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AST SpaceMobile: la compañía que quiere que tu móvil hable con el espacio.

De un sueño a los satélites: así nació la idea.

Imagina estar en medio de un desierto, en lo alto de una montaña o navegando en altamar. Sacas tu móvil, miras la pantalla y aparece la frase temida: “sin servicio”. Esa sensación de aislamiento, de desconexión absoluta, es la que AST SpaceMobile quiere eliminar para siempre. La idea es tan simple como ambiciosa: que cualquier teléfono móvil normal, sin necesidad de antenas adicionales, pueda conectarse directamente a un satélite en órbita para obtener cobertura.

La empresa nació en 2017 en Midland, Texas, de la mano de Abel Avellan, un emprendedor venezolano que ya había demostrado ser capaz de construir negocios en el sector satelital. Avellan había fundado antes Emerging Markets Communications (EMC), una empresa de comunicaciones por satélite que acabó vendiéndose por más de quinientos millones de dólares. Con esa experiencia a sus espaldas, decidió lanzarse a un reto aún mayor: crear la primera red de telecomunicaciones móviles espaciales.

El proyecto sonaba a ciencia ficción. Hasta entonces, hablar de comunicaciones satelitales móviles era hablar de teléfonos satelitales especiales, caros, voluminosos y limitados a usos militares o de emergencia. Nadie había logrado que un smartphone normal pudiera llamar o navegar directamente gracias a un satélite. Avellan y su equipo estaban convencidos de que no solo era posible, sino que era el futuro.

El primer gran paso se dio en 2022 con el lanzamiento de BlueWalker-3. Este satélite no era uno más: desplegó en órbita una antena gigantesca de más de 64 metros cuadrados, tan grande que llegó a convertirse en uno de los objetos más brillantes del cielo nocturno. Astrónomos de todo el mundo pusieron el grito en el cielo porque aquel destello interfería con las observaciones científicas, pero para AST SpaceMobile fue la mejor campaña de marketing posible. De repente, todo el mundo hablaba de ellos. Y lo más importante: BlueWalker-3 no solo brillaba, funcionaba. Logró establecer llamadas de voz y transmitir datos 4G directamente con móviles corrientes en la Tierra.

En septiembre de 2024 llegó el siguiente hito: el lanzamiento de los primeros cinco satélites comerciales BlueBird, ya no prototipos sino naves preparadas para ofrecer cobertura real. Desplegados en un lanzamiento de SpaceX desde Florida, estos satélites confirmaban que la visión de Avellan no era humo. La empresa estaba en condiciones de pasar de la fase experimental a la industrial.

Pero lo que realmente distinguió a AST SpaceMobile desde el principio fue su capacidad para atraer socios estratégicos. AT&T, uno de los mayores operadores de Estados Unidos, fue el primero en apostar por ellos. Poco después, Verizon dio un paso aún más audaz: invirtió cien millones de dólares en la compañía, firmó un acuerdo de cooperación a largo plazo y cedió espectro en la banda de 850 MHz para pruebas. Vodafone se unió con un contrato hasta 2034 que cubre Europa y África, dos regiones donde la cobertura móvil aún presenta enormes lagunas. Y Rakuten Mobile, en Japón, protagonizó en abril de 2025 la primera videollamada de móvil a móvil a través de un satélite BlueBird, marcando un antes y un después.

A mediados de 2025, AST SpaceMobile ya acumulaba acuerdos con más de cuarenta y cinco operadores internacionales, lo que representaba un mercado potencial de más de 2.800 millones de usuarios. Puede que muchos de esos acuerdos fueran memorandos de entendimiento o pruebas preliminares, pero reflejaban un interés real. Las grandes operadoras del planeta no suelen prestar atención a proyectos inviables, y mucho menos firman contratos a largo plazo.

En apenas ocho años, AST SpaceMobile había pasado de ser una idea arriesgada en la cabeza de un emprendedor a convertirse en un jugador real del sector espacial y de las telecomunicaciones. Su historia, como toda aventura empresarial de alto riesgo, estaba llena de escepticismo, ambición y golpes de efecto, pero también de avances concretos que demostraban que el sueño de tener cobertura en cualquier rincón del planeta estaba cada vez más cerca.

