LAS ENFERMERAS
13-05-09
Son casi las primeras que nos ven nacer, y son casi las últimas que nos ven morir. Son las enfermeras.
Luces que nos iluminan en las tinieblas, aún a pesar de las estrellas, y manos que nos curan el cuerpo y sonrisas y palabras que nos alivian la tristeza, así las enfermeras nos cuidan y nos atienden siempre.
Casi nada hay agradable en un hospital. Todo te recuerda la enfermedad y la posible muerte. Sean blancos o de colores, modernos o viejos, grandes o pequeños, los hospitales nos sugieren dolor y angustia, y nos enfrentan a nuestro destino y nos recuerdan nuestra fragilidad. Bien como visitante, o bien como paciente, los hospitales son necesarios. Los hospitales son como los dentistas: no los queremos ni ver, pero los necesitamos.
Pocas cosas agradables hay en un hospital. Ya sólo el olor, o incluso la ausencia de olor, nos marea y nos advierte. Ni siquiera las cafeterías son agradables, porque notas la cara de preocupación y cansancio de los familiares de los pacientes ingresados.
Hay médicos, sí, qué bien, cuando no se equivocan, que se equivocan mucho y no lo dicen, claro, porque tú no sabes, y te engañan con sus palabras que no entiendes. Igual que los médicos no nos hacen mucho caso, tampoco se lo hacemos a ellos. Visitan todos los días a los enfermos, dos minutos. Qué emoción. Hacen que revisan cosas, confirman la medicación y se las piran en cuanto pueden, a tomarse el quinto café de la mañana y a quejarse con sus colegas del director del hospital, que nos les da las vacaciones cuando les conviene, o no les paga conforme a su sabiduría y gran dedicación a los pacientes. Por eso se dice visita de médico. A veces la semántica es justa y reveladora. Pues que se jodan los médicos. Hay excepciones, claro.
La enfermeras, sobre todo las subalternas, también las tituladas, que saben más que muchos médicos, porque siempre son las que están más cerca del paciente. Son ellas a las que queremos, y son ellas a las que de verdad necesitamos.
Con dulzura y alegría, te curan tus heridas, y lavan tus miserias. Te hacen la cama contigo acostado, te cambian la ropa y hasta te cortan el pelo y te afeitan. Te cantan, te sonríen y te animan. Hasta alguna se deja que un travieso viejo verde que va a morir le dé un pellizco de vez en cuando.
Las enfermeras son nuestros ángeles cuando estamos tristes y enfermos. No existen los ángeles, pero existen las enfermeras. No tienen alas, ni poderes no terrenales, pero tienen los poderes más terrenales posibles: la compasión, la dedicación y la empatía.
Son mujeres las enfermeras. Siempre son las mujeres los que no dan lo importante: nos nacen y alimentan y protegen; nos dan los hijos que queremos; nos ayudan a cuidar a nuestros viejos enfermos; y, al final, nos consuelan y nos atienden, y su amor y su luz nos preparan mejor para bien morir.
Todas las mujeres son enfermeras (bueno, todas no, porque hay alguna arpía por ahí suelta). Pero sólo las enfermeras hacen del cuidado de desconocidos su forma de vida. Hay que tener mucho corazón para eso. Las enfermeras tienen el corazón infinito que dicen que tienen los ángeles que no existen. No tienen alas, porque tienen tal corazón.
Pues yo bendigo a las enfermeras. Un beso a todas (y un buen pellizco a la que se deje).