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Blog Felipe Sanchez Coll
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Plutócratas y todos los demás

“Déjame que te diga algo sobre los ricos. Ellos son diferentes a tí y a mí”

Francis Scott Fitzgerald.

 
Ser rico ya no es lo que era. Sencillamente, porque en la última década hay una categoría superior: los súper ricos. En el nuevo libro de la periodista económica Chrystia Freeland, “Los Plutócratas: El ascenso de los nuevos globales súper ricos y la caída de de todos los demás” , se describe con detalle como en EEUU se ha ido abriendo la brecha que separa los ricos y los pobres. Pero, lo que hoy en día significa ser verdaderamente rico es algo que comienza a escaparse de una escala “entendible y asumible”. 
 
En su libro Freeland cita un ejemplo que utilizaba Robert Reich, Secretario de Trabajo en la Administración Clinton, para ilustrar el caso. En 2005 la fortuna de Bill Gates, creador de Microsoft, era de 46.500 millones de dólares, mientras que la del inversor Warren Buffet era de  44.000 millones de dólares. En ese mismo año, la riqueza combinada de los 120 millones de estadounidenses de rentas más bajas, el 40% de la población, sumaban un total de 95.000 millones de dólares. Es decir, sólo 2 personas tenían tanto como 120 millones
 
Freeland expone que la brecha realmente importante no es la que se da entre el 1% de la población y el restante 99%; si no, entre los ricos que ocupan la cumbre, el 0,1% de la población, y todos los demás. En esta “cima” poblacional se sitúan los grandes oligarcas, muchos de los cuales han amasado fortunas colosales. Un hecho que les proporciona un sentimiento de triunfo y de merecida victoria en un mundo de competencia asesina. De este modo, Freeland los define como una clase transglobal de exitosos empresarios, los cuales a menudo sienten que tienen más en común entre ellos, independientemente de si sean rusos, chinos o indios, que con sus propios compatriotas.
 
Como escribe el premio nobel de economía Joseph Stiglitz en su libro “El precio de la desigualdad”, el 1% de los estadounidenses controla el 40% de la riqueza del país. Una élite que disfruta de la mejor sanidad, ecuación y beneficios del dinero, pero no son capaces de darse cuenta de que “su destino está ligado con el otro 99%” de la población.
 
¿Es todo esto una exageración? Bueno, Citigroup parece que se lo toma muy en serio. El 16 de octubre de 2005 el equipo de Estrategia sobre Activos publicó un informe titulado “Plutonomía: Comprando lujo, explicando los desequilibrios globales”. En él los analistas de Citigroup argumentaban que el mundo se había dividido en dos bloques: los plutócratas y el resto. En ese escenario Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá eran las plutonomías claves. En ellas, los ricos absorben un pedazo desproporcionado de la economía y tienen  un impacto masivo en las cifras agregadas, tales como los tipos de remuneración del ahorro, déficits por cuenta corriente, niveles de consumo, etc…. Así, no hay un “consumidor estándar”, ya que están los super ricos y los demás. Este informe fue seguido por otro el 5 de marzo de 2006 titulado “Revisitando la Plutonomía: Los ricos se hacen más ricos”. En él continuaban defendiendo que los ricos probablemente se iban a enriquecer más aún en los próximos años. Básicamente, porque eran los que más se habían beneficiado del incremento de la productividad en los Estados Unidos. Por ello, había que seguir apostando por las acciones de empresas que vendieran servicios a las élites, como bancos de inversión (Julius Baer) o lujo (LVHM). En la parte opuesta, también se podía apostar por las empresas que ofrecieran grandes descuentos y que vendieran a todos los demás, especialmente a los de menores rentas. Según Freeland, el Índice Citigroup Hourglass, formado por acciones de empresas que cumplen el perfil antes descrito subió un 56,5% desde que se lanzó, el 10 de diciembre de 2009, hasta el 1 de septiembre de 2011, mientras que el DJIA sólo subió un 11% en el mismo período.
 
Sin embargo, ¿son malos los plutócratas per se? ¿por qué la gente no puede ganar enormes sumas por su talento? El problema radica en que la acumulación de dinero en pocas manos posibilita el ejercer influencia sobre los partidos políticos que, una vez en el poder, van a poder legislar. Prácticamente, en todo el mundo se permite  la financiación de las organizaciones políticos vía donaciones de particulares, corporaciones o grupos de presión. Ello sienta las bases de un sistema clientelar en el que los mayores contribuyentes son recompensados legislativamente de acuerdo a sus intereses. Un efecto mucho más acusado en aquellos países en los que un mismo grupo controla las instituciones políticas y económicas. Por ejemplo, según Freeland los más ricos miembros del Partido Comunista chino han amasado más riquezas que todos los miembros combinados de las instituciones del Gobierno estadounidense, incluyendo al presidente, su gabinete, los jueces del tribunal Supremo y las dos cámaras de representantes.
 
¿Qué resultado tienen las plutocracias? En términos generales, las consecuencias de la polaridad y de la desigualdad de las rentas son evidentes: altas tasas de delincuencia, baja cobertura sanitaria, pobres estándares en la educación pública, menor esperanza de vida, una dificultosa cohesión social y una menguante tasa de participación electoral. En suma, una democracia, si la hay, desacreditada y debilitada.  A juicio de Stiglitz, de todos los costes que la élite del 1% impone a la sociedad norteamericana el mayor es la erosión de su sentido de la identidad, en la que la igualdad de oportunidades es fundamental. Estados Unidos  siempre se ha enorgullecido de ser considerada una sociedad justa, donde todos tienen la misma oportunidad de ir hacia delante. No obstante, Stiglitz opina que las estadísticas sugieren otra cosa: las oportunidades de que un ciudadano pobre, o de la clase media, de su país llegue a la cumbre son mucho más bajas que en muchos otros países de Europa.  
 
Para concluir, los libros de Freeland y Stiglitz vuelven a demostrar que los mercados, por sí solos, no son el mejor mecanismo para redistribuir los recursos en una sociedad. Simplemente, porque en lugar de promover una verdadera competencia entre muchos agentes, su tendencia es la de dar ventaja a los “jugadores” internacionales más grandes frente al resto. Gracias a ello, pueden acumular ingentes riquezas e influir sobre las políticas de los gobiernos. Por ello, el papel del estado proporcionando una adecuada regulación y supervisión es esencial. ¿Tienen arreglo estas situaciones? Sí. La premisa básica es la actuar con total transparencia, manteniendo y apoyando  organismos independientes que puedan evaluar y supervisar la gestión pública. Ello mitigaría y reduciría las posibles connivencias entre políticos y oligarcas. Además, se producirían otros efectos positivos. Como llamativamente demuestra el trabajo de ALT y LASSEN (2006)   aquellos países que ofrecen una mayor transparencia en su gobierno público son los que (sorpresa, sorpresa) tienen una menor deuda pública. La alternativa es que prosperen aquellos que puedan avanzar con sobres o donaciones, mientras que el otro 99% sólo le queda mirar.
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