Hola Yourself, hola a todos.
Este es uno de los asuntos que me afectan, digamos, emocionalmente. Es una mezcla de sentido de la equidad herido y de la frustración que produce la impotencia. Cada vez que alguien lo suscita se me sube el cabreo a la cabeza y ganas me dan de tirarme al monte.
Esto de la concentración de poder económico es uno de los motores que en los ratos libres me han impulsado a estudiar algo el fenómeno del comportamiento de la sociedad y de sus instituciones a la hora de ocuparse de ese "derecho al trabajo" que ahora dicen que no existe. Ese derecho que, como todo lo escaso, cuesta dinero.
Al hablar de la concentración de poder de mercado en seguida se nos viene Pareto a la mente aunque no la tengamos como una ley universal a la cual hayamos de someternos inevitablemente.
La lucha contra este fenómeno es uno de los principales papeles asignados al Estado por Adam Smith, --creo que en el capítulo 2, libro IV--, y por ello me parece de sentido común preservar la regla de que los intercambios sean voluntarios y que no predomine uno de los actores para que el mercado pueda ejercer su función.
Desde luego no creo que Galbraith, padre, ignore a Pareto cuando repetidamente a lo largo de su obra y de su vida nos alerta de ese hecho que desequilibra cualquier contienda y que protege a unos, poderosos, a expensas de otros, ciudadanía sin distinción, y para mayor escarnio con la colaboración del propio Estado que debiera proteger por igual a todos.
Frecuentemente no somos conscientes del grado real de concentración de poder económico. De que no estamos ante ejemplos de la conocida como ley del 20/80. Ni mucho menos.
En una de las economías con menor concentración de poder, la de Estados Unidos de América, se dan situaciones como las que siguen:
1. El uno por mil controla el 42% del sector industrial.
2. Un sector bancario en el cual el 0.4%, el cuatro por mil, controla el 48% y
3. El 3% de las aseguradoras es titular del 82% de los activos.
Estas magnitudes son dos o tres órdenes de magnitud superiores a lo que debiéramos esperar por la simple aplicación de la susodicha ley de Pareto.
La concentración de poder económico es una de las patas cancerígenas de nuestro sistema y no es debida al azar si no a la confluencia de intereses que siempre se produce entre poderosos. Esa sí que es una ley niversal. De su alineamiento estratégico siempre se deriva su función de utilidad óptima. La inversa de su función de utilidad es la nuestra de desutilidad.
Ahora mismo estamos presenciando otra operación, las fusiones de Cajas, otra más, en la que se acelera la concentración de poder, bancario, en este caso ante el silencio estupefacto de millones de pequeños clientes que ven reducirse más aún su poder de elegir y su capacidad negociadora.
Una ciudadanía con un mínimo de formación que observa esa conducta se siente despreciada, insultada, violada y víctima de un gobierno indigno de ese nombre especialmente al ver cómo, en paralelo, se cuela de rondón el regalito de "la enmienda del ladrillo" o, según El País, la "enmienda Florentino". Ese alinemiento tan delicioso nos gustaría a todos.
El divorcio y el desprecio profundo están servidos. Si este es el sistema no merece sobrevivir.
Cuando bajé al sur desde el norte por primera vez en mi vida comencé a ver fincas inmensas al sur de Despeñaperros. Para entonces ya había leido a Tamames y su explicación de nuestra estructura económica. Tenía una idea mental de qué era un latifundio pero no había visto ninguno. Mi imagen de una propiedad agraria era un pinar pequeño de un abuelo y una huerta de otro.
En cierto momento, en medio de una llanura inmensa, vi a lo lejos un pueblo blanco bastante grande y otro pasajero me explicó que el pueblo había pertenecido históricamente a los dueños de la finca.
Han pasado cuarenta años desde entonces pero recuerdo perfectamente la imagen que me hice de un chico o chica como yo planteándose su futuro desde aquel pueblo. Su distancia con los dueños de la finca. Luego los comparé conmigo que sólo tenía vivencias de gentes parecidas a mi en posibilidades y bienes. Nuestras huertas eran todas pequeñas y no muy diferentes. Valía la pena hacer un esfuerzo. Tenía posibilidades.
En ese momento comprendí los efectos de la igualdad de oportunidades. El primer requisito para que valga la pena hacer algo de esfuerzo es tener alguna probabilidad de éxito. Los chicos del cortijo no tenían ninguna.
Este es un asunto peliagudo. Ha ido a peor y es una de las causas del declive.
En este momento el número de "chicos nacidos en un cortijo" ha crecido mucho y ya no vale la pena esforzarse. Demasiada distancia.
Las culturas nacen y mueren por las actitudes y el vigor de los más pequeños y nuestra forma de organización social y económica, el perfecto alineamiento entre poder político y económico, las está destrozando.
¿O no?