Mientras cocinaba un par de partes de crisis para recopilar los datos económicos que va a heredar Mariano Rajoy, ha surgido en los últimos días una serie de noticias relacionadas con la remuneración del factor trabajo –osea, los sueldos-. No es un tema para tratar en caliente pero, qué demonios, hoy me voy a dejar llevar.
Lo primero, hay que agradecer a la prensa el favor que le está haciendo a España con su manera de contar la crisis, como si se tratara de un relato de novela negra: esas cartas misteriosas procedentes del gran Poder Monetario, esas conspiraciones locales contra el sistema sanitario público que parecen sacadas del guión de Hospital Central, las lágrimas de una ministra italiana anunciando recortes históricos –los Técnicos también lloran-, la osadía del actor metido a diputado que renuncia, cual outsider, a su plan de pensiones y a su ipad… Todo muy emocionante pero muy poco pedagógico para que la sociedad llegue a la solución de los problemas. No ayuda mucho que ahora vengan los medios a destapar una supuesta cruzada contra los sueldos de los españoles, salvo que el objetivo sea azuzar al personal –nunca mejor dicho, por cierto-.
Pues bien, lo que probablemente estaba pidiendo el BCE se llama política de rentas y, en mi opinión, llega un pelín tarde. Creo, en línea con lo que sugieren los académicos, que si los sueldos no fueran rígidos a la baja, el ajuste de nuestra economía no se habría hecho con despidos. Seguramente los españoles habríamos empobrecido igual o poco menos pero hoy tendríamos más esperanza y más recursos para salir de la crisis. Ahora sólo podemos aspirar a empezar de cero y, si no, que se lo digan a los desempleados que han agotado su prestación.
En este momento, un acuerdo restrictivo de las rentas (salarios y beneficios) pasaría como devaluación pero no precisamente por competitiva. Y creo que ya toca explicarles a los españoles, con claridad y sin dramatismos, por qué cobramos salarios reales bajos en comparación con nuestros vecinos europeos ricos: nuestras empresas no dan para mucho más. No es que los empresarios sean unos ratas, es que las empresas españolas no generan valor suficiente para remunerar al trabajador conforme a su valía –tampoco ayuda mucho que nuestro concepto de justicia laboral obligue a pagar lo mismo por sector y categoría-. Y si no entendemos esto como trabajadores, lo haremos como consumidores: poco se puede esperar de un negocio que presume de low cost, o del servicio de atención al cliente de cualquier empresa del IBEX, o de un chiringuito digital cuyo modelo de negocio se apoya en pagar 75 céntimos por artículo a un profesional de la información –si no lo digo reviento-. Parafraseando a un spot publicitario reciente, España no puede permitirse tener sueldos (relativamente) tan bajos. O de otro modo, nuestra economía no puede competir con un modelo mediocre, cutre, basado en trabajadores (relativamente) baratos. Y lo que tiene que hacer la empresa española es reciclar su propuesta de valor para el mercado.
No se me ocurre mejor ejemplo para ilustrar esta afirmación que la industria musical: si el core business es el directo, no tiene sentido lamentarse porque la gente no compre música enlatada. Abandonemos los modelos de negocio que no funcionan y centremos el esfuerzo económico en el artista que da beneficios. La alternativa es dejar que los chinos nos invadan con música fabricada por ordenador… pero eso no es lo que está pidiendo el mercado español. Pues nada, si extrapolamos estos elementos a nuestra empresa nos daremos cuenta de que el directo –es decir, la cercanía al cliente- es lo que nos va a sacar a flote. Y, claro, para ello hace falta un buen artista – un trabajador, cualificado o no, creativo y orientado a resultados- y no hay más remedio que pagarle un buen caché –por que si no lo tiene, entonces no es un buen artista y no nos llena la plaza-. Y dejemos las imitaciones para los chinos. En mi opinión, ser competitivo no consiste en copiar el modelo de Suecia o el de la India: se trata de ser los mejores en lo nuestro y potenciar aquello por lo que el mercado está dispuesto a pagar. Ese, y no el de los costes laborales, es el enfoque que hay que dar a nuestra estrategia de país. Altas remuneraciones para poder exigir altas rentabilidades y, por el camino, generar IVA y buenas recaudaciones.
Por cierto, un aviso para navegantes que piensen que el problema son los beneficios empresariales. Trabajar para otro está de puta madre –me permitís la expresión- pero implica hacer ganar dinero a la empresa. Eso no es tarea exclusiva del comercial de turno. Y el que no esté de acuerdo que monte una cooperativa. Es más, si tu empresa vive de la subvención, de la inversión pública o del mamoneo, igual hay que pasarse a la economía social (cooperativas, sociedades laborales…). Porque una cosa es ajustar los salarios a la coyuntura y otra que los trabajadores financien el chiringuito a interés cero. El mercado es para los que quieran y puedan generar ingresos propios. Si no lo hacen, el apellido S.L. y S.A. les queda grande y, posiblemente, estén timando a todo el mundo. Y aquí entran desde negocietes que viven de la formación ocupacional hasta respetables consultoras de ingeniería civil que tienen el departamento comercial en el Ayuntamiento o en el Ministerio de turno.
Lo dicho. Hay cosas que hay que soltar en caliente. Que no nos vendan la moto.
S2.