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Integridad y manos limpias. La fuerza de la reputación



Es necesario que, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, mantengamos nuestra integridad, nuestro buen nombre y nuestra reputación.

No es tarea fácil, porque siembre acecharán "listillos" sagaces que se las arreglarán para intentar utilizarnos como oportunos cabezas de turco de sus actos ilícitos y prevaricaciones varias.

Nuestra integridad, nuestro buen nombre y nuestra reputación son la piedra angular en que se apoya todo nuestro ser. Basta el prestigio para intimidar y ganar. Sin embargo, una vez que se pierde o se debilita, nos volvemos vulnerables y seremos atacados por todos los flancos.

Convierte tu prestigio en una fortaleza inexpugnable. Mantente alerta frente a cualquier tipo de ataques potenciales y desbarátalos antes de que se produzcan. Al mismo tiempo, aprende a destruir a tus enemigos abriendo brechas en su reputación. Luego hazte a un lado y deja que la opinión pública los crucifique.


Durante la guerra de los Tres Reinos, ocurrida en China (207-265 d.C.), el gran general Chuko Liang, que lideraba las fuerzas del reino Shu, envió a su nutrido ejército hacia un campamento distante, mientras él se quedaba descansando en una pequeña ciudad, con sólo un puñado de soldados. De pronto los centinelas le comunicaron la alarmante noticia de que se acercaba una fuerza enemiga de más de 150.000 hombres al mando de Sima Yi. Como sólo contaba con un centenar de hombres para defenderse, la situación de Chuko Liang era desesperada.

Sin lamentarse de su suerte ni desperdiciar tiempo en tratar de imaginar cómo lo habían cogido desprevenido, Liang ordenó a sus tropas arriar las banderas, abrir las puertas de la ciudad y ocultarse. Luego se sentó en la parte más visible de la muralla que rodeaba la ciudad, vestido con una túnica taoísta. Encendió incienso, tocó su laúd y empezó a cantar. Pocos minutos más tarde vió que el enorme ejército enemigo se acercaba, constituido por una interminable legión de soldados. Simulando no verlos, Liang continuó cantando y tocando el laúd.

Pronto el ejércio enemigo llegó ante las puertas de la ciudad. Al frente iba Sima Yi, quien de inmediato reconoció al hombre sentado sobre la muralla. Sin embargo, mientras sus soldados se impacientaban por traspasar las puertas abiertas de la ciudad sin custodia, Sima Yi titubeó, los detuvo y, tras estudiar largamente a Liang, sentado sobre la muralla, ordenó a sus tropas que se retiraran de inmediato y a toda velocidad.

INTERPRETACIÓN

Chuko Liang era conocido por el apodo de "Dragón Dormido". Sus proezas durante la guerra de los Tres Reinos fueron legendarias. En cierta ocasión, llegó a su campamento un hombre que, tras afirmar que era un teniente despedido de las fuerzas enemigas, les ofreció su ayuda e información. Liang se percató enseguida de que se trataba de una trampa. Aquel hombre no era un desertor sino un espía y era preciso decapitarlo. Sin embargo, en el último momento, cuando ya el hacha estaba en alto, Liang detuvo la ejecución y ofreció respetar la vida del hombre si consentía convertirse en un doble agente. Agradecido y aterrado, el hombre accedió y comenzóa suministrar información falsa al enemigo. Liang ganó batalla tras batalla.

En otra ocasión, Liang robó un sello militar para elaborar documentación falsa para enviar a las tropas enemigas a sitios distantes. Una vez dispersas, logró capturar tres ciudades, con lo que consiguió dominar un corredor dentro del reino enemigo. También mediante artimañas hizo creer al enemigo que uno de sus mejores generales era un traidor, con lo cual lo obligó a escapar y unirse a lar fuerzas de Liang. El Dragón Dormido cultivó con esmero su reputación de ser uno de los hombres más astutos e inteligentes de China, alguien que siempre se guardaba un as en la manga. Esa fama, tan poderosa como cualquier otra arma, llenaba de terror a sus enemigos.

Sima Yi había luchado contra Chuko Liang docenas de veces y lo conocía bien. Cuando llegó a la ciudad vacía y vió a Liang orando sobre la muralla, quedó atónito. La túnica taoísta, los cánticos, el incienso...todo eso no podía ser sino un juego para intimidar al enemigo. Sima Yi supuso que Liang lo estaba provocando, desafiándolo a caer en su trampa. El juego era tan obvio que, por un momento, Yi pensó que Liang de veras estaba solo y desesperado. Pero su temor a Liang era tan grande que no se atrevió a averiguar la verdad.



Esta historia muestra con claridad la fuerza que tiene la reputación. Es capaz de poner a la defensiva a todo un ejército, e incluso obligarlo a batirse en retirada, sin disparar una sola flecha.

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