Cuentas que hablan: los números detrás del sueño

Detrás de cada cohete que despega, de cada antena desplegada en el espacio y de cada nota de prensa entusiasta, hay una realidad mucho más fría: la de los números. Y en el caso de AST SpaceMobile, los números cuentan una historia que no se puede ignorar. Son la prueba de que este proyecto es tan arriesgado como apasionante.

En 2022, la compañía estaba todavía en pañales desde el punto de vista económico. Los ingresos eran testimoniales, unos pocos millones que llegaban de contratos de prueba o colaboraciones menores. El grueso del trabajo estaba en el laboratorio y en la fábrica de Midland. Aun así, la cuenta de resultados cerró con una pérdida neta de unos 31,7 millones de dólares. Para cualquier empresa joven esto podría sonar a catástrofe, pero en la industria espacial es casi rutinario. Gastar mucho y ganar poco o nada al principio es la norma, no la excepción. Lo importante era que el gasto estaba controlado y que la compañía había demostrado disciplina financiera.

Un año más tarde, en 2023, los números empezaron a engordar. Los ingresos seguían siendo casi simbólicos, pero las pérdidas netas se dispararon hasta los 85 millones de dólares. La razón estaba clara: ese fue el año en que ASTS aceleró el paso hacia la fabricación de los satélites BlueBird. Había que invertir en materiales de alta tecnología, ampliar las instalaciones de Texas, contratar a ingenieros especializados y firmar contratos con SpaceX para los lanzamientos futuros. Era un año de siembra: se gastaba sin ver todavía un retorno. La pregunta en el aire era inevitable: ¿podrá esta empresa financiar todo lo que promete sin ahogarse en el camino?

La respuesta llegó en 2024, y fue tan espectacular como arriesgada. Los ingresos anuales fueron de apenas 4,4 millones de dólares, pero las pérdidas netas se dispararon hasta casi 300 millones. A simple vista, cualquier inversor impaciente habría salido corriendo. Pero había un detalle que cambiaba la perspectiva: la caja disponible. AST SpaceMobile cerró 2024 con 565 millones de dólares en sus cuentas, frente a apenas 85 millones un año antes. ¿Cómo lograron semejante salto? Mediante una jugada de financiación calculada al milímetro. Emitieron deuda convertible con vencimientos largos, firmaron acuerdos estratégicos con operadoras que no solo aportaban respaldo tecnológico sino también dinero en efectivo, y ampliaron capital con nuevas emisiones de acciones. El resultado fue un balance mucho más robusto de lo que sus pérdidas podían hacer pensar.

A finales de 2024, los activos totales ascendían a casi 955 millones de dólares. Los pasivos se situaban en 285 millones, lo que dejaba un patrimonio neto de 669 millones. La deuda financiera neta rondaba los 158 millones, una cifra manejable en comparación con la caja acumulada. En otras palabras, sí, la empresa perdía cientos de millones, pero tenía más que suficiente para seguir financiando su ambicioso plan durante los siguientes dos años.

El primer semestre de 2025 añadió otro capítulo a esta montaña rusa. En junio, AST SpaceMobile declaró tener 923,6 millones de dólares en caja, un colchón impresionante que duplicaba el del año anterior. Los activos totales alcanzaban los 1.881 millones y la deuda neta a largo plazo se situaba en 482,5 millones. A corto plazo solo debía 7,6 millones, lo cual es casi irrelevante para una compañía de este tamaño. Los ingresos, de nuevo, eran simbólicos: apenas 1,8 millones en seis meses. Y la pérdida neta fue de 145 millones. A estas alturas, el patrón estaba claro: gastar mucho más de lo que entra, pero hacerlo con la tranquilidad de tener combustible suficiente para aguantar.

Ese combustible provenía, sobre todo, de dos emisiones de bonos convertibles. En enero de 2025, la empresa emitió 460 millones de dólares en deuda al 4,25 % con vencimiento en 2032. En julio repitió la jugada, esta vez con 575 millones al 2,375 %, también hasta 2032. En un entorno global de tipos de interés altos, conseguir financiación a esos costes y a tan largo plazo fue un auténtico triunfo. Claro que hay una contrapartida: esos bonos pueden convertirse en acciones dentro de unos años, lo que implica dilución para los actuales accionistas. De hecho, en el primer trimestre de 2025 ya se produjo la conversión de los bonos de 2034 en más de 25 millones de acciones de clase A.

