Origen, modelo de negocio y evolución histórica
Moderna es una de esas empresas cuya historia parece escrita para explicar el vértigo de la innovación en el siglo XXI. Fundada en 2010 en Cambridge, Massachusetts, nació como un proyecto incubado por Flagship Pioneering, el laboratorio de capital riesgo dirigido por Noubar Afeyan. La idea inicial surgió de la investigación de Derrick Rossi sobre la capacidad del ARN para modificar el comportamiento celular. A este impulso científico se unieron Robert Langer, del MIT, y otros pioneros en biotecnología, que vieron en la nueva molécula una herramienta capaz de abrir un camino distinto en la farmacología. El proyecto recibió pronto un nombre que buscaba reflejar modernidad y biología a partes iguales: Moderna.
Desde sus primeros pasos, la compañía se concibió no como un laboratorio orientado a una molécula concreta, sino como una plataforma tecnológica. El objetivo era ambicioso: diseñar y producir medicamentos mediante la programación del ARN mensajero, lo que permitiría fabricar proteínas terapéuticas dentro del propio organismo humano. En teoría, la plataforma podía adaptarse a múltiples enfermedades, desde infecciones hasta cáncer. El atractivo era evidente: rapidez en el diseño de prototipos, versatilidad y un campo enorme de aplicaciones clínicas.
Con la llegada de Stéphane Bancel como consejero delegado, Moderna adquirió un perfil empresarial más marcado. Bancel, procedente de bioMérieux, aportó la visión de que la ciencia debía traducirse en productos y que la compañía debía escalar rápido. Bajo su mando, Moderna levantó rondas multimillonarias de financiación, firmó alianzas estratégicas y, en 2018, protagonizó una de las mayores salidas a bolsa del sector biotecnológico, con una valoración superior a 7.000 millones de dólares. Sin embargo, en esos primeros años, el escepticismo era alto: la empresa aún no tenía ningún medicamento aprobado y se le acusaba de prometer más de lo que podía cumplir.
Todo cambió en 2020. La pandemia de COVID-19 puso a prueba a gobiernos, sistemas sanitarios y farmacéuticas. Moderna, que hasta entonces apenas había llevado a fase 1 unos pocos ensayos clínicos, fue capaz de diseñar una vacuna en tiempo récord. En menos de un año, Spikevax estaba autorizada y distribuida en todo el mundo. La compañía pasó de la sombra a la primera línea mundial, generando en 2021 y 2022 ingresos históricos que superaron los 30.000 millones de dólares en conjunto. Fue un éxito sin precedentes para una empresa tan joven.
Ese ascenso fulgurante tuvo un doble filo. Por un lado, Moderna se consolidó como la biofarmacéutica que validó el uso del ARN mensajero a escala global, ganando reconocimiento científico y un volumen de caja que pocas compañías de su tamaño habían alcanzado jamás. Por otro, creó una dependencia enorme de un producto ligado a una situación excepcional. La pregunta desde entonces es clara: ¿qué queda de Moderna una vez que la pandemia es un recuerdo y la vacunación COVID se convierte en una campaña estacional de menor impacto?
La respuesta se articula en su modelo de negocio actual: una compañía que busca cimentar su futuro en tres pilares. El primero, la consolidación de vacunas respiratorias estacionales (COVID actualizada, gripe y virus respiratorio sincitial). El segundo, el desarrollo de vacunas frente a virus latentes de gran relevancia clínica, como el citomegalovirus. Y el tercero, el salto a la oncología con vacunas personalizadas en colaboración con Merck. A estos se suman programas en enfermedades raras metabólicas y colaboraciones estratégicas que diversifican riesgos.
El marco filosófico que guía a Moderna sigue siendo el mismo que al inicio: aprovechar la flexibilidad de la plataforma de ARN para generar medicamentos en serie, reduciendo plazos de desarrollo y adaptándose a nuevas necesidades sanitarias. Pero la diferencia hoy es que la compañía ya no vende promesas, sino que cuenta con productos en el mercado y datos clínicos sólidos que avalan su apuesta.
