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La lluvia

LA LLUVIA

27-12-09

Ya en octubre, miramos el cielo en busca de la lluvia. Estamos acostumbrados a estar sin ella todo el verano, pero la queremos y la necesitamos en otoño y en invierno.

Si existe algún sonido que nos sugiera felicidad, ése es el ruido de la lluvia en una casa de campo, con un tejado de viejas tejas, en absoluto silencio y solos, sin que nadie pueda hablarnos y arruinar entonces el trance, y así interrumpir la audición de la mejor y más distinta sinfonía de todas: el sonido de la lluvia silenciosa, que se hace ritmo y armonía a través de los distintos instrumentos musicales sobre los que cae: la apagada tierra, la alegre piedra, la sabia y sonora teja.

Horas de soledad deseada, en un gran salón. No sólo estamos solos, sino que sabemos que estamos solos, y mejor: que lo estaremos todo lo que queda de día. Sentados en un sillón y con un reposa pies con la verde tapicería a juego, leemos en silencio, ya que la música nos distrae de la lectura. Estamos bien abrigados, porque la casa es muy grande, cómoda pero un poco fría, y no queremos el artificial calor de un radiador eléctrico que nos contamine los olores familiares que tan bien conocemos.  Miramos a través de la ventana, hacia el Oeste. Ya ha anochecido, y en invierno no podemos ver la gran esfera naranja de sol, porque se oculta antes detrás de una montaña cercana, no como en verano, con sus horas tan largas, casi una obscenidad tanta luz y tan continuada, cuando sí la podemos ver, hundiéndose en el horizonte de mar, donde los antiguos creían que comenzaba el fin del mundo.

Entonces las nubes, que son negras y promesas gordas de mucha agua, se juntan más,  alegres y festivas, y empieza a llover.

Abrimos la ventana, para oír el ruido de la lluvia sobre el solado de piedra del patio. Inspiramos fuerte todo el aire que podemos, para recoger así el perfume más delicioso de todos: el primer olor a tierra recién mojada, con la primera lluvia. En su honor, como si tuviera unas brillantes trompetas de plata, la tierra seca libera sus mejores aromas, y así celebra la llegada de su hermana la lluvia, para alimentarla y entonces poder asegurar la mejor cosecha futura.

Saturados de su olor, empapados de agua, de viento, de aire y de mar, sin llegar habernos mojado, cerramos la ventana: ahora queremos escuchar durante horas el mejor concierto de música que podamos imaginar: la lluvia hecha sonido cuando cae con fuerza y constancia en las viejas y sabias tejas de arriba.

Nos sentamos en el sillón. Miramos el techo de muy antigua madera, protegido por unas incansables e infalibles tejas, y aunque sean viejas. Cerramos los ojos. Y dejamos que nuestro pensamiento discurra libre por los acantilados de los recuerdos, por las montañas del presente, por las inmensas praderas del futuro.

Pocas veces nos sabemos tanto como cuando tenemos la suerte de escuchar la música de la lluvia sobre ese tejado de tejas. Todo es silencio, excepto el rumor continuo y variado del agua cayendo. A veces es estruendo, cuando la lluvia arrecia porque las nubes se impacientan, o porque estaban demasiado gordas de agua de lluvia. Otras es rumor, un sisear de un lenguaje primario: una confidencia para que sólo nosotros la podamos escuchar, un conocimiento que sólo nosotros debemos poseer.

Nos sabemos. Nos sentimos. No recordamos. Nos soñamos. El tiempo pasa, horas de lluvia y concierto. Ni encendemos la luz, para no romper nuestro recogimiento  y así espantar sin querer la tan deseada y necesaria lluvia.

Igual que la tierra que ha permanecido dura e insensible todo el verano, cegada  y abrumada por tanto sol, después de las últimas lluvias de la primavera y que  ahora celebra mojada y agradecida el alivio, el masaje vital y esencial del agua, así nuestro espíritu despierta, se reconoce, y se observa con una lucidez única y extraña, como si lo que viviéramos fuera un sueño, y no puro y real presente.

Abrimos los ojos. La lluvia ya cesa. El concierto se acaba, y encendemos la suave luz de una lámpara de una mesa cercana. Abrimos de nuevo la ventana, y nos emborrachamos de aromas de tierra mojada. Miramos el mar, oscuro, negro, excepto los blancos rizos de su cabeza: las olas, que rompen fuertes y a bramidos en la playa.

Tan sólo con ese ruido de lluvia, con ese amor y rumor de agua, podremos vivir ya el resto del año. La cosecha de nuestro próximo ser, nuestro futuro vivir, está asegurada. La lluvia, el agua, los sueños: somos sueños de agua, recuerdos de lluvia, futuro de vientos. 

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  1. en respuesta a Boswell
    -
    #2
    14/07/10 20:10

    Gracias Boswell, la verdad es que estaba escuchando la lluvia mientras lo leía y si que inspira cierta tranquilidad...

    Lo único que me gusta de la lluvia, me encanta, me atonta, es el olor a tierra mojada; por alguna razón ese olor es casero, es un perfume conocido aunque soy muy urbanita y jamás he vivido en el campo. Quizás son estos perfumes que llevamos gravados en el genoma como un especie de recuerdo vestigial.

    Aquí sigue lloviendo, y no hay olores a tierra mojada por ningún lado, este fin de semana me las piro al campo!!!

    besitos

    Núria

  2. #1
    14/07/10 02:07

    Nuria:

    para que veas que la lluvia puede ser algo lenitivo, no sólo tristeza y soledad.

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