LA AVARICIA POR LOS RECUERDOS
10-09-10
Alguien se declaró trapero del tiempo, porque el río de Heráclito nunca deja de fluir, y perder la inocencia de la dorada infancia también significa saber que existe un intangible pero inexorable llamado Tiempo, acaso el más misterioso arcano que conocemos, o que nunca llegaremos a conocer, si acaso padecer.
Pues nosotros hoy nos declaramos traperos de los recuerdos, mendigos del Tiempo, avariciosos de lo que fuimos y vivimos.
Como dijo alguien, es la nostalgia un error? Depende.
Hay una forma de nostalgia enfermiza, malsana, delirante, obsesiva, plañidera e inútil: aquél que llora por el tiempo perdido, sin reparar en los gozos (y las sombras) del presente, ni en las aventuras del futuro (Si lloras de noche por no ver la luz del Sol, tus lágrimas no te dejarán ver la luz de las estrellas, dijo alguien).
Pero hay otra nostalgia deseable y festiva, creativa y creadora, estimulante e inspiradora. Es la nostalgia que de vez en cuando buscamos y deseamos, y la que nos conduce a un trance como místico, a una levitación de nuestro espíritu, a una puntual disolución de nuestro ser presente en nuestro ser pasado.
Somos lo que fuimos. Y seremos lo que ahora somos, como un eterno retorno, como un fluir indefinido y circular que se retroalimenta, y hasta que dejemos ser, y seamos, ojalá, polvo, más polvo enamorado.
Y aún en el no ser, existe el ser a través de otros vivos: aquellos que nos recuerdan como fuimos. De ahí esa atávica e irrefrenable querencia por tener una descendencia. Y de ahí ese afán de algunos por la inmortalidad, al fin y al cabo infantil y fútil, porque llegará un día que nuestro planeta será un planeta muerto, sin vida, acaso un par de bacterias despistadas, y todo lo que fuimos y vimos, habrá desaparecido.
Esa lucha del hombre contra el señor Tiempo, es una lucha perdida de antemano, y tan sólo nos queda disfrutar ese ligero suspiro que son nuestras vidas.
Por eso los recuerdos son tan importantes: son el hormigón de nuestra personalidad, el cemento de nuestra identidad, los pilares de lo que hoy somos.
La avaricia por los recuerdos significa guardarlos sin usarlos, por temor de que su uso les desgaste, de la misma manera que el avaricioso económico prefiere usar su viejo traje o su viejo coche antes que los nuevos. Pero la avaricia rompe el saco.
En fases importantes de nuestra vida, como cuando dejamos el colegio y nos fuimos a la aventura de la universidad; o como cuando finalizamos la mili, y nos despedimos de nuestra Compañía y Regimiento, decidimos no volver físicamente a estos lugares en mucho tiempo, con la ingenua idea de que así podríamos preservar mejor su imagen en nuestra memoria.
Cuando muchos años después volvimos, casi no los reconocemos, para quebranto de nuestra nostalgia. El colegio sigue existiendo, pero totalmente irreconocible, entre otros motivos porque han construido un odioso parking subterráneo bajo el patio de cemento donde tanto jugamos en los recreos. El Regimiento está abandonado, y ni siquiera pudimos entrar. Y el cuartel donde hicimos la instrucción, el CIR, son ahora unas naves destinadas a acoger temporalmente a esos infelices de las pateras que se atreven a navegar precariamente por el Atlántico en busca de una nueva vida que muchos no conseguirán.
Aún así, seguimos siendo unos traperos de los recuerdos. No lo podemos evitar.
Recobrar el tiempo perdido no es posible, a no ser que uno tenga la muy siempre aleatoria e imprevisible experiencia de la memoria involuntaria: a través de un olor, de una música, de un sabor que nos transporta de manera perfecta y exacta a algún momento de nuestro pasado, incluso de nuestro pasado muy lejano, en el universo profundo de nuestro ser, cuando por fin crecimos un poco más y empezamos a tener recuerdos de nosotros mismos.
Ay, el tiempo perdido. Seremos traperos de recuerdos, pero ya no somos más avariciosos de recuerdos. Hemos aprendido la lección.
Ahora, estemos alegres o tristes, acudimos a nuestra personal despensa de recuerdos, de la que únicamente nosotros tenemos la llave.
Ahora no echamos de menos el tiempo perdido: lo disfrutamos. Cuando queremos saber quiénes somos en verdad, nos recordamos.