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Las sandalias

LAS SANDALIAS

25-06-11

 

Es tiempo de sandalias, claro que sí. Pues escribamos una columna sobre las sandalias.

Para empezar, etimología, que tanto nos gusta. Sospechábamos que venía del latín, incluso del griego, porque en las pelis de romanos y griegos los actores van siempre con sandalias. Nuestro rigor histórico y fuentes son apabullantes en su erudición. Entonces no existían ni los Sebago ni los Church’s.

La sandalia es un calzado compuesto de una suela que se asegura con correas o cintas. O también: zapato muy ligero y muy abierto, usado en tiempo de calor.

Eso dice el diccionario. Pues vale, nos gusta, sobre todo lo segundo.

Últimamente hemos descubierto que las mujeres también tienen pies. No es que fuéramos tan idiotas (que también) de pensar que las mujeres no tuvieran pies. No. Simplemente no nos habíamos fijado mucho, no les habíamos dado demasiada importancia.

La mujer, para regocijo de nosotros los hombres, se desnudan en verano.

Dejan los pantalones largos y se ponen faldas cortas, shorts y camisetas de tirantes, que dejan sus lúbricos hombros al aire y marcan sus adorables pechos. Parecen otras mujeres, porque en el invierno siempre se mostraban como cabreadas y atareadas, grises. No parecían mujeres, sino monjas ursulinas o así.

Las sandalias conforman una parte esencial del vestuario veraniego de una mujer.

Si antes por la calle  sólo mirábamos a las mujeres sus tetas y sus culos (como todo hombre poco evolucionado que se precie), ahora sólo les miramos los pies y su preciosas y variadas sandalias, con el agravante de que como ahora vamos mirando todo el rato  al suelo, ya nos hemos dado un par de buenos leñazos contra un árbol o una señal de tráfico.

Pero qué sufrido y sacrificado es ser hombre!

Hay un gran surtido de sandalias, y de hecho ya se nos podría considerar unos estudiosos, unos eruditos de las sandalias femeninas.

Hay tantas y tan distintas, que casi todas nos gustan. De hecho, nos gustan más que los zapatos femeninos con tacones, que todavía no comprendemos cómo las mujeres son capaces de meter sus preciosos piececillos en esas estructuras tan pequeñas y raquíticas, cámaras de tortura para la pobre mujer, que por estar a la moda y parecer más alta es capaz de ponerse cualquier cosa.

Las sandalias femeninas, en cambio, tienen pinta de ser muy cómodas.

El otro día, con nuestra mujer fuera de casa por supuesto, intentamos probarnos unas suyas, a ver qué tal. Qué pena, porque nuestro pie no cabía ni en broma.

La mujer, como es coqueta y siempre se acicala y se cuida aunque no tenga pareja a la que gustar (es algo genético, evolutivo, el afán por el acicalamiento que tiene la mujer), lleva perfectamente cuidadas sus uñas, que casi siempre quedan al aire con unas buenas sandalias.

Algunas se pintan las uñas de colores. Otras incluso se ponen dibujos en ellas, como una flor o un muñeco, que lo hemos visto, en serio, no es broma.

A nosotros nos gustan todas las sandalias y todos lo pies cuidados de las mujeres. Hombre, que no tengan juanetes y cosas raras, que además nunca hemos visto  uno, porque si pensamos que un pie femenino va a tener cosas raras y que nos asusten, pues dejamos de observar y miramos para otro lado.

Además y curiosamente, los pies de las mujeres no suelen oler a nada, y aunque hayan estado todo el día por ahí.

Nosotros le hemos comido los pies a alguna mujer y reaccionaba: Pero qué haces, guarro, que los debo tener sucios.

Contestación galante  de un antiguo seductor profesional: Pero si te huelen a rosas. Y ay ésas uñas tan bonitas y cuidadas que tienes. Te voy a comer entera. Ven aquí.

