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Blog La gran mano invisible
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Rosebud

"Este es el día más humilde de mi vida"

Rupert MURDOCH

.

Hoy dedicaremos estas líneas a intentar desentrañar un pequeño misterio que nos acecha desde la noche de los tiempos.

La mano que da de comer

Porque siempre hay unas facturas que pagar, porque nunca sabe uno lo que le deparará el futuro. Porque la comodidad está en la esencia del Hombre, como bien dejó escrito Rousseau.

Por todas esas cosas y por muchas más inferimos que el Hombre resulta ciertamente previsible, y la vida en su conjunto se muestra aleatoria. Sus etapas o ciclos y el carácter estocástico con que se comporta el Mundo hacen que el resultado combinado de todos elementos sea más que fascinante.

¡Cuántos bosques!

Desde los tiempos de Godoy más de uno aprendió a cultivar amistades, acercándose a los fuegos más confortables, para no morir aterido en la oscuridad de sus respectivas profesiones.

Encontramos una gran profusión de individuos de esta calaña entre el mundo de la política y del amiguismo que (triste e ¿inevitablemente?) deriva de ella en este Gran país.

Todos, con proyección nacional o local, se caracterizan por una baja capacitación (real) y un alto performance, siempre logrado a la sombra de un árbol público. España, ¡cuántos bosques!

Algunas personas, ufanas, ante tan pretendido límite de impunidad, se postulan como intocables. El magnate australiano de la comunicación era un ejemplo. Era. Ya no lo es.

En nuestro país muchos especímenes (criaturas, como diría el inefable Pancracio Celdrán) pululan con esta música de fondo, arrasando a su alrededor, pues en ese instante están en la cresta de la ola.

Todos conocemos dedazos de los de libro; en la empresa privada y en la administración pública. Quizá el estilo de liderazgo sea su característica más notable, con una marcada línea de acción en torno al líder de tipo dictatorial o tirano.

Hundiendo el análisis en las raices de estos sujetos encontramos que tras su prepotencia se esconde un manojo de complejos.

La cuestión no sería tanto si requerirían de ayuda clínica colegiada como si su gestión se ve perjudicada por tamañas limitaciones personales.

Y es que cuando algunos se encaraman, allá a lo alto, asidos a las firmes velas del palo mayor, otros -desde abajo- vaticinan su pronta caída, con más fruición de la que aquéllos muestran en el alarde de su victoria.

Magnates de la comunicación y de la construcción; banqueros (que no empleados de banca) y financieros por doquier. Algunos adalides de estómago lleno: periodistas, tertulianos de profesión y directores de medios de comunicación. Tanto da a estos efectos si hablamos de España, Estados Unidos o el Reino Unido.

Ahora es Murdoch el que recibe un golpe. Un duro golpe. Y lo encaja con gallardía y cinismo, como self made man que es.

¿Y el baño de humildad? ¿Vendrá?

Hace sólo unos días cierto tertuliano-profesional demasiado "caracterizado" para una misma "causa" (una cotizada del mercado continuo español) ha recibido un finiquito de manera telefónica, según declaró en su cuenta de twitter.

Resulta que recientemente había metido los dedos en el ojo de la mano que le daba de comer (indirectamente, en los ojos del establishment que ha hecho posible que esa mano pudiera darle de comer durante todos estos años), y se los ha cortado. Sin más paliativos ni anestesias.

Y el tertuliano se enreda (él solo) en un ataque furibundo contra lo que hay más a la izquierda de la izquierda (que no es la derecha), y en éstas se encontraba cuando se ve en el paro, digamos que con una jubilación anticipada. Y es que uno debe cuidar a la mano que le da de comer, como es bien sabido. Porque igual que te encumbra hasta el mástil te puede hundir con el ancla.

Este periodista, tras tantos años sirviendo a la "causa" (un savoir faire que se vanagloriaba de "quitar" y "poner" gobiernos en este país) no había reparado en su atrincheramiento paulatino y en que esa "causa" se ha vendido al mejor postor (un fondo de inversión "de neocons", quién se lo iba a decir a su fundador, que empezó vendiendo libros, puerta a puerta), que va y resulta ser "otra causa" diferente.

El dedismo es una profesión

La Cosa pública y lo que la circunda. En los últimos tiempos hemos asistido exhaustos a grandes espectáculos de cinismo con dos rombos, no admitidos para los menores de edad (democrática).

Parafraseando a Ridley Scott, "nosotros hemos visto cosas que vosotros no creeríais":

  • Incendiar facturas más allá de perder unas elecciones, escondiendo la deuda en un cajón, justo antes de abandonar el gobierno de una Comunidad Autónoma
  • Practicar privatizaciones en empresas públicas, utilizando a amigos-gestores nombrados a dedo
  • Políticos que se granjean un futuro como consejeros delegados de las mismas empresas públicas previamente privatizadas (a veces, por ellos mismos)
  • Sastres que acabaron cobrando, de quien nadie se imaginaba
  • Flagrantes despropósitos de gestión y en materia política que quedan impunes (penalmente)
  • Chicharros bancarios lanzados como señuelos para inversores ludóptas en sus formatos de OPV y OPS

Y un largo etcétera. Hasta llegar a aburrir.

La "opción voz" de Hirschman

En su fenomenología de la participación, Hirschman habla de ejercer la opción voz para la representación pública. Podemos hacer una analogía y elevar sus conclusiones al enchufismo y amiguismo netamente españoles.

En términos microeconómicos, el mercado de trabajo se ve imperfeccionado en presencia de individuos que afectan al lado de la oferta, haciendo uso de sus contactos no profesionales, de 220V.

Más tarde emplean de esa patente de corso para alimentar con cinismo y doble moral a esa mano que luego les va a dar de comer.

El problema estriba en cómo, en ocasiones ese espécimen, pasado el tiempo, pierde sus "superpoderes" y se vuelve mortal, de nuevo.

Y Murdoch habló, y quiso mostrar su humildad

Porque es entonces, antes de recibir la ira implacable de los que antes se vieron sometidos a su tiranía, en ese momento, se les oye exclamar de nuevo, en medio de un sollozo, aquella misteriosa palabra que nadie le había oído pronunciar desde su ya lejana infancia:

¡Rosebud!

¡Rosebud!

 

Fernando Castelló

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