EL FALO
01-12-09
Siempre hemos pensado que el falo es a los hombres lo que las tetas a las mujeres. Sabemos que es una muy personal y subjetiva interpretación de unas realidades colgantes y colgadas, pero qué se le va a hacer, si así es nuestro caótico/caprichoso discurrir.
Una vez escribimos que lo único que echamos de menos de nuestro cuidado y deseado cuerpo es tener unas hermosas pero moderadas tetas. Estaríamos todo el día mirándonos al espejo y tocándosnoslas. Joder: se podría llamar el onanismo de las tetas, ya que el onanismo con nuestro falo ya nos aburre y nos cansa. Nunca hemos sabido con certeza por qué tenemos el brazo derecho más fuerte y desarrollado: si porque somos diestros; o porque hemos jugado mucho a deportes con raqueta como el tenis; o porque en su día nos hicimos demasiadas pajas. Un misterio. Pensamos más bien que fue por las pajas, pero bueno, da igual.
Vimos una vez un interesante y serio documental sobre las tetas. En él hablaban muchas mujeres, de todas las edades, blancas, morenas y negras, sobre sus tetas: qué sintieron cuando les salieron, cómo es su relación con ellas, cómo las valoran, y hasta hablaban y posaban enseñándolas, con absoluta y norteamericana naturalidad. Incluso las viejas (no demasiado, así de sesenta y algo) posaban tan contentas, y descubrimos que una tetas de una vieja o mujer ya muy madura, pues también pueden ser bellas.
Nosotros los hombres no podemos enseñar nuestro falo así como así. No creemos que hagan un documental parecido sobre el falo masculino. Es curioso: se puede hacer un documental sobre las tetas, y no pasa nada. Pero si alguien hace uno sobre el falo, y hay norteamericanos aspirantes a posar tan contentos con él, estamos seguros que se consideraría pornográfico. Todo se andará. Pobre de nuestro falo, que siempre tiene que estar escondido y oculto, porque es demasiado explícito y agresivo.
Nosotros tenemos una buena relación con nuestro falo, que además está circunciso, que no es lo mismo que circundado. Ya nos gustaría que estuviera siempre bien circundado. O circunscrito, que no tiene nada que ver. En todo caso, proscrito, debido a la moral imperante, imperiosa o imperada, que siempre nos hacemos un lío con las palabras. No sabemos por qué está proscrito. Hemos visto en documentales a indios del Amazonas o por ahí y a negros africanos que viven y se pasean tan contentos con sus falos al aire, y nadie se escandaliza. Una contradicción.
A nosotros nos gustan tanto las tetas femeninas, que siempre las miramos y admiramos, eso sí, con prudente discreción. Le hemos preguntado a alguna amiga de confianza sobre cómo es su relación con sus tetas, y si se acuerda mucho de que tiene tetas. Como suponíamos, nos dijo que las mujeres, a lo largo de todo el día, ni siquiera se acuerdan que tienen tetas. Están simplemente ahí. Qué pena. Qué desperdicio de tetas.
Algo así nos pasa a los hombres. No nos acordamos de que tenemos falo hasta que sin querer o queriendo, nos empalmamos. Hasta ese momento, sentimos lo mismo que las mujeres por sus tetas. Incluso cuando hacemos pis, nosotros que bebemos tanta agua mineral para luego en la comida poder beber cerveza, vino tinto y güisqui por este orden, ni nos acordamos de nuestro pobre falo. Somos unos egoístas. Sólo nos acordamos de nuestro amigo el falo cuando lo necesitamos.
Preguntamos una vez a una amiga psicóloga en ejercicio, terapeuta, no sólo que fuera licenciada o doctora, por qué las mujeres encontraban tan irresistible el falo masculino, y por qué se prestaban tan de inmediato y con tal devoción al ejercicio de la felación (dicho en fino, que te coman la polla). Nos contestó algo sorprendente, y que nos dejó muy intrigados. Nos dijo que era la manera, no sabemos si freudiana o no, de controlarnos, de hacer notar su poder, de dominarnos. Es decir: en el momento de la felación, el poderoso y muy macho hombre está completamente en manos (o en boca) de la mujer: desarmado y débil, existe siempre la posibilidad de que la mujer te pegue un buen mordisco, vamos que cierre bien fuerte la boca, y te quedes para siempre sin falo. La cosa acojona sólo de pensarlo. Maldita la gracia de conversación con la psicóloga. Después de esa conversación, ya nos ha quedado la preocupación de que la mujer que nos la coma, se la quiera comer de verdad. Por eso ahora, ante cualquier posible felación, nos aseguramos de habernos portado bien con la mujer en cuestión, y que no haya ninguna cuita o cuenta pendiente.
El falo. Qué haríamos sin nuestro falo. Qué harían ellas sin él. Pues seguiremos hablando del falo en nuestra siguiente serie de columnas: “El falo ausente”; “El falo intermitente” y “El falo esplendente”.
Vaya: ya nos hemos empalmado de tanto hablar de tetas y de falos. Qué fastidio, ahora que estamos solos.