EL PERDÓN
14-03-11
Dos de nuestras películas de cine favoritas de todos los tiempos (El Padrino I, II y III, de Coppola; y Sin perdón, de Eastwood) son dos grandes ejercicios y elogios de la venganza y la ausencia de perdón.
Han nutrido nuestra naturaleza masculina, siempre un poco bestial, animal, brutal, aunque no nos guste tener esos malditos gustos, leñe.
No debería ser así la vida, el vivir, el transcurrir/discurrir heraclitiano o como se escriba. Todavía no lo sabemos, pero el perdón es liberador, cauterizador, salvador. Vamos a intentar demostrar por qué.
Por qué de repente se nos ocurre escribir sobre el perdón?
Pues así son las cosas, y los temas de nuestras columnas se nos aparecen de la forma más inadvertida y misteriosa. Cosas del crear. Cosas del querer a todos nuestros hermanos, los seres humanos. Bueno, todos no. Excluimos a nuestros cuñados, por ejemplo, que tienen aspecto (y espíritu) de cucarachas. No son nada humanos, que conste.
Pero la idea de escribir esta vez una columna sobre el perdón nos la ha sugerido una víctima, una superviviente, sobrevivida, sobrevenida (supraviviente) del 11 M, y después de ver una entrevista en internet.
Ahora escribimos a la antigua usanza. Es decir, a mano y en uno de nuestros múltiples cuadernos a rayas (A4, 90 gramos, marca Oxford), ya que odiamos cordialmente los cuadernos a cuadritos, porque nos marean los malditos cuadritos.
Estamos tan preocupados por el presente (y el futuro), que hoy hemos decidido darnos un homenaje lunero (de lunes, no de luna) y solitario: comer un cochinillo en un excelente asador castellano del pueblo cercano.
Nosotros, cuando estamos preocupados, comemos cochinillo, o jamón ibérico. Otros se hacen una paja, por ejemplo. Cuestión de gustos y colores.
Hoy no queremos compañía. Queremos estar solos y pensar.
Hay una forma de perdón que no es tal. Tal sólo es su apariencia. Hasta existe una frase hecha: Te perdono la vida. Y otra expresión, tan sabio es el lenguaje, destilación milenaria del espíritu, en su insondable e inmaterial alambique: perdonavidas, palabra obviamente peyorativa. Soberbias, falsas y malignas muestras de perdón. Mejor no pedir perdón si no se hace desde el fondo del corazón.
Como reconoce y expresa esa dulce señora de la entrevista de la tele, víctima directa del 11 M, el perdón deber ser incondicional.
Es decir: el perdón ha de ser verdadero, no una artificial postura cara a la galería, una impostura, se suele decir.
El perdón debe ser llorado y sentido. Debe ser metabolizado. Debe ser hasta orinado (y perdón por el tropo).
Admiramos profundamente a esa mujer, que se ha reconstruido así misma y que no tiene aparentes secuelas. Es bellísima en su dulzura (y desgracia), en su perdón, en su ausencia de rencor. Le (la es laísmo) cubriríamos de abrazos y besos y hasta que no pudiera más y dijera: Basta, y así olvidara sus traumas.
Menos mal que existe la memoria selectiva, último y máximo logro de la evolución darwiniana. Sin ella, no sólo no podríamos vivir: no podríamos ni morir, coño.
El libre albedrío nos indica qué podemos hacer. Depende de cada uno.
El perdón nos hace mejores.
Con el perdón al fin podemos conocer el último recoveco de nuestra alma.
No hay nada más generoso que el verdadero perdón. Nada.
P.D. Somos declarados heroinómanos de la heroína Esther Sanz, que viajaba en uno de los vagones malditos del 11 M, y en el que explotó una de las bombas, matando por ejemplo a un chico joven que se sentaba al lado. Tantas secuelas tuvo (y tiene) que ni recordaba que tenía hijos.
Sólo desde tal dulzura, amor y perdón, se puede sobrevivir personalmente ante tal debacle. Que Dios te bendiga, Esther.
Aquí estás, con tu sonrisa infinita:
www.youtube.com/watch?v=nttQFulzHjw&NR=1
www.youtube.com/watch?v=2sS6dP2RcVs&NR=1