A la hora de entrar a fondo en un programa electoral, me encuentro con una dificultad que proviene de mi deformación académica: para mí (casi) todo es Economía. Por simplicidad, en este blog estoy valorando los apartados denominados “Economía” y/o “Empleo” pero es evidente que el resto del programa también contiene materia con repercusiones económicas claras, empezando por la educación o la sanidad y terminando con la reforma electoral y los aspectos de refuerzo democrático. Con razón, a los economistas se nos acusa de tener una visión demasiado economicista de la realidad pero es que las personas estamos todo el día eligiendo, tomando decisiones que implican costes y beneficios de naturaleza monetaria o real. De ahí que los programas llamados de derechas resulten tan fríos y descorazonados al reducir la realidad a euros. Por el contrario, los programas de izquierdas apelan a conceptos alternativos como la voluntad política, los valores, los derechos conquistados… y, así, se dotan de una apariencia más humana.
Pues bien, el discurso y los programas de izquierdas aportan aire fresco pero, si se apoyan en un análisis falso de la realidad, no contribuyen a solucionar problemas. Con todos mis respetos, considero que esto es lo que ocurre con Izquierda Unida y sus socios en las próximas elecciones generales. Culpan al bipartidismo cuando el problema es la indiferencia y la falta de compromiso de los votantes. Culpan a la desregulación cuando han fallado todos los reguladores. Culpan al capitalismo financiero cuando sobran subvenciones a sectores estratégicos y grupos de presión varios y faltan mecanismos para que cada cual asuma sus propias responsabilidades. Culpan al empleador por no ser el tipo más altruista del mundo. Y, como consecuencia de todo este diagnóstico, deciden que hay que rebelarse contra todo lo anterior, como si los culpables tuvieran la solución a nuestros problemas.
Con esto no quiero decir que en el programa de IU no haya ideas interesantes y, desde luego, mucho más concretas que en otras formaciones. En mi reciente serie de propuestas, me atreví a sugerir que un buen número de desempleados podrían ser ocupados en empleos verdes, transformando la prestación a fondo perdido en un salario que, probablemente el sector privado no podrá ofrecer por falta de rentabilidad. En este caso, estoy de acuerdo en que el sector público aporte fondos para crear empleos socialmente rentables pero, claro: debería ser a costa de otras partidas que no se especifican en el programa. IU cuantifica en 300.000 los empleos posibles en el sector forestal, 200.000 en rehabilitación sostenible y 170.000 en servicios sociales y dependencia, todos ellos en 2012, con una inversión de 40.000 millones de euros que se podrían ir recuperando en forma de impuestos y cotizaciones. La idea es bonita pero no sabemos si los 40.000 millones del ala se van a detraer de otras partidas presupuestarias delicadas – no basta con eliminar gastos suntuarios- o se va a recurrir al crédito (con el consiguiente efecto crowding-out) o a la deuda pública (y ya sabemos que los mercados no entienden igual la diferencia entre gasto público e inversión).
En cuanto al plan de reparto de empleo, soy partidario de racionalizar jornada pero no precisamente recurriendo a la ley, ya que no todos los puestos de trabajo son troceables. Ya estoy viendo a los departamentos de I+D laboral buscando fórmulas para saltarse el límite de las 35 horas. Y si hay que dedicar dinero público a empleo, mejor que sea para limpiar montes o atender a personas dependientes que para contratar más inspectores.
Hay otro tema recurrente en varios programas electorales: la presión fiscal española (IU habla de contribución fiscal) es menor que la presión fiscal en la media-UE y sólo es más baja en otros 6 estados miembros. Este argumento justificaría, por sí solo, cualquier subida de impuestos. Nadie cae en la cuenta de que la presión fiscal mide la recaudación fiscal en relación con el PIB y, por tanto, tiene sus limitaciones. Si nos atenemos al indicador de esfuerzo fiscal (recaudación en relación con el PIB per capita) el argumento ya no nos vale porque, en este caso, sólo 4 países nos superan. Otra cosa es que la reforma fiscal hable de descargar las rentas del trabajo en detrimento de las rentas del capital pero la propuesta de IU incluye demasiadas subvenciones y pocas facilidades para la iniciativa privada. Por mucho que defendamos lo público, la Administración no puede tutelar toda la actividad económica que necesita un país para sostenerse. Y, nunca mejor dicho, la empresa necesita un pelín de mano izquierda pero con una fiscalidad más favorable hacia el trabajo y hacia el ahorro. Por supuesto, estoy a favor de darle caña a todo lo que estorbe: CO2, pisos vacíos, dinero parado en general. Y, como mal menor, jugar con el IVA en productos de lujo.
Bien. Hay que reconocer que a IU no se le puede acusar de falta de compromiso político y social, así que me parece natural que lideren un bloque alternativo al PPOE. Pero su llamada a la rebelión no justifica ningún cheque en blanco ni debemos bajar el listón de exigencia por ser un tercer partido. Los ciudadanos necesitamos menos lemas y más soluciones.
Mucha suerte a IU, a pesar de que mis ideas quedan en las antípodas espero que cumplan sus objetivos electorales.
S2.