La recesión abre oportunidades para plantearse nuevos objetivos o cambiar el estilo de vida. Pero los ciudadanos esperan que escampe en vez de reinventarse. La austeridad, valor al alza.
La secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, provocó tímidas sonrisas en el Parlamento Europeo el pasado mes de marzo cuando les espetó a sus señorías: "Nunca desaprovechen una buena crisis". Lo cierto es que la frase no la patentó Clinton, sino Rahm Emanuel, jefe de gabinete del presidente de Estados Unidos, y reza exactamente: "Nunca desaproveches una crisis grave, te da la oportunidad de hacer las cosas que no podrías hacer en otro momento". Emanuel se refería a la penosa situación económica mundial, pero el mismo llamamiento puede extrapolarse a multitud de situaciones humanas y sociales porque una crisis supone, en definitiva, una etapa de cambio. Y todo cambio abre ante sí un amplio abanico de oportunidades y retos. Sacar provecho de este horizonte por construir depende, en primer lugar, de uno mismo y de la intensidad de nuestra catarsis.
El refranero español está repleto de sentencias sobre el asunto: "Sacar fuerzas de la flaqueza" o "Hacer de la necesidad virtud". Ambos dichos actúan de acicate sobre el individuo porque, muy inteligente e irónicamente, se intenta pinchar sobre las debilidades del carácter español, en su mayor parte conformista y resignado. Frente a éste esconder la cabeza bajo el ala, el anglosajón prefiere el "Yes, I can" (Sí, puedo hacerlo).
La crisis es un momento de cambio y catarsis. No lo es para toda la sociedad ni para todos los individuos, por supuesto, porque todos reaccionamos de forma diferente. Pero para una serie de personas puede resultar un revulsivo porque provoca la necesidad de pensar.
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