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Blog Felipe Sanchez Coll
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Cuando la paranoia visita al mercado

Respuestas en forma de planes para dos meses de infarto

Con toda seguridad los meses de septiembre y de octubre de 2008 serán recordados como uno de los períodos más duros en la historia de la economía y, por ende, de las bolsas. Pero, también como uno de los más esclarecedores sobre el funcionamiento del sistema financiero y uno de los más sorprendentes, ya que la cantidad de información económica producida en este período ha sido ingente. Seguramente, cada una de las noticias que se han ido solapando habrían conseguido, por sí mismas, semanas de comentarios y análisis. Sin embargo, la velocidad de aparición de nuevos datos y de generación de respuesta por parte de las autoridades ha sido tal que sólo se puede calificar como de una época extraordinaria y reveladora.

Porque que se prepare un plan de rescate en el que se piden 700.000 millones de dólares al Congreso Norteamericano y que el primer bosquejo que se presenta sea de tan sólo 3 folios, resulta asombroso. Que posteriormente el Secretario del Tesoro Nortemericano, Henry Paulson, hinque una rodilla en el suelo para suplicar a la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, que apruebe un plan de rescate, es algo pasmoso. Que el Congreso, y los propios miembros del partido en el poder que lo presenta, lo rechacen suena grotesco. Que después el presidente del país, George W. Bush, su Secretario del Tesoro y el presidente del banco central, Ben Bernake, se empleen a fondo y utilicen frases del estilo de “Si no lo aprobamos, que Dios nos asista” (Paulson) o que si no sale adelante “El lunes no habrá economía” (Bernanke), se antoja apocalíptico. Que el plan salga adelante en una segunda votación y que en el se incluyan conceptos como 6 millones de dólares en rebajas fiscales a los fabricantes de flechas de madera para niños, es sencillamente hilarante.

Al menos, la respuesta europea ha sido más contundente en su cuantía, pues el rescate bancario estará por encima de los 1,8 billones de euros, y más comedida en su gestación. Aunque sin evitar por ello dar la habitual sensación de que los miembros de la Unión Europea se parecen en su descoordinación a una reunión de vecinos de una finca al discutir sobre si es conveniente o no la instalación de una antena colectiva. El plan del primer ministro británico, Gordon Brown, de inyectar capital en los bancos británicos con problemas, lo que llanamente es una nacionalización parcial de la banca, se ha convertido en el modelo a seguir. Una propuesta aplaudida por el nuevo Premio Nobel de economía, Paul Krugman, y que también han hecho suya los Estados Unidos, ya que dedicaran 250.000 millones de dólares de los 700.000 millones de dólares de su plan de rescate. Una acción que supone poner el punto final a una brillante historia de defensa de la idea de que “los mercados han de ser cuanto más libres mejor”. Verdaderamente, cuando no hay otra salida que ser prácticos los dogmas desaparecen a gran velocidad.

Solución del pasado: apuesta por el caos

Pero, todo este frenesí de planes de rescate tiene sentido porque los gobiernos prefieren rescatar a dejar que el caos cunda. La opción de “dejarlo que se queme” para que el sistema se purifique no se contempla, aún cuando existe una abundante literatura económica sobre dejar que el que lo ha hecho mal quiebre. La Teoría Liquidacionista promovida por Andrew Mellon, Secretario del Tesoro Norteamericano desde 1921 a 1932, planteaba en plena crisis de 1929 que el estado debía de mantener sus manos lo más alejadas posibles del sector bancario. La caída de bancos débiles era el precio a pagar para que el sistema se recuperara y renaciera, por lo que el gobierno rechazó prestar dinero a los bancos y no inyectó más capital. Herbert Hoover, el presidente nortemericano bajo el que Mellon sirvió en 1929, publicó en 1952 sus memorias y citaba la postura de su subordinado ante el pánico en la crisis, para Mellon era algo positivo pues “Purgará la podredumbre del sistema (…) El pueblo trabajará más duramente y vivirá una vida más moral”.





