Islandia lo tiene claro. No acepta asumir los riesgos en los que incurrieron sus bancos e Inglaterra amenaza con demandar al país. Se abre la puerta por la que los ciudadanos de a pie se niegan a cargar con los excesos de unos pocos. Los banqueros pasan al punto de mira. Algo que no había pasado en ningún momento de la crisis que nos afecta.
Si la postura de Islandia arraiga, el sistema financiero puede volver a verse amenazado.