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Compliance en escuelas de negocios II: Paradoja de un modelo en jaque

 

Os habéis preguntado por qué se os queda cara de tontos al salir de las conferencias, congresos, ponencias y demás caterva de cursos especializados? A mi juicio, es un problema del sistema, no la toméis pues contra los profesores, que bastante tienen con soportar los temblores de un modelo de negocio que se resquebraja. Intentaré explicarlo en este artículo, el cual hay que tomarlo como continuación del publicado en el blog de Rankia sobre compliance en escuelas de negocio, en el que se advierte de la importancia del sector en el desarrollo de compliance como evangelizadores con el ejemplo y con los cursos que ya todas organizan, y se apuntan datos concretos para ejemplificar la estrecha relación entre el cumplimiento y la estrategia.

Las mismas dolencias afligen al mercado de eventos y conferencias, donde al profesor se le ha pasado a denominar “panelista” para convencer al consumidor, asistente, de que no se trata de lo mismo que le han dicho en el curso que acaba de pagar, aunque todo, incluso los profesores, son los mismos que ahora llaman panelistas. Sobre este tema escribí un artículo para C5 Communications en la pasada edición de su Congreso internacional de anticorrupción, al que os remito; http://lawyerpress.com/2016/10/04/conferencia-anticorrupcion-c5-communications/

Estos últimos años he tenido una intensa experiencia en el diseño, organización, dirección y docencia en cursos y conferencias en materia de compliance en numerosas escuelas de negocios, instituciones privadas y públicas. Recientemente me he apartado de este mercado porque entiendo que mi aportación es más útil en otros focos, como la innovación en risk&compliance y el servicio a la comunidad. En el área de la formación me centraré en conferencias puntuales y en el desarrollo de soluciones de e-learning.

Como mencionaba en el artículo que precede a éste, respecto a la anécdota de los KPIs que se siguen en el negocio, tengo que decir que abandoné antes de empezar un curso de compliance en una de las más prestigiosas escuelas del país, entre otras cosas porque me sorprendió el modo en que calificaban a sus profesores. Resulta que se hace una medición tras cada ponencia y si el profesor “examinado” no pasa del 8 sobre 10 en la calificación, entiendo de todos sus alumnos, entonces es inmediatamente relevado de su cargo y no vuelve a dar clase en ese curso. Entendí, en ese momento, que con esa política de evaluación de calidad no habían entendido en absoluto lo que significa el paradigma de compliance, ni tampoco la escucha activa y la posición del cliente cuando se habla de costumer centered innovation y eso que es una escuela fuerte en marketing. Si el alumno asiste al curso se supone que no tiene conocimientos de la materia, entonces su calificación la fundamentará en la apariencia externa de calidad de la clase, no en el grado de conocimiento de la materia que se transmite, ya que siendo lego en la materia, no podrá juzgar la sustancia. Esta métrica implica quedarse en la forma sin tener en cuenta el fondo (la sustancia de la clase más que si el modo en que la da satisface a los asistentes).

Cabe recordar llegados a este punto que los signos externos de calidad no significan necesariamente que la formación sea de calidad, desde el momento en que muchos de los cursos se diseñan con intención dentro de la estrategia de marketing de la compañía. Por ejemplo, en el área de compliance, vemos cómo el mercado está plagado de cursos y eventos en que las grandes consultoras y sus clientes amigos se dedican a pregonar las virtudes de sus empresas asegurándose de que no se dice nada importante, no vaya a ser que algún espabilado se entere y aprenda algo.

Cuando hablamos de educación avanzada en escuelas de negocio, de másteres y de postgrados, lo hacemos de aquellas disciplinas que, por suponer un conocimiento innovador,  complejo, o simplemente elitista como en los MBAs, constituyen una ventaja competitiva que permitirá a los postulantes del máster o postgrado de que se trate diferenciarse en el turbio pero sutil mercado de la abogacía de negocios y la consultoría.

Por definición, cuanto más escaso sea el número de personas que atesoran el conocimiento de que trate el postgrado en cada caso, menor será el número de profesionales o académicos capaces de trasladarlo y mayor, por tanto, el valor del know-how que se pretende adquirir con el curso.

Acontece, en este punto, que si hacemos una visión economicista del problema, podemos observar como los costes de la transmisión de dicho conocimiento avanzado (pérdida de ventaja competitiva en caso de haberla) son mucho mayores que los beneficios que dicha transmisión reporta. Démonos cuenta de que la hora de profesor en escuela de negocios rondará una media de 150 euros/hora, mientras que el know-how que se transmite en la docencia es el que nos hace diferentes en el mercado (por no hablar del precio por hora en caso de socio de big four o gran despacho teniendo en cuenta que copan los programas más punteros que representan nichos) razón misma por la que nos han llamado para dar clase en dicha escuela (eso o que eres amiguito del director, que de todo hay, pero eso corresponde más bien a la política de contrataciones que daría para mucho más).

Existe otra opción, que usan algunas escuelas de negocios, que consiste en emplear como profesores de materias avanzadas (punteras que constituyen nicho de mercado) a cargos de la Administración pública que desarrollan la función, dado que en teoría  cobran un sueldo inferior al del sector privado, cuentan con más tiempo y no tienen celo en la custodia del conocimiento como valor añadido. El problema de esta opción, aparte de otros muchos que no vienen a cuenta, es que, cuando la disciplina es avanzada, compleja y nueva, como es el caso de risk&compliance, los funcionarios, salvo raras excepciones, suelen ser los últimos que se incorporan a la novedad, ya que les supone más que una oportunidad de negocio, un esfuerzo no retribuido.

El equilibrio del sistema, por tanto, se mantiene en virtud de la expectativa de lucro que el experto profesor tiene de monetizar la inversión de tiempo, esfuerzo, y riesgo de transmisión del know-how, por medio del supuesto prestigio que dicha presencia en cursos le reporta. Unida a la expectativa que genera el hecho de que sus alumnos le recuerden como el referente al que acudir en caso de necesitar un conocimiento de la materia mayor que el que hayan podido adquirir en su curso.

Se trata, por tanto, de que la figura del docente quede impresa en la mente del alumno, a fin de que le recuerde cuando tenga que poner en práctica lo que cree haber aprendido en el curso, cual si de conejillo de un experimento de conductivismo de Piaget se tratara.

Mas acontece, igualmente, que el mercado ya ha descontado el hecho del “racionamiento” de la información en este tipo de cursos, y los alumnos ya suelen ir preparados para obtener el máximo rédito del dinero pagado por la matrícula y leer, entre líneas, lo que se esconde tras el discurso oficial del ponente de turno.

Para más inri, a todo esto se suma la paradoja a que me refiero en el título, por la que el propio programa de cumplimiento impide que la transmisión de conocimiento del profesor sea mayor. Es el hecho no siempre reparado, de que el know-how sobre el que versa el curso suele estar protegido por contratos de trabajo en los que una cláusula blinda la transmisión de información que suponga ventaja competitiva para la empresa.

En este sentido me ha venido a oídos que la organización de un curso de compliance está haciendo firmar a los profesores una cláusula por la que les obliga a explicar cómo lo hacen en la práctica, lo cual da buena nota de la poca idea del tema que tienen quienes lo organizan como quienes lo imparten.

Por eso no esperéis que os enseñen todo lo que saben los prestigiosos profesores de las escuelas de negocio pues estarían diluyendo la ventaja que les posicionó por encima vuestra (en el púlpito de profesor me refiero) y, tal vez, incumpliendo sus propios compromisos.

 

 

 

 

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  1. Nuevo
    #1
    14/02/18 20:50

    Soberbio, Ricardo!

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