Esto se lo dices a una mujer, y ya te quiere para el resto de su vida. Son así de impresionables, las mujeres.

A nosotros las sandalias y los cuidados pies de una mujer nos ponen, y mucho. Cuando estamos en intimidad con ellas, le hacemos mucho más caso a los pies que al resto del cuerpo. Alguna nos ha llegado a preguntar muy mosqueada: Qué pasa, que ya no te gustan mis tetas?

Tendremos que consultar con nuestra psicóloga/psiquiatra el por qué de este nuestro repentino y compulsivo interés por los pies femeninos y las sandalias.

Nos estaremos haciendo viejos? Y encima verdes

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  1. #3
    7.......s
    28/06/11 00:21

    como diria nuestro melancolico hamlet, ser o no ser esta es la cuestion, mas aun podriamos llevar esta pregunta un poco mas alla y preguntarnos ser o tener, o incluso podriamos llegar a conclusiones dispares, ser para tener o tener para ser, aqui es donde el concepto de tenencia no se debe de confundir con intendencia, pues el acumular algo que no sean conocimientos ...nos convierte en perros ...pero no en el concepto cinico o kinico, sino en su acepcion de servil, y solo sirvo a la verdad y a dios, ser pues un perroflauta es estar mas cerca del camello y por ende mas proximo al paraiso...abrazos.

  2. en respuesta a Boswell
    -
    #2
    27/06/11 23:32

    Hola Boswell.

    Vengo de EC donde he intentado poner un comentario y me encuentro un aviso de cerrado de 11 de la noche a 7 de la mañana. Ave María Purísima. Vaya chasco. Parece que allí no se fían de dejar a los nenes solos sin la seño que los vigile. O que decidieron abolir el internado, para que los píos padres salesianos no les dieran un repaso a los alumnos por las noches.
    El caso es que me ha parecido un poco decepcionante. Que ya somos mayorcitos, digo yo. Y si a alguno se le cruzan los cables y le dice a otro tres veces lo que lleva tres años deseando decirle y le manda tres veces a tomar por donde amargan los pepinos pues ya está. Se ha desahogado, a mostrado su carácter de democrata de toda la vida y aquí paz y después gloria. No creo que haga falta un moderador para eso ni que sea necesario cerrar el kiosko cuando el moderador acaba su jornada.
    En fin.

  3. #1
    26/06/11 10:37

    Día de atroz calor, aquí en la Meseta. Manda güevos.

    Espero que esta columna no ofenda ninguna sensibilidad femenina.

    Es legítimo el uso de palabras malsonantes (sin pasarse), porque así se evita el peor horror estético de todos, la cursilería.

    Muerto Umbral, el 31 de Agosto del 2007, nos quedamos huérfanos. Lo que por entonces no sabíamos es que a los tres meses también nos quedaríamos huérfanos de padre, ahora polvo enamorado en una estrella.

    Aunque ya teníamos una novela media acabada por esas fechas, sólo fue en Marzo del 2009 cuando nos animamos a escribir columnas. Y hasta hoy.

    Yo creo que empezamos a escribir columnas por aburrimiento….Por aburrimiento de no poder leer nuevas columnas de Umbral, y porque la mayoría que leíamos nos parecían previsibles y casi todas parecidas entre sí.

    Y entonces pensamos: “Ya que no te escriben las columnas que te gustaría leer, escríbelas tú”.

    Umbral canonizó para siempre la columna como género literario mayor, que no menor.

    Le añadió tres cosas que hasta entonces y sólo de forma intermitente tenía: ingenio y talento desbordados; variedad e interés de los temas; y cuidado máximo, pero también invención y “violación” del lenguaje, del estilo.

    La columna interesante es la que habla sobre la nada, o sobre temas nimios y absurdos. La columna política, de actualidad, está muy vista y la puede escribir cualquiera.

    Ahora cualquier persona no profesional escribe excelentes columnas en forma de comentarios en foros y en blogs, como en el medio digital “El Confidencial”, uno de nuestros favoritos, entre otros motivos porque hay poco progre y poco “rojo”. Ja, ja.

