FUMAR
25-07-11
Fumar nos recuerda a ese gran libro/ensayo (a la manera de Montaigne) de Vicente Verdú, que se titulaba Días sin fumar.
Verdú escribía en El País, como su tocayo valenciano Manuel Vicent, que escribía peor y más cursi y seguía al pie de la letra los dictados del rico Juan Luis Gañán, perdón, Cebrián.
No sabemos ya nada ni de Verdú ni de Vicent, puesto que ya no compramos El País, pero siempre escribirá mucho mejor el primero que el segundo.
Vicent es igual de cursi que Antonio Gala pero en heterosexual. Algo es algo, Vicent. No te quejes, que además y según Javier Marías, los hombres con perilla no son de fiar.
Recordamos vagamente del libro de Verdú, que él dejó de fumar por la tos.
Odiaba toser, ergo dejó de fumar. Qué suerte, Verdú.
Nosotros leímos en su día el libro de Verdú sobre la adicción al tabaco. Se lo prestamos a nuestro padre, para que se motivara y dejara de fumar.
Por cierto. Nunca hemos vuelto a ver el libro. No está en su difunta biblioteca. O sea, que seguramente dejó el libro a una tercera persona. Por eso nunca nosotros dejamos un libro a nadie. En eso somos unos verdaderos tacaños. Preferimos comprárselo.
Fumar como que no está muy de moda, y menos con la última ley sociata o socialera.
Ahora resulta que los sitios que no tienen terraza están cerrando arruinados, mientras los que tienen una buena terraza, se están forrando. Cosas de la ley de oferta y demanda, porque los fumadores solemos ser los mejores clientes y los que más gastamos. Sociología/psicología básica, de primero.
Con nuestro querido padre, al alimón, intentamos muchas veces dejar de fumar. Acupuntura de todo tipo: con agujas de verdad (que duelen) o láser. Con psicología y memeces. Con parches y chicles de nicotina.
Lo único que no intentamos fue el hipnotismo. A los dos nos daba miedo y pensábamos:
A ver si después del trance nos quedamos gilipollas, o somos otras personas, o volvemos a ser unos niños de seis años.
Antonio Garrigues Walker, conocido de nuestro padre y nuestro, dejó de fumar gracias a un hipnotismo en NY.
Como decía nuestro padre con secreta malicia: Antonio no es un jurista. Es un buen relaciones públicas. O sea: que nada se perdió con el hipnotismo de Antonio.
Algunos resulta que tenemos una rara genética. Vamos al médico, nos miran los pulmones, y con asombro el médico nos dice que pareciera que no somos fumadores.
Por otro lado, tantos son los amigos y conocidos que han dejado de fumar, y a los cinco, diez o veinte años les salen todos los males, mayormente cáncer de pulmón.
Tenemos la rara teoría científica, cuasi empírica, de que, a cierta edad, dejar de fumar es dañino: el cuerpo, sabio él después de millones de años de evolución, se ha adaptado a un tóxico tan potente como el tabaco.
O sea: que dejar de fumar es perjudicial para la salud.
Claro que hay otras consecuencias a causa del tabaco: el envejecimiento prematuro de las arterias, que es lo que le pasó a nuestro padre, coronado todo con un maléfico ictus o infarto cerebral.
Nosotros (hemos heredado la genética, para bien o para mal) ya hemos tenido algún síntoma: hormigueo en los pies, piernas y brazos, concretamente del lado derecho (o sea, que la carótida izquierda empieza a estar mal. Somos animales inversos, puesto que fuimos reptiles).
Los alemanes, tan precisos y económicos con el lenguaje, lo llaman Raucherbein, pierna de fumador, que te la pueden amputar por falta de riego sanguíneo.
Menos mal que hace ya cinco años nos desayunamos todos los días con ADIRO 100, es decir, con cien miligramos de aspirina.
Tan poco pedimos tanto a la vida. Tan sólo unos cinco años más para dejar bien formados y educados a nuestra hija y nuestro hijo, que con seguridad vivirán en el extranjero, tal es el erial que han dejado los socialistas. Espero que no se casen con ningún calvinista, porque seríamos capaces de levantarnos de nuestra tumba.
Lo demás. Pues nos empieza a dar igual. Qué se le va a hacer.