El patrimonio neto consolidado a mitad de 2025 ascendía a 1.160 millones de dólares. Eso significa que, al menos sobre el papel, AST SpaceMobile tiene un respaldo contable sólido. Por cada dólar que debe, tiene dos en activos y fondos propios. En el ecosistema de empresas tecnológicas y espaciales, pocas pueden presumir de un ratio tan holgado en esta fase.

La lectura de todo esto es clara. AST SpaceMobile no es rentable, ni lo será en el corto plazo. Sus ingresos son insignificantes comparados con sus gastos. Pero lo que ha conseguido es armarse de liquidez suficiente para seguir construyendo su constelación y financiar los próximos lanzamientos. Su estrategia es gastar hoy para sobrevivir mañana. Invertir cientos de millones en satélites y lanzamientos antes de tener clientes de verdad. Es como un agricultor que compra semillas, maquinaria y tierras sin recoger aún la cosecha. La diferencia es que aquí las semillas cuestan cientos de millones y la cosecha serán millones de usuarios conectados al espacio.

Los analistas coinciden en que esta es una jugada de alto riesgo. Si ASTS logra desplegar su constelación y firmar contratos comerciales sólidos, las pérdidas actuales serán el precio necesario para llegar a una infraestructura global. Si se retrasa demasiado o si los rivales le toman la delantera, la montaña de caja actual se irá consumiendo sin remedio y el mercado perderá la paciencia. En términos sencillos: hoy los números no cuadran, pero lo importante es si cuadrarán dentro de dos o tres años. 

El taller espacial de Texas y un mundo por conquistar

En medio de los llanos de Texas, donde el petróleo ha sido durante décadas el rey absoluto, se levanta una fábrica que parece sacada de una novela de ciencia ficción. No produce coches ni refina combustible, sino que construye satélites gigantes con antenas del tamaño de una pista de tenis. Es en Midland, una ciudad acostumbrada a las torres de extracción y a la industria del crudo, donde AST SpaceMobile ha instalado su corazón industrial. Allí, entre hangares adaptados, ingenieros de todo el mundo ensamblan y prueban los BlueBird, los satélites que deberían cambiar para siempre la forma en que usamos el móvil.

La elección de Midland no es casual. Avellan, el fundador, entendió que los costes de producción en Texas eran más bajos que en California, que había espacio de sobra para levantar una planta de más de 17.000 metros cuadrados y que, además, la comunidad local estaba ansiosa por diversificar su economía más allá del petróleo. Así nació una especie de Silicon Valley en miniatura en pleno desierto tejano. La fábrica funciona como un laboratorio a gran escala, donde cada BlueBird se ensambla pieza a pieza, se prueba en cámaras de vacío que simulan el espacio y se prepara para ser lanzado a bordo de un cohete de SpaceX.

Pero Texas es solo el principio. El verdadero campo de juego de AST SpaceMobile es el planeta entero. En Estados Unidos, la compañía se asegura el apoyo de dos gigantes, AT&T y Verizon. Con ellos no solo tiene acuerdos comerciales, también financieros. Verizon, por ejemplo, no se ha limitado a poner su logo junto al de ASTS en los comunicados. Ha invertido 100 millones de dólares en la compañía, ha cedido espectro en la banda de 850 MHz y ha dejado claro que quiere integrar la cobertura satelital en sus planes de telefonía. Para AT&T, la apuesta también es estratégica: en un mercado saturado, ser el operador que garantiza cobertura “en cualquier lugar” puede marcar la diferencia.

