Paaskinnen
15/07/24 13:41
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El timo de los fósiles de homínidos
No te pases. EPÍLOGOEn la tribu todos barruntaban que aquél muchacho albino era raro.Siempre estaba aislado. Pasaba los días mirando alguna piedra de aspecto inusual o manipulando una rama que un vendaval habría arrancado de alguno de los árboles de la sabana. Por la noche, antes de dormir, contemplaba la negrura del cielo, salpicada de aquéllas extrañas motitas de luz. Al amanecer se acercaba al lago y estaba largos ratos mirándose en el reflejo del agua, mientras se tocaba el rostro o hacía movimientos con las manos, abriendo y cerrando los puños, o simulando los movimientos de la alas de las aves que divisaba desde la orilla. Algunas veces trazaba rayas y círculos en la arena.Aquéllos días previos a la expedición para la gran caza del antílope, el muchacho albino estaba enfrascado en pulir y sacar punta a una rama especialmente recta y resistente. Había observado que si la lanzaba con todas sus fuerzas, podía perforar la corteza del tronco de una acacia cercana y dejarla clavada. Tras mucha práctica, acertaba ya casi siempre.El día de la partida los cazadores se reunieron al amanecer, cada uno provisto de algún objeto contundente, como una piedra afilada o una estaca de leña dura. Alguien había traído un manojo de hojas del arbusto que les daba ánimos, y todos mascaron algunas, pero el muchacho albino las rechazó. Cuando los cazadores, tras varias horas de caminata, avistaron al pequeño grupo de antílopes abrevando en un riachuelo, se miraron entre sí. Ya sabían que iban a rodear a una hembra de aspecto joven y que parecía una presa asequible. Se dispusieron en un gran círculo alrededor de la manada, a una distancia que no despertara las sospechas de los animales, y poco a poco, sin apenas elevarse sobre la vegetación de la sabana, lo fueron estrechando hasta que cada individuo quedó a dos brazos de distancia de su vecino de al lado. De repente uno de los machos de antílope sintió algo raro y levantó la vista dando un brusco salto que alertó al resto del rebaño. Los animales empezaron entonces una estampida frenética en todas las direcciones, sorteando al círculo de los cazadores, varios de los cuales rodaron por el suelo. La joven antílope fue la última en percatarse, pero también se les iba a escapar. O eso parecía. Cayó fulminada a una cierta distancia del círculo de los cazadores, ya desorganizado, atravesado su tórax por una lanza de madera. Todos miraron al muchacho albino.Enseguida prepararon el regreso, cargando a la hembra de antílope por parejas que se fueron turnando, sosteniéndola sobre los hombros por las cuatro patas, dos a dos, mientras la cabeza del animal se bamboleaba inerte al ritmo de las zancadas de los porteadores. Todos colaboraron, excepto el muchacho albino que, tras recuperar su arma, caminaba ensimismado varios metros por detrás de la comitiva.Se reunieron con el resto de la tribu cuando el sol ya teñía de rojo el cielo de la sabana.