Además, si se interfiere en el mercado se incurre en un riesgo moral. Cuanto más intervencionista sea la autoridad, más intensa será la siguiente crisis, ya que los agentes económicos recibirán el mensaje de que las posibles pérdidas serán limitadas por el estado que hará todo lo posible para evitar la recesión. Sin embargo, la idea de que un banco o una empresa son demasiado grandes para caer se impone, cuando la pregunta debería de ser ¿por qué se dejó que se hiciera tan grande? Salvar a todos recompensa a los que han asumido riesgos y castiga a los que han permanecido al margen. Como contaba Charles P. Kindleberger, profesor de economía del MIT durante 33 años, las autoridades se sienten compelidas a intervenir. Kindleberger explicaba en su libro “Manias, Panics and Crashes” que cuando se da el pánico “las autoridades o algunos ciudadanos responsables intentan frenarlo sea como sea”. Sencillamente, ningun gobierno quiere escenas de colas a las puertas de los bancos, pues significaría el caos en su sistema y la huída de los inversores internacionales.

Una crisis con responsabilidades personales

¿Era evitable todo lo que ha pasado en esta crisis? Probablemente, si los supervisores hubieran actuado con diligencia la situación no habría desembocado en el desastre actual. Además, cabe recordar en este punto que las instituciones “independientes” que calificaban las emisiones de deuda de los bancos han fracasado estrepitosamente en su papel. Pensemos que el banco de inversión Lehman Brothers tenía una calificación de alta solvencia la mañana en que quebró, lo que a la ruina añade bochorno e incredulidad. Así pues, no había otro resultado posible. Como el Premio Nobel de economía Joseph Stiglitz afirma, el sistema estaba montado de tal manera que el corolario no podía ser otro. Cuando se habla de los super-ejecutivos norteamericanos y se les compara con una casta de intocables se ha de pensar que se les pagaba unos sueldos ingentes porque se les atribuía la virtud de hacer que el sistema funcionara y funcionara bien. Que los accionistas consiguieran jugosos dividendos, que sus empresas alcanzaran beneficios anuales de dos dígitos y que los trabajadores de sus empresas se fueran por las noches a descansar a sus casa felices y contentos era una consecuencia del talento de esos “seres superiores” formados en las mejores universidades del país.

Sin embargo, la realidad era que el alargamiento de la bonanza del ciclo económico que ha terminado y que ha durado 15 años fue consecuencia de unos tipos de interés en EEUU al 1%, lo que provocó un crecimiento económico artificial. Los mecanismos financieros que se han roto y que han desencadenado la actual crisis pueden ser enloquecedoradamente complejos para los ciudadanos, pero la verdad es que con unos tipos bajos se disparó el crédito al consumo y el mercado inmobiliario. La posterior subida de tipos por parte de los Bancos Centrales para frenar una inflación espoleada por el alza del crudo condujo al pinchazo de la burbuja inmobiliaria. A partir de ahí los bancos comenzaron a descapitalizarse, lo que provocó restricciones en el crédito y la quiebra de bancos e instituciones hipotecarias.

Desde ese momento, los mercados bursátiles y los medios de comunicación hicieron el resto. Las bolsas son el escaparate en el que se materializan dos sentimientos muy humanos: la avaricia y el pánico.. La avaricia aparece cuando el mercado vive una situación de euforia. El pánico se genera cuando la paranoia visita el parqué bursátil. Cuando lo impensable sucede. Cuando nadie cree a nadie. Por ello, la volatilidad ha saltado en los índices bursátiles del entorno del 15 – 20% en los 5 años precedentes al 70% de septiembre y octubre. Todo ello atizado por unos medios de comunicación que han avivado el miedo al servir de amplificador. ¿A que nos conducirá todo esto? Con toda seguridad a más regulación y a un negocio bancario más tradicional y tranquilo. Casi aburrido.

Por último, un consejo. Si la paranoia visita al mercado no mire la pantalla. Como dice el periodista económico Jason Zweig ¿le haría usted caso a un maniaco depresivo, diagnosticado como tal, que acude a su casa a decirle que el precio de sus acciones ha caído cada hora? Olvídelo. Además, vender en una bolsa bajista arrastrado por el miedo es como intentar coger un cuchillo que cae. Se va a cortar. Busque otro punto de vista. Como dice Warren Buffet, las malas noticias en el corto plazo son el mejor amigo de los inversores a largo plazo, pues “te permiten comprar una porción del futuro norteamericano a un precio muy bajo”. Buffet, actualmente el inversor más rico del mundo y uno de los gurús más reputados, explica que no puedo predecir los movimientos de la bolsa y que no sabe si los precios estarán más altos o bajos dentro de un mes o un año. Pero como buen seguidor de Benjamin Graham, uno de los inversores más reconocidos del siglo XX, “hay que ser temeroso cuando los otros están eufóricos y ser eufórico cuando los otros son temerosos”. Y a Buffet no le ha ido mal.
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