Europa y África son otro frente de batalla. Vodafone firmó un contrato hasta 2034 que convierte a AST SpaceMobile en su socio a largo plazo. En África, donde millones de personas aún carecen de cobertura móvil estable, la promesa de conectividad universal es un argumento muy poderoso. Allí, desplegar torres terrestres es caro, lento y a menudo inviable en zonas rurales o selváticas. Los satélites pueden ofrecer la solución de manera casi inmediata. Para Vodafone, es también un movimiento competitivo: adelantarse a rivales como Orange o MTN en territorios donde la fidelidad del cliente depende más de tener señal que de los gigas incluidos en el plan.

En Asia, la alianza más destacada es con Rakuten Mobile en Japón. Rakuten es un operador joven, digital y con ganas de romper esquemas en un mercado dominado por gigantes tradicionales. En abril de 2025, Rakuten y AST SpaceMobile protagonizaron un hito histórico: la primera videollamada de móvil a móvil vía satélite, realizada con un smartphone corriente. La noticia recorrió los titulares y sirvió de demostración de que la tecnología ya no era una promesa, sino una realidad. Rakuten planea comercializar el servicio en 2026, lo que marcaría el primer gran despliegue asiático de ASTS.

La lista de operadores interesados es tan extensa que parece un mapa mundial de telecomunicaciones. Telefónica en España y Latinoamérica, Orange en Europa, TIM en Italia, Telstra en Australia, Bell en Canadá y nombres en Oriente Medio como STC o Etisalat ya están en conversaciones o han firmado memorandos de entendimiento. En total, más de 45 operadoras se han sumado de una u otra forma al proyecto. Aunque muchas de estas alianzas son todavía preliminares, lo cierto es que representan un mercado potencial de 2.800 millones de usuarios. Si incluso una parte de ellos llega a conectarse a través de los BlueBird, las cifras de ingresos de ASTS podrían multiplicarse de manera exponencial.

Ahora bien, AST SpaceMobile no juega sola. Su principal rival es un adversario temible: Starlink, la constelación de satélites de Elon Musk. Starlink ya cuenta con más de seis mil satélites en órbita y millones de clientes que utilizan su servicio de internet satelital. Su modelo, basado en antenas parabólicas instaladas en casas, barcos o caravanas, ha demostrado ser viable y escalable. Pero Musk quiere más, y en 2022 anunció un acuerdo con T-Mobile para ofrecer servicios de mensajería directa a móviles. En Estados Unidos ya se han autorizado pruebas para enviar SMS desde el espacio, y el siguiente paso será ampliar a llamadas y datos. La ventaja de Musk es evidente: tiene la constelación ya desplegada, una fábrica capaz de producir satélites a gran ritmo y un cohete propio para lanzarlos.

Sin embargo, Starlink juega con un hándicap que AST SpaceMobile convierte en ventaja. El sistema de Musk utiliza espectro propio y necesita soluciones híbridas, mientras que ASTS trabaja directamente con las frecuencias licenciadas de los operadores. Eso significa que el servicio de AST SpaceMobile se integra de manera natural en las redes existentes. Para el usuario, la experiencia será transparente: en la ciudad, el móvil se conecta a una antena terrestre; en medio del océano, a un satélite. No hay que instalar nada ni cambiar de dispositivo. Esa simplicidad es, para muchos analistas, el verdadero “as en la manga” de ASTS.

Otros competidores también pugnan por su espacio. Lynk Global, con menos recursos, ha logrado enviar SMS desde el espacio en pruebas comerciales y busca su nicho como pionero en servicios básicos. Globalstar se alió con Apple para ofrecer la función de SOS vía satélite en los iPhone, un servicio que ha salvado vidas y que ha puesto en el radar masivo la idea de conectarse al espacio. Amazon, con su proyecto Kuiper, prepara el despliegue de miles de satélites, aunque por ahora enfocados al internet fijo más que a la telefonía directa.

El tablero competitivo, por tanto, es una mezcla de oportunidades y riesgos. AST SpaceMobile tiene la ventaja de haber tejido alianzas con operadores que suman miles de millones de clientes potenciales. Pero al mismo tiempo, compite con gigantes con bolsillos infinitos y experiencia probada. El éxito o el fracaso dependerán de la velocidad con la que sea capaz de desplegar sus satélites, de la capacidad de su fábrica en Texas para producir en masa y de la habilidad para convertir las promesas de cobertura universal en contratos comerciales reales.

