LA BRAGUETA
28-06-10
Como muchas otras veces al inicio de nuestras ya imprescindibles columnas, vamos a consultar el diccionario para inspirarnos, aprender un poco de etimología y, sobre todo, para no meter la pata, no venga un importante y sesudo filólogo (suelen ser calvos, no sabemos por qué) a sonrojarnos.
Dice el diccionario que bragueta es una abertura de los calzones o pantalones por delante. Uy: la sintaxis de esta frase nos parece rara, por muy diccionario que sea. Y también dice que bragueta proviene de la palabra braga. Claro, la cosa cuadra ahora. Nunca lo habíamos pensado.
Últimamente, tenemos la descuidada costumbre de no cerrarnos la bragueta, bien después de vestirnos por la mañana, o bien después de hacer una micción, que no sabemos muy bien lo que es pero nos suena a mear. No lo vamos a consultar con el docto y académico diccionario porque somos unos vagos, la verdad.
Esto de no cerrarnos la bragueta a lo mejor es algo freudiano: nuestro dulce pajarillo está bastante ocioso, y reclama nuestra atención y nos pide que le demos de comer de una puta vez, que no sólo del aire viven los pajarillos.
Estamos tan perezosos, que hasta el sexo nos bosteza. Con nuestra mujer, nada de nada, bien porque tenga un amigo por ahí que la deje ya lista para el resto del día, de la semana o del mes, o bien porque es del tipo de mujeres que, aún sin ser del Opus o de alguna secta parecida y todavía más peligrosa como Los Legionarios de Cristo (manda güevos: elegir una figura tan bélica y aguerrida para transmitir mensajes de paz y amor), piensa que el sexo sólo sirve para tener hijos. Da igual la posibilidad que sea, porque sobre ninguna de las dos tenemos influencia.
Y con otras mujeres, pues tampoco. No por virtud y fidelidad y porque finalmente hayamos madurado y no persigamos como antes la primera falda que veíamos (la calidad de la falda, depende del número de gin tonics que llevemos en el cuerpo: con cada gin tonic, a uno le importa cada vez menos su calidad, eso sí, siempre que sea un auténtica falda, no te jode). No. Es simple pereza. A lo mejor es la pitopausia. Algunas de nuestras viejas amigas (casadas, separadas, divorciadas y hasta mediopensionistas) nos llaman de vez en cuando, para repetir los viejos tiempos de polvos antológicos. Pues tardamos en contestarles, y les metemos unas buenas trolas: que si mucho viaje al extranjero, que si casi ya no paramos en Madrid. Cualquier cosa menos verlas, por la sencilla razón de que nos da pereza. No pasa nada: que se busquen otro, coño, y que nos dejen tranquilos.
Volvamos a la bragueta, que como siempre no vamos por los Cerros de Guadarrama o así.
En principio, preferimos la bragueta de botones a la de cremallera, que es un artilugio que no debería estar tan cerca de unas partes tan sensibles de nuestro cuerpo. Pues no. Ya nos ocurrió de pequeños que alguien nos la subió y nos pilló lo que ustedes se pueden imaginar. Nada agradable.
Lo malo de las braguetas con botones es que los ojales, con el tiempo, van cediendo, y siempre queda algún botón por abotonar, algo nada estético con la imagen de caballero español que siempre queremos aparentar, aunque desde luego no lo seamos en verdad. Menudo aburrimiento ser un caballero, y encima español. Si al menos fuera inglés, tendríamos el permiso social de poder emborracharnos más a menudo y lucir una preciosa nariz roja de borrachín inglés.
Ahora por ejemplo, nos miramos, y tenemos varios botones de la bragueta desabrochados, y podemos observar con ternura cómo nuestro pajarillo, piando con mucha insistencia, lucha por salir, respirar el aire y recordarnos que hace mucho que no le damos de comer.
Pues ya que ahora vamos a dar de comer y pasear a nuestro perro, le vamos a dar un poco de su pienso, a ver qué tal. Joder con el pajarillo, qué lata da.
La bragueta o ese hueco por el que los hombres hacemos tantas tonterías, como por ejemplo casarnos. No te digo.