Los análisis de los mercados, e incluso la mayoría de formas de predicción económica, no dejan de parecerme formas de representar emociones adornadas con seudociencias que se arriman a la matemática, la estadística o el dibujo técnico para parecer más fiables, más creibles, pero que en el fondo son totalmente improductivas e impiden al creyente apostar todo al rojo o todo al negro.
Veremos lo que queramos ver del lado que nos interese, si estamos fuera del mercado todo lo que queremos ver para estar fuera a la espera de subirnos al carro, si estamos dentro todo lo que queremos ver para que el cohete se ponga en marcha, si somos tranquilos creeremos en nuestra inversión y los dividendos sostenibles, y los más alocados que el mundo se acaba, pero siempre con la incertidumbre de no creer uno mismo ni en el fin del mundo.
Esa incertidumbre y falta de tranquilidad se plasma en querer compartir con el prójimo nuestras visiones de futuro, como querer hacerlo partícipe de ¿nuestros éxitos? da igual, sea amigo o enemigo, lo hacemos por no poder dormir, porque somos gregarios y nos cuesta distinguirnos de los demás, tener ideas o iniciativas propias que no sigan los demás, necesitamos de la manada, de la aprobación del grupo para sentirnos bien.
"Amigos esto se va para abajo o para arriba (añadir retahíla de las peores o mejores informaciones), yo lo sé y por eso me salgo o entro en el mercado, pero contadme que opináis que estoy temblando.
Todos pobres o todos ricos, o nos come a todos el cocodrilo o no cruzamos el río, pero por favor, no me dejéis solo."