En este momento, la sensación es la de una carrera contrarreloj. El reloj marca el tiempo que le queda a AST SpaceMobile para transformar su ventaja tecnológica en negocio antes de que los rivales tomen posiciones definitivas. El futuro de la conectividad global se juega tanto en los desiertos de Texas como en las órbitas bajas de la Tierra.

Bolsa, accionistas y valoración: del anonimato al estrellato financiero

Si la historia de AST SpaceMobile tiene algo de ciencia ficción en lo tecnológico, en lo bursátil ha sido una auténtica montaña rusa de emociones. La compañía salió a bolsa en 2021 a través de una fusión con una SPAC, un vehículo financiero de moda en aquellos años que permitía a las startups cotizar más rápido. En sus primeros meses, el título pasó casi desapercibido. Eran pocos los inversores que entendían de satélites y menos aún los que apostaban dinero por una empresa que todavía no generaba ingresos. Pero todo cambió con los hitos tecnológicos.

En 2022, con el despliegue del satélite BlueWalker-3, las acciones comenzaron a moverse. De pronto, los foros de inversión y las redes sociales se llenaron de fotos del cielo con aquel destello brillante que era a la vez motivo de alarma para los astrónomos y de entusiasmo para los especuladores. El precio subió con fuerza, aunque todavía era un fenómeno de nicho. El verdadero terremoto llegó en 2024. Ese año, AST SpaceMobile anunció el acuerdo con Verizon, uno de los mayores operadores de Estados Unidos, que no solo firmaba como socio comercial sino que inyectaba 100 millones de dólares en la compañía. La noticia corrió como la pólvora. En cuestión de días, la acción se disparó más de un 70 %, y la capitalización de la empresa superó los 8.000 millones de dólares.

Aquel fue el momento en que AST SpaceMobile dejó de ser un secreto para iniciados y se convirtió en un título estrella del Nasdaq. Fondos de inversión, analistas y pequeños inversores comenzaron a seguir cada comunicado de la compañía con lupa. Cada lanzamiento de SpaceX con satélites BlueBird a bordo era retransmitido casi como un evento deportivo, y cada rumor de retraso o de problema técnico provocaba ventas masivas. En 2025, con el anuncio de nuevas rondas de financiación y la confirmación de que la empresa tenía liquidez suficiente para desplegar decenas de satélites, el precio de la acción volvió a dispararse hasta rozar los 49 dólares, lo que implicaba una capitalización bursátil de más de 17.500 millones.

El perfil de los accionistas de AST SpaceMobile es tan peculiar como la propia compañía. Por un lado, está Abel Avellan, el fundador y CEO, que conserva el control gracias a una estructura de acciones con súper voto. Sus acciones clase C le otorgan hasta diez votos por cada una, lo que le asegura la mayoría en las decisiones estratégicas incluso si su participación en el capital se diluye. Esta fórmula, habitual en tecnológicas como Meta o Alphabet, le permite mantener el timón sin depender de la volatilidad de los fondos.

Por otro lado, el capital se reparte entre socios estratégicos y grandes fondos. Vodafone, AT&T y Rakuten no solo han firmado acuerdos comerciales, también han invertido directamente en ASTS. Alphabet, matriz de Google, también aparece en la lista de accionistas relevantes, lo que añade un sello de legitimidad tecnológica. A su lado están gigantes financieros como BlackRock y Vanguard, que suelen estar presentes en casi todas las grandes cotizadas del Nasdaq. La combinación es interesante: operadores de telecomunicaciones que buscan negocio y fondos que buscan rentabilidad.

La evolución bursátil ha estado marcada por esa mezcla de entusiasmo y riesgo. Para los inversores más agresivos, ASTS ha sido un título de moda, capaz de duplicar su valor en cuestión de semanas. Para los analistas más conservadores, es un caso de manual de empresa con valoración altísima en comparación con sus ingresos. Y es que la paradoja es evidente: a mediados de 2025, la empresa estaba valorada en más de 17.000 millones en bolsa, pero había facturado menos de 2 millones en seis meses. Lo que el mercado estaba comprando no eran sus cuentas actuales, sino la promesa de un futuro en el que millones de clientes pagarán por conectarse a través de sus satélites.