    Lo de menos es el tema. La columna tiene que cumplir con su primera función: atraer la distraída atención del lector, que entre el trabajo, el estrés y el tiempo que se pasa mirando páginas porno o leyendo el “Marca”, pues no tiene muchas ganas de leer columnas bien escritas.

    La columna, tanto para el lector como su autor, es una deliciosa frivolidad.

    Mejor los temas nimios, costumbristas, porque así se nos olvida durante unos minutos la “atropellante” actualidad, y se obvia el debate político, tan estéril, porque nadie se deja convencer por nadie.

    Además, lo costumbrista tiene una gran ventaja: no atado al presente, y no habiendo ninguna referencia a sucesos concretos del hoy, se podrá leer (y entender) dentro de 80 años.

    Al menos eso decía el inconmensurable Dr. Samuel Johnson, crítico de críticos, cuyo canon todavía no ha sido superado por ningún crítico literario.

    Cualquiera puede escribir una columna. No es tan difícil si….se tiene el tema. Teniendo tema y sólo el título, uno ya tiene columna.

    Porque la columna, como género literario breve y urgente, es una simple improvisación, una divagación sobre un tema, del que se habla poco (sólo al principio y al final, como una coda), y que es el pretexto para hablar de otros muchos que en nada tienen que ver con el título, y que se encadenan de una manera sucesiva y aparentemente caótica, y que se adaptan a una suerte de escritura automática e involuntaria del autor.

    Por eso las mejores columnas son las que hablan sobre nada, y tan sólo son puros ejercicios de estilo que ponen a prueba el ingenio y la capacidad de improvisación del autor.

    Pero lo dicho. Lo más importante es que la columna atraiga la atención del autor, sea para entretenerle, para hacerle sonreír o incluso reír a carcajadas; sea para irritarle o provocarle; sea para emocionarle o hacerle reflexionar.

    Todo vale, menos dos cosas: escribir aburrido y escribir cursi.

    Es preferible pasarse en la provocación, en la excesiva utilización de palabras malsonantes, la sal y pimienta de la prosa, que ser aburrido, previsible y políticamente correcto, el mayor horror intelectual que ahora padecemos, y que de forma incomprensible la progresía oficial ha abrazado como propio, cuando es un invento calvinista USA.

    Una buena columna, del entorno de 600-800 palabras (más no, que el lector distraído se distrae todavía más) es como un buen chocolate cuando uno tiene ganas de algo dulce: tiene que ser bueno y en muy pequeña cantidad, porque en demasía, sacia, satura y engorda.

    Me gusta compartir mis columnas con vosotros.

    Como decía PGC, escribir/leer es una forma de comunicación, igual que el Twitter.

    Unas columnas saldrán mejor. Otras peor. Qué más da. Lo que cuenta es el intento y la intención.

    Y el que no quiera leerlas, ya sabe lo que tiene que hacer: pues no leerlas y que se haga una paja de paso y así se relaja un poco.

    Lo que me parece injusto y desproporcionado es que se critique y se despache una columna de 700 palabras con un despectivo comentario de 20. No hay proporción, no hay comparación homogénea.

    Aquel que me quiera rebatir algo de una columna política (que son las que menos me gustan escribir, pero a veces me dejo llevar por el cabreo puntual y la indignación, porque yo también tengo derecho a estar “indignado”, como los perroflautas de la Puerta del Sol, a los que por cierto me refiero en una columna que pondré mañana), le desafío a que haga lo mismo que yo: que escriba una “contra columna” de 700 palabras sobre el mismo tema.

    A ver si hay güevos.

    Criticar es fácil. Crear (aunque sea algo mediocre y sin valor estético) es mucho más difícil.

    Bueno. Me voy a hacer otro café, que me aburro de mí mismo, algo horroroso.

    A vuestra salud.

    Y buen domingo.

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