La economía global afronta el riesgo de recaída, agravado por los problemas financieros .
En las últimas semanas, buena parte de los economistas, principalmente en Estados Unidos, se han visto obligados a tomar partido. El debate público ha forzado a muchos de ellos a posicionarse bien a favor de una nueva ronda de estímulos económicos o bien por duros programas de austeridad que enderecen las maltrechas cuentas públicas. Casi no ha habido tribuna, seminario e incluso medio de comunicación que no se hiciera eco de estas dos posturas enfrentadas, en ocasiones defendidas incluso con gran ardor. Era la traslación académica del que fuera, en buena medida, el debate que los principales líderes mundiales llevaron a la última reunión del G-20 en Toronto -solo que, como suele ocurrir en estas cumbres, tanto los defensores como los detractores de estas dos posiciones enfrentadas se dieron por vencedores-.
Al margen de los posicionamientos ideológicos que también encierra la discusión, lo cierto es que el debate entre más estímulos o austeridad emerge por una realidad anterior: la recuperación económica flaquea. Después de haber logrado evitar una nueva Gran Depresión de la economía mundial y de los ingentes esfuerzos presupuestarios, monetarios y políticos empleados en combatirla, resulta que las bases de esa recuperación se muestran menos sólidas de lo que aparentaban. Y la recuperación flaquea tanto que no solo se advierte un frenazo más que evidente de la actividad sino que surge el temor a una recaída, a una vuelta a la recesión, a los números rojos, a la destrucción económica y al fantasma de la depresión de los años treinta.