Esa promesa, sin embargo, no está exenta de sombras. El principal riesgo es la dilución. La empresa ha financiado buena parte de su crecimiento mediante la emisión de deuda convertible. Cada vez que esos bonos se transforman en acciones, el pastel se reparte entre más manos y la participación de los accionistas existentes se reduce. Ya ocurrió en el primer trimestre de 2025, cuando los bonos de 2034 se convirtieron en más de 25 millones de acciones nuevas. Y ocurrirá más veces si la compañía sigue recurriendo a este mecanismo.

El otro riesgo es la competencia. Los inversores saben que Starlink no se quedará quieto y que Apple y Globalstar ya han dado un primer paso en la telefonía satelital con la función de SOS del iPhone. Si cualquiera de esos rivales acelera su despliegue, el mercado podría castigar a ASTS con la misma rapidez con la que hoy la premia.

Aun así, la recomendación de muchos analistas es clara: AST SpaceMobile es una apuesta de alto riesgo, pero con un potencial enorme. Quien invierte aquí no lo hace esperando dividendos inmediatos ni beneficios trimestrales. Lo hace apostando a que dentro de tres o cuatro años esta empresa será parte esencial de la infraestructura de telecomunicaciones mundial. Si lo logra, el precio actual de la acción parecerá barato. Si falla, la caída será tan espectacular como sus subidas.

El mercado bursátil es, al final, un termómetro de expectativas. Y en el caso de AST SpaceMobile, esas expectativas están por las nubes, literalmente. Cada lanzamiento de un BlueBird, cada prueba de una llamada exitosa, cada nuevo acuerdo con una operadora internacional, son chispas que encienden el entusiasmo de los inversores. La pregunta es si ese fuego se mantendrá cuando llegue el momento de traducir la visión en ingresos sostenibles.

Luces, sombras y lo que está por venir

Toda gran historia empresarial tiene su lado épico y su cara oscura. En el caso de AST SpaceMobile, la épica está clara: un emprendedor que quiere que tu móvil se conecte al espacio, una fábrica en Texas que parece salida de una película y satélites gigantes que brillan como estrellas artificiales en el cielo. Pero también hay sombras que amenazan con eclipsar esa luz, riesgos técnicos, financieros y regulatorios que podrían torcer el camino.

El primer choque con la realidad llegó con BlueWalker-3. Cuando el satélite desplegó su enorme antena, astrónomos de todo el mundo levantaron la voz. Aquella superficie reflectante convirtió a BlueWalker-3 en uno de los objetos más brillantes del firmamento nocturno, más que la mayoría de las estrellas. Para los aficionados podía ser un espectáculo curioso, pero para la ciencia era un problema serio. Los telescopios que buscan señales de galaxias lejanas o intentan rastrear asteroides peligrosos se encontraban de repente con un “faro” que interfería en sus observaciones. AST SpaceMobile trató de reaccionar con maniobras de orientación para reducir el brillo, y prometió trabajar con la comunidad científica, pero el debate sigue abierto. En un mundo cada vez más preocupado por la contaminación lumínica, la idea de llenar el cielo de antenas brillantes no es precisamente popular.

En paralelo está la cuestión regulatoria. En Estados Unidos, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) aprobó un marco legal llamado “Supplemental Coverage from Space”, que permite a las operadoras usar espectro satelital para dar servicio en zonas donde no tienen cobertura terrestre. Para AST SpaceMobile fue una gran noticia, porque encaja perfectamente en su modelo. Sin embargo, la FCC también dio luz verde a sus competidores, y Starlink ya tiene licencias para pruebas. El verdadero campo de batalla será internacional. Europa, África, Asia y América Latina tienen regulaciones distintas, y en muchos países todavía no existe un marco legal claro para integrar móviles y satélites en la misma red. Sin acuerdos rápidos, la expansión global podría atascarse en la burocracia.

