YA TODO SERÁ DEMASIADO TARDE
27-07-11
No nos damos cuenta, pero la muerte acecha en cada esquina.
Malditas esquinas, que sólo sirven para encontrar nuestro destino.
Uno piensa que siempre hay tiempo. Que el futuro es algo laxo e indeterminado. Mentira.
Sólo con cierta edad (así, los cincuenta) uno se da cuenta que lo que menos tenemos es tiempo.
Y si acaso todavía lo tuviéramos nosotros, no lo tienen a quienes queremos.
Hablamos de nuestros padres y madres.
Tantas veces maldecimos que en el verano del 2006, el último verano que nuestro padre no fue dependiente, y va y nosotros nos vamos a USA con la familia, volvemos solos, y encima nos quedamos de Rodríguez el mes de Agosto, haciendo el ganso y ligando con mujeres de las que ya ni nos acordamos. Mes perdido para nada, y jamás recuperado.
Jamás nos perdonaremos no haber pasado ese último verano de salud plena con nuestro padre. Claro, no lo sabíamos. No sabíamos que un año después nuestro padre estaría en silla de ruedas, masacrado por un ictus debido a una negligencia médica, pero con toda su inteligencia plena, y observando a diario la servidumbre y esclavitud de su dependencia.
Durante esos días (ocho terribles meses) no hubo suficientes esquinas en Madrid para que nosotros pudiéramos apoyarnos y llorar a solas.
Por eso tenemos que cuidar a nuestros padres y madres mayores.
Hoy están vivos. Y mañana, muertos. Tu rostro mañana, que diría Javier Marías. Tu muerte mañana, que decimos hoy nosotros.
Tenemos que volver a enseñar a vivir a nuestros padres. Pierden la ilusión debido a la vejez (esa catástrofe), y nosotros debemos insuflarles (como dioses paganos) el deseo de vivir.
Es nuestra principal obligación, y debería ser nuestra principal devoción.
Lo hijos tendemos siempre al egoísmo con nuestros padres. Nos creemos poderosos y sanos, y resulta que nuestra vida pende de un hilo invisible pero cierto.
Así observamos ya la independencia de nuestra hija, que no egoísmo. Y también observamos maravillados la generosidad y empatía de nuestro hijo, en el que tanto nos reconocemos, hasta marcadores genéticos como unas orejas sobresalidas, rayando las orejas de soplillo, pero sin caer en la fealdad, porque él es un cachorro hermoso que arrasará el corazón de futuras mujeres. Le tenemos que enseñar cómo tratarlas, para que ninguna rompa su tierno corazón. Usaremos toda nuestra sabiduría para que esté atento a las devastadoras y capciosas armas de mujer, y que sea siempre un hombre de carácter frente a ellas, porque no hay nada que desprecie más una mujer que el hombre débil.
Les pirran los hombres suavemente canallas e incontrolables.
Los hijos tenemos la impresión de que malgastamos nuestra vida cuidando de nuestros padres.
Muy al contrario. No sabemos que cada minuto de ternura y paciencia con ellos, es tiempo que ganamos para nuestra salvación.
No salvación religiosa. Que no, que eso no existe.
Salvación de nosotros mismos y de nuestros personales demonios.
La entrega es más enriquecedora que el recibimiento. Recibir es algo pasivo y fácil.
Dar es a veces un acto de anónimo heroísmo.
En la entrega, en la dación, uno se hace más grande como persona: más sabio, más complejo espiritualmente, más interesante incluso para uno mismo.
En el recibimiento, uno se hace más perezoso, todo lo da por hecho y se convierte en un egoísta que sólo está atento al cumplimiento de su último capricho, y al final le puede una insuperable molicie espiritual.
Nuestros padres y madres nos dieron todo lo que tuvieron.
Es justo que ahora nosotros les demos todo lo que tenemos, incluso lo que no tenemos: tiempo y, a veces, tampoco ganas.
Porque un día ya todo será demasiado tarde.
Y vendrán los fútiles arrepentimientos. Demasiado tarde.