Sin embargo, en el caso de España ni todo fue, ni ha sido, retórica. En algunos aspectos, nuestra sociedad del conocimiento ha hecho avances importantes. Del 2001 al 2009: el número de investigadores ha crecido un 57,6% (37,4% en la Eurozona), y en el 2009 el 39,7% de los trabajadores se dedica a actividades científicas y tecnológicas (39,6 en la Eurozona); el gasto en I+D sobre el PIB ha pasado del 0,91% al 1,38% (la Eurozona del 1,85% al 2,05%). Es decir, se ha crecido por encima de la media de la Eurozona (o de la Unión Europea), pero en conjunto aún falta para llegar a la primera división.
Eso sí, algunos centros o departamentos universitarios de investigación, así como algunas empresas innovadoras, han demostrado ser internacionalmente competitivos y atraer investigadores; a menudo con la ayuda de programas, nacionales o de comunidades autónomas, abiertos a los investigadores extranjeros. Sin embargo, el conjunto del sistema universitario y de investigación, mayoritariamente público (el 72% de los investigadores en 2009), no se caracteriza por ser abierto e internacionalmente competitivo, y la innovación es todavía minoritaria en el sector privado.
Un problema parecido, diría aún más grave, aparece en la raíz de nuestra economía del conocimiento: la educación. Por ejemplo, en el Global Competitiveness Report 2011-2012, mientras España está entre los primeros países (de un total de 142) en términos de participación escolar (número 2 primaria, número 3 secundaria, número 18 universitaria) en términos de calidad escolar es otra historia (número 93 primaria, número 98 el sistema educativo), por no hablar de la calidad de la enseñanza en ciencias y matemática (número 111). Desafortunadamente, estos índices para el sistema educativo son consistentes con el informe PISA de la OCDE (2009) en el que los estudiantes españoles de 15 años están un 11% por debajo de los finlandeses. En contraste, la calidad de la educación empresarial a nivel graduado es muy alta (número 6).
Si se tratase del deporte, diríamos que tenemos algunos buenos jugadores, incluso algún equipo, que pueden competir internacionalmente, pero ni tenemos cantera ni un buen nivel medio, y demasiados jóvenes sin oportunidades adecuadas para practicar. Esto tiene tres problemas, especialmente si el objetivo es el crecimiento. Primero, que como los buenos jugadores, los buenos investigadores o ingenieros son fáciles de ser fichados por otros países que apuestan por la excelencia; lo que ya nos empieza a pasar de nuevo. Segundo, que la investigación o educación de calidad baja no aporta a la sociedad lo que debería; es decir, difícilmente se traduce en crecimiento. Tercero, que cuando los jóvenes -que ni estudian ni trabajan, o si lo hacen, es en empleos precarios- dejan de ver su futuro en la formación, el conocimiento y la creatividad, el mismo futuro de la sociedad del conocimiento peligra.
Nuestra economía del conocimiento requiere financiación, pública y privada, pero, en particular, requiere reformas que la hagan más competitiva. En tiempos de crisis se puede ser restrictivo en lo primero, pero no hay justificación para no hacer lo segundo. Es decir, no creo que sea la hora de entonar el canto keynesiano: "Las restricciones van a traer más recesión", sino de seguir el consejo de Milton Friedman: "La mejor guía sobre qué hacer en el corto plazo es seguir los objetivos a largo plazo". Ganar la batalla de la credibilidad fiscal, mostrando que somos capaces de resolver el problema acuciante de la deuda, es un objetivo a largo plazo; pero no es el único, no es la única C.
Dando por descontado que respecto a la credibilidad fiscal se va a actuar con decisión, como se está haciendo, y esto requiere esfuerzo de toda la sociedad, hay tres opciones en relación con nuestra economía del conocimiento. La primera es simplemente considerar los gastos públicos en investigación y educación un gasto más a recortar y, dado lo complicado de la situación, dejar las reformas para mejor tiempo; eso sí, al menos abordar la reforma del mercado laboral, facilitar la creación de empresas y hablar de la importancia de la innovación. No es trivial, pero insuficiente.