El riesgo financiero tampoco se puede ocultar. La empresa presume de tener casi mil millones en caja a mediados de 2025, pero construir y lanzar decenas de satélites gigantes es carísimo. Cada BlueBird cuesta cientos de millones en desarrollo, ensamblaje y puesta en órbita. Si los plazos se retrasan o los costes se disparan, el dinero podría agotarse antes de que lleguen los ingresos. Es cierto que la deuda convertible a largo plazo les da oxígeno, pero también implica dilución para los accionistas. Y el mercado, tan entusiasta como volátil, podría castigar cualquier señal de debilidad.

La dependencia de los socios estratégicos es otro punto débil. AST SpaceMobile no tiene clientes propios; su modelo se basa en integrarse en las redes de las operadoras. Eso significa que su destino está atado a empresas como AT&T, Verizon, Vodafone o Rakuten. Si alguna de ellas cambia de estrategia, decide apostar por otro proveedor o retrasa la comercialización, el golpe sería enorme. La compañía necesita no solo acuerdos firmados, sino también que esos acuerdos se traduzcan en contratos comerciales sólidos y en facturación recurrente.

Desde el punto de vista técnico, la apuesta es todo o nada. Montar y operar una constelación de satélites gigantes en órbita baja no es tarea sencilla. Los riesgos van desde fallos en el lanzamiento hasta problemas de interferencia entre satélites. Además, la carrera por el espacio se acelera y los competidores ya tienen constelaciones operativas. Starlink es el rival más visible, con miles de satélites en funcionamiento y un músculo financiero incomparable. Globalstar cuenta con el respaldo de Apple, que con una simple actualización de software puso el SOS vía satélite en millones de iPhones. Lynk Global ya ha demostrado SMS desde el espacio. Y Amazon, con su proyecto Kuiper, prepara miles de satélites para ofrecer internet global. En este tablero, AST SpaceMobile necesita moverse rápido para no quedarse en medio.

Pero no todo son amenazas. Las perspectivas también ofrecen motivos para el optimismo. El mercado de la conectividad móvil mundial es gigantesco y aún hay miles de millones de personas sin cobertura estable. La promesa de dar servicio en cualquier rincón del planeta tiene un valor incalculable, tanto económico como social. Los acuerdos con operadores que suman más de 2.800 millones de clientes potenciales son una prueba de que la industria cree en el proyecto. La tecnología ya no es solo un powerpoint: las llamadas y videollamadas realizadas en pruebas han demostrado que funciona. Y la caja acumulada da margen para ejecutar al menos la primera fase del plan.

La visión de Abel Avellan es clara: desplegar suficientes satélites para que la cobertura no sea anecdótica, sino continua. Pasar de pruebas y memorandos de entendimiento a un servicio comercial real en Estados Unidos, Europa, África y Asia. Y hacerlo antes de que los rivales tomen ventaja definitiva. Si lo logra, AST SpaceMobile podría convertirse en un actor imprescindible de la infraestructura global de telecomunicaciones, un socio tan esencial como lo fueron en su día los cables submarinos o las torres de telefonía.

El desenlace aún está abierto. Para los inversores, AST SpaceMobile es hoy una apuesta de alto riesgo, con volatilidad extrema y con un precio que refleja expectativas más que realidades. Para los operadores, es una oportunidad de oro de ampliar su cobertura y llegar a clientes a los que nunca antes podían alcanzar. Para los usuarios, es la promesa de que un día, en medio del mar, en la montaña más remota o en el desierto más inhóspito, el móvil seguirá mostrando barras de señal.

AST SpaceMobile brilla como sus satélites: deslumbrante, polémica y visible desde cualquier parte. Puede ser el futuro de la conectividad global o un espejismo caro en la carrera por el espacio. Lo único seguro es que su historia apenas comienza, y que el cielo, en todos los sentidos, será el escenario donde se decida su destino.


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  1. Top 100
    #2
    27/10/25 15:38
    Dicho esto, en 2026 ASTS necesita muchos lanzamientos para empezar a tener ya los BlueBirds GEN2 en órbita...

    Veremos si lo cumple y empieza a dispararse los ingresos-Ebitda, etc...

    Eso si la valoración actual, es muy picante para mi gusto...
  2. Top 100
    #1
    27/10/25 15:37
    Muy buen artículo, me alegra ver que el sector espacial cada vez se hace más común entre los inversores...

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