Estructura de negocio, medicamentos, centros productivos y alianzas
La actual estructura de negocio de Moderna se organiza en varias líneas principales. La primera es la respiratoria. Spikevax, su vacuna frente a la COVID-19, sigue siendo el producto más conocido, aunque sus ventas han caído drásticamente tras la pandemia. A pesar de ello, continúa generando ingresos gracias a campañas de refuerzo anuales adaptadas a nuevas variantes. A su lado, desde 2024 está en el mercado la vacuna frente al virus respiratorio sincitial en adultos, llamada mRESVIA, que en 2025 amplió sus indicaciones a grupos de riesgo de entre 18 y 59 años. Además, el programa de vacuna de gripe mRNA-1010 ha concluido con éxito la fase 3, mostrando eficacia superior a la de vacunas tradicionales, y se prepara la solicitud regulatoria.
La segunda línea son los virus latentes. El candidato más avanzado es la vacuna contra el citomegalovirus (mRNA-1647), en fase pivotal y con expectativas de ser el siguiente gran lanzamiento comercial. También se investigan productos frente a Epstein-Barr, VIH y norovirus, aunque en fases más tempranas.
El tercer bloque es la oncología. La alianza con Merck ha dado lugar al desarrollo del vacunio terapéutico personalizado V940 (mRNA-4157), diseñado para cada paciente en función de las mutaciones específicas de su tumor. En melanoma, los resultados preliminares de fase 2 mostraron reducción de riesgo de recurrencia y aumento de la supervivencia, lo que impulsó ensayos de fase 3 en curso. Esta área supone un cambio de escala: Moderna no solo prevendrá enfermedades, sino que aspira a tratar el cáncer con terapias individualizadas.
En paralelo, se investigan tratamientos para enfermedades raras, como acidemia propiónica y metilmalónica, con datos iniciales que muestran reducción de episodios de descompensación metabólica.
El despliegue industrial es uno de los activos más relevantes. Moderna opera su centro de Norwood, Massachusetts, como eje de fabricación de sustancia activa y escalado. A él se suma la alianza con ROVI en España, que desde 2020 realiza el llenado y acabado de millones de viales. En 2023 la compañía decidió abandonar su acuerdo de fabricación con Lonza en Suiza para concentrar la producción en Norwood y reforzar su propia capacidad.
De forma paralela, Moderna ha firmado acuerdos con gobiernos que buscan autonomía productiva. En Reino Unido, Canadá y Australia se están levantando plantas de fabricación de ARN mensajero bajo un modelo de asociación público-privada. Estos proyectos garantizan capacidad soberana y compromisos de compra plurianuales, lo que asegura demanda futura. Japón, en cambio, quedó como un centro de investigación sin planta industrial, debido al entorno regulatorio menos favorable.
En cuanto a alianzas estratégicas, destaca la colaboración con Vertex en fibrosis quística, donde se investiga un tratamiento inhalado. Con Merck, el programa oncológico es prioritario. Con ROVI, se mantiene un socio industrial clave en Europa. Y con gobiernos como los de Reino Unido, Canadá y Australia, Moderna ha tejido una red de compromisos que fortalecen su posición global.
Análisis financiero 2022–2025: ingresos, resultados, balance, endeudamiento y dividendos
El corazón de la situación de Moderna se entiende en sus cuentas. En 2022 la compañía vivió su año dorado: ingresos de 19.300 millones de dólares y beneficios netos de 8.360 millones, con márgenes que rivalizaron con los de gigantes farmacéuticos establecidos. Ese nivel se debió al volumen masivo de compras gubernamentales de vacunas COVID.
En 2023, la realidad cambió. Los ingresos cayeron a 6.850 millones, con una pérdida neta de 4.710 millones. El gasto en investigación se mantuvo por encima de 4.000 millones, lo que explica parte del desequilibrio. El balance mostraba 26.800 millones en activos, 6.700 millones en pasivos y una caja de 13.200 millones, lo que dejaba a Moderna en una posición sólida pese a las pérdidas.
