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 A lo largo de los últimos años hemos asistido a un baile con los impuestos de todo tipo y color. Hemos tenido subidas de impuestos y bajadas de impuestos, hasta el punto de que incluso con la famosa bajada de impuestos de Aznar ha existido cierta polémica, ya que la tan famosa bajada de impuestos, escondía el olvido de la palabra “directos” después de los impuestos.

Sí nos damos cuenta, en realidad lo que tenemos es una situación en la que cada vez que se habla de impuestos, en realidad estamos hablando de impuestos directos, que son los que parece que cuentan. Esto tiene la lógica y la razón de ser en que los impuestos indirectos tienen una cierta invisibilidad frente a los directos, lo que hace que se puedan obviar; el ejemplo más claro es que muy poca gente es consciente lo que se paga en concepto de IVA, y mucha menos es consciente de lo que se paga en concepto de otros impuestos indirectos mucho menos conocidos y más ocultos, (tabaco, hidrocarburos, gases fluorados, energía…).

Por tanto, cuando el gobierno habla de subir o bajar los impuestos en otro momento en el que se tome la decisión, se refiere siempre a los impuestos directos. Recordemos que cuando el PP habla de que fue necesario subir temporalmente los impuestos, se refiere al IRPF, obviando que se han subido (y creado) unos cuantos impuestos adicionales; de la misma forma que cuando habla de bajar los impuestos, nos estamos refiriendo exclusivamente al IRPF, a pesar de que recordemos que en esta crisis el IVA ha subido de forma espectacular, (en principio el general del 16 al 21 y después con numerosos casos de productos que han pasado a tipo general, lo que nos da una subida del 33%). Absolutamente nadie se plantea bajar los impuestos indirectos.

 Si además tenemos en cuenta las subidas (o implantaciones), de precios públicos (por ejemplo, copagos, pagos por aparcamientos, peajes…) de todo tipo, que técnicamente no son impuestos indirectos pero que en sentido económico son exactamente igual que impuestos indirectos con la particularidad de que se enfocan tradicionalmente a bienes básicos y con una elasticidad muy reducida, la conclusión final de todo el proceso es simple.

Para concluir no hay más que entender que la principal característica de los impuestos indirectos o bien de los precios públicos, no es otra que la regresividad fiscal. Reducir los impuestos directos, (con una progresividad cada vez más discutible gracias al diseño de tipos, deducciones y posibilidades a medida de distintos grupos), mientras se incrementan los impuestos indirectos y los precios públicos, inciden en una regresividad fiscal (entendida como que las rentas altas destinan porcentajes menores de sus ingresos), que va en contra de la constitución y también en contra de los principios básicos de los estabilizadores automáticos.

Por esto, incluso en el caso de que los impuestos finales a pagar fuesen los mismos, los fenómenos a los que estamos asistiendo plantean una subida de impuestos (aunque oculta) masiva, para la inmensa mayoría de la sociedad, lo que afectaría de forma importante al consumo, déficit y actividad económica, (como había explicado en su día).

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