Ni la reforma laboral ni la posterior protocolaria huelga del 29-S, ni otras medidas tomadas, consiguen invertir la tendencia del mercado laboral. ¿Por qué?
Una vez tomada la decisión, las crisis empiezan con el simple hecho de anunciarlas. No son consecuencia de ningún recorte drástico de un día para otro, resultado de algún desequilibrio no detectado convenientemente a tiempo. No, lo que pasa, es que algo que se ha visto correcto y fructífero durante un tiempo, pasa a convertirse en inconveniente y perjudicial en otro. Durante un tiempo, bajo determinadas condiciones y circunstancias, se alimenta un determinado sistema de crecimiento, que hace que todos los engranajes del mismo funcionen. De repente, como si de una “pequeña bola de nieve” se tratara, desde su anuncio va aumentando poco a poco, de forma lenta pero constante e imparable, arrastrando con ella todo lo que se encuentra y terminando en un verdadero alud, que arrasa con todo.
Su anuncio, de ello se encargan los voceros, despierta las alarmas de los ciudadanos, que empiezan a modificar sus hábitos. Reducen el consumo y aumentan el ahorro. Esto que en principio, parece sano y saludable, se convierte en el detonante de la bomba preparada. De inmediato, la producción de bienes y servicios, a su vez, comienza a recortar volumen de producción, lo que lleva consigo los primeros ajustes de empleo. En esos momentos, la crisis ya empieza a tomar forma. La confianza se resquebraja, el consumo se sigue reduciendo, con ello la producción y su peor consecuencia: más desempleo. El menú ya está servido. La crisis se convierte además en arma política. Se culpa al gobierno de no saber hacer las cosas bien. La oposición reclama su dimisión y pide ser ella quien ejerza las tareas de gobierno. Esto crea todavía más confusión y alimenta más la crisis. Los ciudadanos dudan y piensan si será el gobierno que no sabe gobernar, el causante de la crisis. Todo el mundo se posiciona en una opinión u otra. Sí, sí es el gobierno culpable de todo, dicen unos. Otros, lo defienden “a capa y espada”. Ya tenemos otro ingrediente más, el que faltaba, la crispación social que se añade a la evolución imparable del ciclo, menos consumo, más ahorro, menos trabajo, más desempleo…más tensión y más pobreza.