoño, y es una lujuria de hojas ocres que hacen que nos frotemos los ojos, ante tal esplendor y belleza que ni siquiera Velázquez, en su imposible talento a lo Shakespeare, hubiera podido pintar.
Siempre, pero siempre, la Naturaleza es superior a cualquier Arte, que tan sólo es un desvaído, perezoso e inconcreto daguerrotipo de aquella.
Noviembre es mes de vientos y de soles secuestrados. Es una luz vacilante y vacilada y deudora de su fin, como en esas noches muy anticipadas cuando ya no hay luz.
La ausencia de luz no es que sea carencia de vida, fotosíntesis de cualquier inteligencia: la ausencia de luz es la nada.
Uno podría refugiarse en animados, animosos e iluminados locales. Falso, mentira: es tan sólo ficción de vida.
La vida no brota en locales cerrados con luz artificial. La vida brota en la sonrisa de un niño, o en el rictus amargo y premonitorio de la muerte de un viejo, acaso un padre.
En Noviembre se resume todo: la infancia y la vejez.
La Muerte no es nada, porque resulta que el muerto está en la habitación de al lado, esperándonos. Eso creen los creyentes.
Y qué rayos hacemos los no creyentes?
Podríamos contemporizar, relativizar, equidistar.
No hay equidistancias posibles cuando resulta que lo más próximo y lo más querido ha muerto en un mes de Noviembre.
Maldito mes de Noviembre, que pase ya.
Y es cuando los justos mueren, y lo impíos sobreviven.
Todavía no lo saben los impíos, los más ricos del cementerio.
Ninguna de sus riquezas se podrán llevar, y su mayor activo en vida lo desdeñaron por poco productivo y hasta nada rentable: la bondad y la generosidad.
Sólo el justo muere bien.
El malvado ni siquiera muere: pulula como un sin hogar. Pero no en las calle, sino en sus artificiales y perecederas ambiciones, que ya y para entonces para nada le servirán.
Qué mayor ambición que morir bien.