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Anexos. CarlSen

 

ANEXOS. MAGNUS CARLSEN

Jorge Benítez

@jorgebmontanes

28/08/2016 02:42

Oslo es el ansiolítico de las celebrities. Una ciudad en la que el noruego más famoso del mundo, elegido como una de las 100 personalidades más influyentes por la revista Time, pasa inadvertido en su propio edificio. La recepcionista de este bloque de oficinas, situado a pocos metros del Palacio Real, no conoce a Magnus Carlsen (Tønsberg, 1990). Me pide que le indique en qué empresa trabaja. Cuando le digo que la entrevista es en Play Magnus, muestra una sonrisa de escayola y señala el ascensor. Planta 6.

El encuentro con el campeón mundial de ajedrez no es en un tiempo muerto de un torneo ni en un acto publicitario, sino en su empresa. Algo excepcional. Un escenario que exige distinguir entre dos Magnus que a menudo se solapan: el hombre (prácticamente desconocido) y la marca (global y millonaria). Hielo y fuego. El primero es celoso de su vida privada, víctima de acoso escolar en su niñez y un genio que prepara la cita de noviembre, en la que defenderá su título en Nueva York ante Serguéi Kariakin, la gran esperanza de Rusia para recuperar su hegemonía en el ajedrez. El noruego es el favorito. Las casas de apuestas solamente pagan su victoria final a 1,14 por euro apostado. El segundo Carlsen es una máquina de hacer dinero que ha despertado el interés de fondos de capital riesgo de Silicon Valley y Wall Street. Su empresa, Play Magnus, que se dedica a la promoción del ajedrez, está valorada en 15 millones de euros.

No ha llegado a la oficina. Uno de sus empleados me pide que espere en una sala de reuniones con una gran mesa de abedul. Carlsen hoy protagoniza videojuegos, sale en camisetas y desfila por palcos de estadios y pasarelas de moda. Entre su lista de patrocinadores hay una empresa tecnológica, un bufete de abogados y un banco de inversión. Todos quieren asociarse con la representación anatómica de la inteligencia. Incluso una línea aérea ofrece a sus clientes VIP la posibilidad de cenar con él.

Cuando por fin el campeón entra en la sala, exclama: «¿No hace mucho frío aquí?».Y se marcha en busca del termostato. Espero 10 minutos más. El hombre de hielo es friolero.

Carlsen es el Justin Bieber del ajedrez: precoz, rubio y de ceño fruncido, con un cociente intelectual de 186 (desconozco el de Bieber). Hablamos de la primera supernova desde los años 80 nacida en Occidente, cuando Karpov y Kaspárov convirtieron sus enfrentamientos en la rivalidad más longeva y caníbal de la historia del deporte. Un vikingo (por noruego y madridista) en mangas de camisa y con smartphone último modelo que a los 13 años era Gran Maestro -título vitalicio de la máxima excelencia ajedrecística- y a los 19, número 1 del mundo.

Durante toda la conversación se esfuerza en recalcar que su vida es normal, miente, y que él es normal, lo que tampoco es cierto. Detrás de esa pose de trivialidad hay una mente extraordinaria entrenada con muchas horas de estudio. «Es habitual que muchos ajedrecistas se aíslen ante un reto así, yo no quiero hacerlo», dice cuando le pregunto sobre la preparación de su duelo con Kariakin, que se resolverá al mejor de 12 partidas. -Y añade: «La soledad desgasta demasiado». El miedo al yo. Aquél que experimentó siendo un adolescente taciturno.

«Magnus era un chico sensible, que tuvo algunos problemas en el colegio. Le costó integrarse». Fue víctima de su propio universo, donde se sabía de memoria desde que tenía 4 años los 436 municipios de Noruega y las banderas y capitales de todos los países de la ONU. Alguien extraño a ojos de los otros niños que metabolizaron su asombro en crueldad. Esto me lo cuenta Simen Agdestein, su primer entrenador, con el que charlo en un café de la plaza principal de Drammen, una pequeña ciudad a 50 kilómetros de Oslo. Aquel episodio de bullying seguramente estimuló su búsqueda de un refugio en la paz guerrera de las 64 casillas del tablero.

Sus compañeros le acosaban en el colegio. El ajedrez le salvó. Sensible y superdotado, con 4 años se sabía de memoria los 436 municipios de Noruega

Simen, de 50 años, es el pedagogo que introdujo a Carlsen en una dimensión superior del juego más complejo ideado por el ser humano. «No he visto a nadie aprender tan rápido», recuerda. Tanto como para que Carlsen dejara los estudios de secundaria para hacerse jugador profesional. Agdestein tiene uno de los currículos más fascinantes que he visto nunca: futbolista internacional por Noruega, campeón nacional de ajedrez y recientemente ganador de la versión de su país del programa televisivo Mira quien baila. Hoy maestro y pupilo apenas tienen relación.

Carlsen no es tímido como se dice. Sí de inicio, desconfiado, a pesar de que vive bajo los focos desde que era un niño prodigio. Es cierto que en contadas ocasiones pierde los papeles, como sucedió en el reciente Torneo de maestros de Bilbao. Son fogonazos de mala leche que acaban con una chaqueta tirada contra el suelo cuando un error le priva de la victoria, si bien se consumen rápidamente. Por lo general, su comportamiento es exquisito. Con la prensa es un profesional. Lo que no impide que reconozca su malestar cuando se publican noticias sobre su vida personal, y eso que los medios noruegos, salvo algún tabloide carnívoro, son bastante respetuosos.

Si algo tiene este chico de 25 años es carácter, aunque a veces de la impresión falsa de ser como el elefante de Kipling, que no era consciente de su propia fuerza. Siendo el número 1 del ranking de la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) más joven de la historia (19) sorprendió al mundo negándose a participar en el Torneo de Candidatos de 2010 que iba a dilucidar el aspirante que retaría al campeón mundial por aquel entonces, el indio Viswanathan Anand. Alegó en una polémica carta que no consideraba justo un sistema que beneficiaba claramente al dueño del título. Sin embargo, Carlsen no podía rebelarse contra su destino y tres años después participó. Y ganó. La corona inmortal de Capablanca, de su admirado Bobby Fischer y Kaspárov era suya. Y es que Carlsen eleva a categoría estética la paciencia, mientras devora récords y rivales.

«Mi vida cotidiana es como la de un artista. Me gusta dormir entre 11 y 12 horas. Trabajo cuando estoy inspirado. No me impongo un horario fijo. No me gusta tener obligaciones». Expone con tranquilidad su ruta vital. Con esa relajación anarcoide no es de extrañar que su relación profesional con Gari Kaspárov saltara por los aires a los pocos meses de trabajar juntos. El Ogro de Bakú conoció a Carlsen cuando éste tenía 13 años. Quedó impresionado. Y eso es mucho tratándose de alguien con la autoestima de Kaspárov, rey indiscutible de 1985 a 2000. Finalmente, tras un largo seguimiento, se convirtió en su entrenador. Hasta el momento nunca se ha producido una alianza tan poderosa en los 15 siglos de historia del ajedrez. Una unión que duró apenas un año. «Teníamos una meta común y también muchas discrepancias», confiesa Carlsen. Kaspárov es agresivo y espectacular tanto en la vida como en el tablero, mientras que Magnus es su némesis: un superdotado intuitivo que se niega a estar pensando 24 horas al día en aperturas y sacrificios.

 

¿Mantienes relación con Kaspárov?
Nos llevamos bien porque no hablamos demasiado.

 

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