En 2024, los ingresos se redujeron a 3.240 millones y las pérdidas netas ascendieron a 3.560 millones. La compañía cerró el ejercicio con 22.600 millones en activos y 2.220 millones en pasivos. Es decir, el endeudamiento es mínimo y Moderna mantiene una posición de caja neta positiva. El efectivo e inversiones a corto y largo plazo sumaban 9.500 millones. Con esta liquidez, la empresa no enfrenta problemas de solvencia a corto plazo.
En el primer semestre de 2025, la situación refleja la transición: ingresos de 250 millones, pérdida neta de 1.800 millones y una caja de 7.500 millones, con previsión de terminar el año con 6.000 millones. El gasto en I+D se sitúa entre 3.600 y 3.800 millones, y el gasto comercial en torno a 1.100 millones. Para ajustar estructura, la plantilla se ha reducido un 10%, por debajo de 5.000 empleados.
Sobre el endeudamiento, Moderna no tiene deuda significativa. Sus pasivos son bajos en relación con los activos y la caja, lo que permite hablar de una posición financiera muy saneada. Esto la diferencia de otras biotecnológicas que dependen de financiación externa. Moderna puede financiar sus programas con su propia liquidez.
En cuanto a dividendos, la política es clara: la empresa no reparte. Todo se reinvierte en investigación, adquisiciones selectivas y expansión de capacidad industrial. Los grandes accionistas institucionales aceptan esta política porque la rentabilidad esperada depende del éxito del pipeline, no de una distribución inmediata de efectivo.
Este panorama financiero muestra un contraste notable: ingresos desplomados y pérdidas acumuladas, pero solvencia intacta y músculo de caja suficiente para aguantar varios años de inversión. El desafío es transformar esa resistencia en crecimiento rentable a medio plazo.
Mercados, competencia, accionariado, bolsa y polémicas
Los principales mercados de Moderna son Estados Unidos, Europa y Japón, con presencia creciente en Canadá, Reino Unido y Australia gracias a acuerdos de fabricación y suministro. Su posición competitiva en vacunas COVID se ha visto erosionada, con Pfizer/BioNTech como rival directo y con caída general de la demanda. En vacunas de VRS, compite con GSK y Pfizer, dos productos con fuerte implantación. En gripe, la competencia proviene de fabricantes tradicionales como Sanofi, GSK y CSL Seqirus. En oncología, rivales como BioNTech y Genentech desarrollan proyectos similares en vacunas personalizadas.
El accionariado se concentra en grandes fondos internacionales: Vanguard posee alrededor del 10,7% del capital, BlackRock un 7,3%, Baillie Gifford un 5,7%, Fidelity un 5% y State Street un 4,4%. Entre los fundadores y ejecutivos, Stéphane Bancel mantiene cerca del 3,5% del capital, lo que lo convierte en el mayor accionista individual. Noubar Afeyan, a través de Flagship Pioneering, conserva en torno a un 2,5%. Robert Langer controla aproximadamente un 2% y Timothy Springer alrededor de un 3,3%. Estas participaciones reflejan que, aunque el peso del capital está dominado por institucionales, los fundadores conservan una presencia significativa que les otorga influencia en la estrategia.
En bolsa, Moderna vivió una montaña rusa. En 2021 superó los 450 dólares por acción, con capitalización de más de 180.000 millones, fruto del boom COVID. En 2023-2025, las acciones retrocedieron de forma notable, reflejando el desplome de ingresos y la espera de catalizadores en gripe, citomegalovirus y oncología. La capitalización se ha reducido de forma drástica, situándose muy por debajo de los picos pandémicos.
Las polémicas acompañan a la empresa. Moderna mantiene litigios con Arbutus y Genevant por derechos sobre nanopartículas lipídicas. Con Alnylam también se enfrentó a demandas, algunas resueltas a su favor en 2025. Además, existe un debate político sobre si el Estado estadounidense debería tener más control sobre las patentes, dado que parte de la tecnología se desarrolló con fondos públicos. Estas controversias generan ruido reputacional y posibles impactos financieros.
