LOS OLORES II
07-12-10
Somos animales de olores, aunque no lo sepamos.
Desgraciada o afortunadamente, hemos perdido gran parte de nuestra capacidad de oler. La evolución siempre es sabia, y se desprende de lo ocioso. No nos hace falta oler muy bien para sobrevivir, si acaso dos olores que generan la alarma general, como el gobierno de ZP/Cacalcaba, especialistas europeos en declarar el estado de alarma: el olor a quemado, y el olor a gas, que no huele a nada pero le añaden no sabemos qué sustancia para que nuestras atrofiadas pituitarias nos adviertan.
Si hay algo que no soportamos, son los olores de ciertos bares.
Uno se levanta todo confiado y contento. Se levanta cantarín y con hambre de un desayuno casero (zumo de naranja recién exprimido, nada de mariconadas de zumos envasados; fruta de temporada; cereales integrales; dos rebanadas de pan de molde integral impregnadas en el mejor aceite de oliva virgen, ahora nuestro favorito tiene nombre de marqués, Marqués de Griñón, insuperable; y dos o tres galletas crackers marca el Corte Inglés vestidas de la mejor mermelada amarga que hemos encontrado, La Vieja Fábrica. Las caras mermeladas inglesas de importación, decepcionantes, otra mariconada esnob).
Uno se ducha, se afeita (con cuidado, para dejar espacio y así las patillas crezcan más) y se viste primorosamente. Limpio, pulcro y preparado para todos los avatares del día, que puede incluir un polvo inesperado, por ejemplo. Por esos los caballeros siempre deben ir limpios y con la uñas bien cortadas. Nunca se sabe.
Pero uno entra en un grasiento bar a tomar un café a las once de la mañana, y sale oliendo peor que un cocinero/cocinera profesional. Joder, qué peste.
Todo se te impregna del olor a fritanga, a aceite barato, y el único remedio posible (que no es posible, porque uno está lejos de casa), es volver a ducharse y a vestirse con ropa limpia, desde el traje que tiene que ir al tinte, hasta la ropa interior y los calcetines. No digamos el pelo, pararrayos natural de todos los olores posibles, los buenos y los malos.
Por eso nosotros, y ya desde hace mucho tiempo, cuando entramos a media mañana a tomar un café a un bar o cafetería que no conocemos, solos o acompañados, hacemos siempre lo mismo: abrimos un poco la puerta, y metemos tan sólo la nariz. Pareciéramos nuestro perro labrador en busca de un rastro. En unos diez segundos, sabemos si debemos entrar o no. Olor a fritanga barata, no entramos. Está el local ventilado y tiene unos buenos extractores de aire y no huele a comida, entramos.
Los olores son importantes, aunque no lo sepamos.
Dicen que en función de los olores (las feromonas), los hombres y las mujeres nos emparejamos para la última y más importante finalidad posible: tener hijos. Así, y de acuerdo con el famoso experimento empírico (tautología) de la Universidad de Oxford de Las camisetas sudadas, tendemos a emparejarnos con mujeres u hombres que tengan un olor agradable a nuestra nariz, lo que significaría, según tan importante e infalible experimento, que nuestros sistemas inmunológicos son complementarios, y que por tanto nuestras crías saldrán más sanas y más inmunes.
No es coña. Lo hemos visto en un documental de la BBC o así. Y nosotros nos creemos a pie juntillas lo que diga la BBC o NG.
A última hora de la tarde, sobre todo si es viernes, ya nos dan un poco igual los olores. Tenemos garitos cercanos a casa, por aquello de la conducción y la terrible Guardia Civil a la que tenemos pánico, donde huele mal, a aceite barato. Pero como después del segundo gin tonic nos la pela cómo olamos después, pues no somos tan exigentes con los olores como por la mañana.
Al volver a casa, y pesar de que nos comemos un paquete entero de chicles del sabor más fuerte y en sólo cinco minutos, y para disimular el olor a ginebra, nuestra mujer siempre nos pilla, y nos dice: Vienes de un bar, cabrón. Echa toda la ropa a lavar y airea el abrigo. Eres un cabrón inmaduro. Nosotros, como el pato Donald, bajamos la cabeza y obedecemos.
El olor a sexo, legítimo o no, también es muy agradable. Se te queda en los labios y en la nariz por mucho tiempo, y ese día, a no ser que te hayas restregado bien la cara con agua y jabón, no conviene acercarse a la mujer legítima a menos de cinco metros, porque sería un cante muy peligroso y comprometido.
Los olores, o cuando lo invisible y aéreo dice mucho de cada uno.