VIOLETA
10-07-06
By Paco Umbral
Violeta, niña herida, dulce soplo, huérfana posterior, perdida y encontrada entre los trenes. Inocente Violeta de 11 años como 11 margaritas bajo el hierro. Los nombres de las cosas, todos férreos, te han dejado sin nombre, te han dejado sin madre.
Violeta, adolescente, lenta niña, víctima de la prisa de los hombres que van hacia más prisa y no se sabe hasta que el viento rojo de la muerte lleva consigo un fogonero ciego que se sopla las manos de oro y prisa mientras todos los trenes aceleran. (Ha fallecido en Valencia la madre de Violeta y esta niña es ya un clavel que se ignora, una violeta perdurable, una chispa de nada, una gran cantidad desoladora).
Ha venido tu foto en los periódicos como si fueras un tierno futbolista, ha venido tu vida adolescente, ah niña deportiva y temulenta. Tu anticipado encuentro del dolor, lo que sabes del hombre y sus noticias. El hombre, aunque sea el Papa, llega tarde al entierro de los hombres, llega tarde al entierro de tu madre. Esa madre que habríamos conocido, tan joven en la muerte y tan viva en la vida. Qué podemos hacer sino ofrecerte un despojo de vida torturada y el nombre de violeta, en primavera, frecuentando los campos como espuma.
Te llamabas Violeta y te querían, tu amistad repercute en los periódicos y tu alegre sonrisa deportiva era cosa de todos, era cosa del barrio, y ahora te quieren más y claman por tu nombre y algún enamorado colegial va pisando violetas a la escuela porque naciste malva y singular.
En cada barrio alegre y español hay siempre una muchacha que se frustra, una madre valiente que te busca y una niña Violeta, ensangrentada que se ha quedado en otra de repente. Qué sabemos nosotros de Violeta, de su olor madruguero, de ese perfume puro que la lleva.
Venía la primavera visitando violetas como vino la muerte con sus velocidades. Nunca vamos al ritmo que nos marca la vida sino pisando pozos de cielo acumulado. (Lo dicen los periódicos, la niña es una huérfana, los hospicios de sangre la reclaman a gritos. Cada noche que pasa habrá menos criatura, pequeña campeona que jugaste a ganar. Las cuarenta y tantas muertes de Valencia son ya muertes sin sombra bajo el sol levantino, aunque aquellas mañanas se hicieron para el hombre, pero el hombre se ha hundido durante 12 meses en la charca de flores de sus preocupaciones. Lo cuentan los periódicos y lo cuenta la radio. Era una niña buena y lo seguirá siendo. Padres improvisados recogieron su grito y las fotos de Efe proclamaban su edad). Cuesta, ya a estas alturas, escribir la elegía de una viajera leve, pero estas cosas pasan y alguien debe escribirlas.
Cuando Valencia le abre las puertas a un papado viene la muerte y dice que los hombres no saben. Valencia, paraíso, querencia de mi prosa, esta niña que dicen debió haber sido ella. En los papeles ponen todo lo que se dice, los papeles ya traen esquelas de los vivos. Se muere impunemente a mitades de julio cuando una alegre niña viene a guardar silencio. La mataron los trenes, la mataron los hombres, pero ahora es una garza cuando vuelve a saltar.