Mirad que texto más gracioso he encontrado. A ver si el maestro sabe quien es el autor.
¿Cómo es posible que ese hombre tan despejado, tan penetrante, tan instruido, no haya podido mejorar su fortuna, o haya perdido la que tenía, cuando ese otro tan encogido, tan torpe, tan rudo, ha hecho inconcebibles progresos en la suya? ¿No debe esto atribuirse a la casualidad, a fatalidades, a mala estrella? Así se habla muchas veces, sin reflexionar que se confunden lastimosamente las ideas, y se quieren enlazar con íntima dependencia causas y efectos que no tiene ninguna relación.
Es verdad que el uno es despejado y el otro encogido, que el uno parece penetrante y el otro torpe, que el uno es instruido y el otro rudo; pero ¿de qué sirven ni ese despejo, ni esa aparente penetración, ni esa instrucción para el efecto de que se trata? Es cierto que si se ofrece figurar en sociedad, el primero se presentará con más garbo y soltura que el segundo; que si es necesario sostener una conversación aquél brillará mucho más que éste; que su palabra será más fácil, sus ideas más variadas, sus observaciones más picantes, sus réplicas más prontas y agudas; que el rico en cuestión no entenderá quizá una palabra del mérito de tal o cual novela, de tal o cual drama; que conocerá poco la Historia y se quedará estupefacto al oír al comerciante quebrado explicarse como un portento de erudición y de saber; de cierto que no sabrá tanto de política, ni de administración, ni de hacienda; que no poseerá tantos idiomas; pero ¿se trataba, por ventura, de nada de eso cuando se ofrecía dar buena dirección a los negocios? No, ciertamente. Cuando, pues, se pondera el mérito del uno y se manifiesta extrañeza porque la suerte no le ha sido favorable se pasa de un orden a otro muy diferente, se quiere que ciertos efectos procedan de causas con las que nada tienen que ver.
Observad atentamente a estos dos hombres tan desiguales en su fortuna; reflexionad sobre las cualidades de ambos; ved, sobre todo, si podéis hacer la experiencia en vista de un negocio que incumba a los dos, y no os será difícil inferir que así la prosperidad del uno como la ruina del otro nacen de causas sumamente naturales.
El uno habla, escribe, proyecta, calcula, da mil vueltas a los objetos; todo lo prueba, a todo contesta; se hace cargo de mil ventajas, inconvenientes, esperanzas, peligros; en una palabra, agota la materia; nada deja en ella ni que decir ni que pensar. ¿Y qué hace el otro? ¿Es capaz de sostener la disputa con su adversario? No. ¿Deshace todos los cálculos que el primero acaba de amontonar? No. ¿Satisface a todas las dificultades con que su dictamen se ve combatido por el contrincante? No. En pro de su opinión, ¿aduce tanta copia de razones como su adversario? No. Para lograr el objeto, ¿presenta proyectos tan varios e ingeniosos? No. ¿Qué hace, pues, el malaventurado ignorante, combatido, hostigado, acosado por su temible antagonista?...
...—Ya se ve; lo que es en el papel, sale bien; la dificultad que yo tengo es que en la práctica suceda lo mismo. Cuenta usted con muchas partidas de que no estoy bien seguro; ¡estoy tan escarmentado!…
—¿Pero duda usted de los datos que se nos han proporcionado? ¿Qué interés habrá habido en engañarnos? Si hay perdida, no seremos sólo nosotros, y participarán de ella los que nos suministran las noticias. Son personas entendidas, honradas, versadas en negocios, y además tienen interés en ello ¿Qué más se quiere? ¿Qué motivo hay de duda?
—Yo no dudo de nada; yo creo lo que usted dice de esos señores; pero, ¿qué quiere usted?, el negocio no me gusta. Además, ¡hay tantas eventualidades que usted no lleva en cuenta!…