Estrategia de futuro, I+D, adquisiciones y perspectivas hacia 2030
La estrategia futura de Moderna se articula en varios niveles. A corto plazo, el objetivo es consolidar la tríada respiratoria (COVID anual, gripe y VRS) como base de ingresos recurrentes. A medio plazo, se busca aprobar la vacuna de citomegalovirus y convertirla en un producto con ventas estables en embarazadas y población en riesgo. A largo plazo, la ambición es posicionarse en oncología personalizada con V940, un mercado de miles de millones de dólares potenciales.
El gasto en I+D seguirá siendo la principal partida, con más de 3.500 millones anuales. Moderna apuesta por una cartera de más de 40 programas en investigación, diversificando áreas para reducir dependencia de un solo producto. La estrategia incluye también adquisiciones puntuales de empresas con tecnologías complementarias, aunque hasta ahora la compañía ha preferido colaboraciones estratégicas antes que compras grandes.
En fabricación, el plan es completar la red soberana en Reino Unido, Canadá y Australia, reforzar Norwood como núcleo y mantener la alianza con ROVI en España. Esto permitirá asegurar capacidad global y márgenes en campañas estacionales.
El posicionamiento deseado hacia 2030 es claro: Moderna quiere ser la líder mundial en vacunas de nueva generación, la primera en consolidar un producto frente a citomegalovirus, pionera en oncología de ARN y un referente en enfermedades raras. Su estrategia de futuro combina disciplina financiera (con caja suficiente para no depender de deuda ni de dividendos) con una apuesta científica de alto riesgo y potencial.
El reto es evidente: transformar un éxito coyuntural como el de la COVID-19 en un modelo sostenible que genere beneficios recurrentes, mantenga liderazgo tecnológico y convenza a los mercados de que Moderna no fue solo la empresa de una pandemia, sino un actor central en la medicina del futuro.
Qué es el ARN y por qué es tan importante para Moderna
Para entender el núcleo de Moderna hay que tener claro qué es el ARN. El ARN, o ácido ribonucleico, es una molécula presente en todas las células vivas. Su papel es fundamental: lleva las instrucciones necesarias para fabricar proteínas, que son los ladrillos y las máquinas que hacen funcionar nuestro organismo.
El ADN puede compararse con una biblioteca donde están guardados todos los manuales de la vida. El ARN, en cambio, es como la fotocopia temporal de una de esas páginas: se toma la información de un gen concreto del ADN, se copia y se envía a los “talleres” de la célula, llamados ribosomas. Allí, el ARN sirve de guía para que los ribosomas ensamblen una proteína exacta siguiendo esas instrucciones.
El tipo de ARN que más interesa en medicina es el ARN mensajero. Se le llama así porque actúa literalmente como un mensajero: transporta una orden puntual y, una vez cumplida, desaparece. Esto significa que no altera de forma permanente el ADN, sino que da instrucciones temporales a la célula para fabricar algo concreto.
Moderna ha aprendido a fabricar ARN mensajero sintético en el laboratorio. En la práctica, esto permite programar al organismo para que produzca una proteína de interés, como puede ser la proteína de la espiga del coronavirus. Cuando esa proteína aparece en el cuerpo gracias a la vacuna, el sistema inmunitario la reconoce y se entrena para defenderse. Después, el ARN se degrada de manera natural.
En términos sencillos: el ADN es la biblioteca, el ARN es la fotocopia temporal de un manual y el ARNm es el mensajero que entrega las instrucciones a la célula. Gracias a esta idea simple, Moderna pudo crear en meses una vacuna contra la COVID-19 y hoy investiga docenas de vacunas y terapias. Entender qué es el ARN es comprender el corazón de su modelo de negocio y por qué su tecnología tiene tanto potencial de futuro.