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Los derechos de propiedad intelectual


Los derechos de propiedad intelectual confieren al propietario del producto en cuestión el derecho exclusivo a utilizarlo. El propietario de esos derechos puede, por descontado, permitir que otros lo utilicen, previo pago de una suma de dinero. La regulación de la propiedad intelectual se ha ideado para garantizar que los creadores que invierten su dinero y su tiempo en actividades creativas reciban algo a cambio de su inversión, pero las leyes que protegen los distintos tipos de propiedad intelectual difieren en algunos detalles. El ADPIC (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Comerciales) es un acuerdo que llevaban persiguiendo y han logrado los países desarrollados. Se ha conseguido con el mismo, obligar a otros países a reconocer sus patentes y derechos de propiedad intelectual. El acuerdo refleja que, según los países desarrollados, cuanto más importancia se le de a los derechos de propiedad mejor se comportará la economía (de esta forma pueden cobrar precios más elevados al tratarse de un monopolio).

Tal y como están concebidos en la actualidad, los derechos de propiedad intelectual crean un
monopolio. En el sector farmacéutico, las empresas occidentales saben que, tan pronto como los genéricos entren en el mercado, sus beneficios caerán en picado, de modo que han ideado medidas para retrasar la introducción de los genéricos en los mercados, incluida la de restringir el empleo de los datos que demuestren la seguridad del fármaco en cuestión y así, evitar con ello que las empresas que fabrican genéricos inicien siquiera la producción hasta que expire la patente. Una de las formas para ayudarles sería que los países desarrollados renunciaran a todo impuesto, permitiendo que estas naciones usen la propiedad intelectual en beneficio de sus propios ciudadanos, quienes adquirían los fármacos a precio de coste. Debería establecerse una diferencia fundamental entre los medicamentos que salvan vidas y los cosméticos o los que no tienen tanta importancia, para los cuales no tienen por qué extenderse licencias obligatorias.

Definir los límites de la propiedad intelectual resulta mucho más difícil de lo que podría esperarse. Incluso, determinar que es susceptible de recibir una patente es difícil. Si una patente tiene toda la amplitud posible, que es lo que pretenden los buscadores de patentes, se corre el riesgo de privatizar lo que en verdad es de dominio público, puesto que una gran parte del saber que cubre la patente no es en realidad “nuevo”. La mayor parte de lo que se patenta y por tanto se privatiza, es un conocimiento que ya existía previamente, que era parte del acervo común. El saber, o el conocimiento, es lo que lo algunos llaman <>. Por eficiencia económica, debería el saber estar más disponible, mientras que la normativa de propiedad intelectual tiende a restringir el acceso a él.

La innovación es importante y esta es estimulada por las leyes de propiedad intelectual. Pero, la idea de que a mayor peso de los derechos de propiedad, mejor comportamiento de la economía, no es cierta en términos generales. El monopolio genera rentas monopolísticas que, suponen un incentivo para investigar para las empresas occidentales. Supuestamente, es sabido que, los precios elevados espolean la innovación. Por lo tanto, en realidad, la monopolización puede provocar un estancamiento de la ineficiencia y una reducción de la innovación. Una patente, en términos generales, como impide la difusión y el aprovechamiento del saber, ralentizan la investigación de continuidad ralentizando a su vez el progreso tecnológico global.

Tradicionalmente, la propiedad intelectual ha desarrollado un papel menor en la evolución de la ciencia. La investigación académica cree en que para alentar la innovación, el saber debe ser de dominio público. Las universidades crecen cuando la información fluye libremente, cada investigador aprovecha con prontitud el trabajo de otros, muchas veces incluso antes de que se haya publicado. Resulta interesante que este sistema de colaboración abierta haya funcionado incluso con el software. Hoy en día contamos con un sistema operativo Linux, que también se basa en el principio de
arquitectura abierta. Todo aquel que desee participar ha de aceptar que se trata de un código abierto, de un programa dinámico mejorado constantemente por miles de usuarios. Los teoremas matemáticos no se pueden patentar, el coste en términos de desalentar las innovaciones posteriores sería enorme y los beneficios muy pequeños.

La industria del software ha empezado a reflexionar acerca de su postura en defensa de la propiedad intelectual. Este sector se ha percatado de que siempre se corre el riesgo de que las innovaciones de una empresa infrinjan una patente en poder de otra. El creador de un programa cualquiera puede, inadvertidamente, infringir el terreno acotado por las ideas patentadas de otros porque las ha redescubierto. Si cada año se dan de alta aproximadamente 120.000 patentes, resulta imposible que un investigador sepa qué ideas están patentadas.

La
biopiratería supone para los países en vías de desarrollo que, las empresas extranjeras, se apoderan de sus saberes tradicionales y de sus plantas autóctonas sin dar nada a cambio, esto es, actúan según una nueva modalidad de piratería. En los países desarrollados, el criterio de novedad que algunas veces han utilizado para conceder patentes no había consistido en si las propiedades medicinales de cierta planta eran conocidas entre los pueblos andinos, sino si eran conocidas con cierta amplitud en Estados Unidos. Por lo tanto, ante esta situación, sería importante que existiera un acuerdo internacional que reconociera los saberes tradicionales y que prohibiese la biopiratería. También, sería una buena medida, que todos los países del mundo, se vieran obligados suscribir la convención de biodiversidad.

Las empresas han tratado de dar forma a la globalización de maneras que comprometen valores básicos. La propiedad intelectual dice mucho de cómo se gestiona la globalización hoy en día. Los negociadores occidentales tienen la misión de obtener acuerdos ventajosos para sus industrias sin dejar de subvencionar la agricultura ni derribar las barreras arancelarias. No piensan en los beneficios que obtendrían los consumidores occidentales derivados de la eliminación de las subvenciones al campo. Ni piensan en el medio ambiente global, y tampoco tienen en cuenta como se podría ayudar para que los pobres tengan acceso a los medicamentos que salvan vidas.


Fuente:
“Como hacer que funcione la globalización” de J. E. Stiglitz
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