Los alquimistas de la antigüedad eran unos seres misteriosísimos, obsesionados con la peregrina idea de convertir el plomo en oro. Su sueño era transmutar plomo, el más pesado de los metales, en oro, el metal solar, símbolo de la riqueza y lo imperecedero.
Los alquimistas llamaban Saturno al plomo. Es sabido que este dios, hijo del cielo, tuvo que disputar su herencia a su hermano Titán, quién sólo se la cedería con la condición de que no conservara a ninguno de cuantos hijos varones le nacieran. Por ello, Saturno ha pasado a la historia como el padre que iba devorando a sus hijos a medida que nacían.
Lo cierto es que no se sabe de ningún alquimista que consiguiese ver salir de sus crisoles el preciado metal. La mayoría, por el contrario, experimentaron cómo se volatilizaban sus fortunas y sus vidas ante el horno, esperando conseguir sus sueños.
En esta historia podemos ver fácilmente representado el comportamiento de tantos alquimistas-inversores actuales que, cegados con la esperanza de pegar el gran pelotazo y ganar una fortuna, han dilapilado sus ahorros y patrimonio en inversiones fallidas, devorando de paso, cual Saturno, el presente y el futuro de sus hijos y familias. Hasta tal punto que algunos de ellos, avergonzados y desesperados, han decidido quitarse la vida y no de cualquier manera sino, en casi todos los casos, de una forma violentísima que demuestra el profundo odio y aversión que habían llegado a acumular hacia sí mismos.
Y ésto se ha producido porque o bien desconocían o bien han ignorado El Secreto para conseguir o mantener la riqueza que, como todas las cosas realmente importantes en la vida, es algo muy simple, casi una obviedad. No se trata de algo abstracto o intelectualmente complejo, sino de una práctica muy sencilla y fácil de llevar a cabo. Simplificando podríamos decir que sólo existe una manera de ser cada día más rico y próspero: incrementando nuestro capital. Para seguir esta sencilla regla, debes observar estos tres pasos:
- Incrementa, empezando por hoy mismo, tu capital. Hazlo cada día, aunque sea con un solo euro. Destina una cuenta bancaria a formar un capital que no estará destinado, al menos de momento, a ser invertido.
- No olvides que en ningún momento has de gastar nada del capital incrementado. Hazte a la idea de que no existe para ser gastado.
- Una vez que hayas incrementado tu capital considerablemente, resérvate un 20% en dinero líquido contante y sonante, que puedes tener en una cuenta bancaria a la vista, para atender al día a día; otro 50 o 55% ponlo en depósitos remunerados a plazo o en activos seguros y sin riesgo, aunque su rentabilidad no sea muy alta, y que puedas reconvertir en dinero rápidamente y sin dificultades para atender cualquier emergencia y, por último, reserva el dinero restante para inversiones más arriesgadas en el mercado de valores, poniendo siempre límite a tus pérdidas (órdenes stop) y dejando correr tus ganancias. Periódicamente, rebalancea para redistribuir el capital acumulado conforme a los porcentajes indicados.
Este es El Secreto de la riqueza que, por supuesto, no nos hará millonarios de golpe pero, con paciencia y disciplina, llegaremos a acumular, con el tiempo, un patrimonio respetable. El mundo no necesita, en realidad, más ricos, sino menos pobres.
Si los alquimistas-inversores hubiesen puesto límites a sus "hazañas" hubieran cerrado sus posiciones antes de que fuese demasiado tarde pero, seducidos a extralimitarse por un premio deslumbrante, terminaron rendidos y vulnerables. Respetando El Secreto, hubiesen sobrevivido.
