La época del diagnóstico de la crisis ya ha quedado superada y ahora es el momento de las respuestas. Además, no me gusta esa política -tan española- de búsqueda de culpables que nos ata al quién ha sido en lugar de llevarnos al qué ha pasado y cómo ha sido. Y ya es un poco tarde para juicios morales del tipo si no se hubiera actuado de aquella manera. Dicho esto, hoy voy a ser un poco infiel a mis principios y voy a hacer juicio moral, eso sí, en clave de entretenimiento. Me propongo demostrar que las causas de la crisis económica son siete (y el que esté libre de participar en alguna de ellas que lance el primer comentario en su descargo). A saber:
- La lujuria. Ese deseo irreprimible por el vil metal, no como un medio para obtener cosas sino como el único y supremo fin de esta vida. Difícil reconocer públicamente semejante adicción: todo el mundo dice que el dinero no da la felicidad (es la tarjeta de crédito la que la garantiza).
- La gula. Consumo desmedido, compulsivo e irresponsable en esos templos contemporáneos llamados centros comerciales. Mi amigo ingeniero dice que estamos equivocados al comparar los datos de consumo actual con los de los últimos años de bonanza. En efecto, creo que tenemos que replantear las referencias de nuestras tasas de variación porque el próximo ciclo favorable no puede basarse en los mismos comportamientos.
- La avaricia. Promotores, intermediarios y especuladores de diverso pelaje no interiorizaron aquello de que el último duro lo gane otro. La base de la pirámide parecía lo suficientemente robusta como para aguantar un crecimiento ilimitado de los precios y resultó que lo que había debajo era una gran bolsa de productos incobrables y de expectativas manipuladas. De nuevo la avaricia rompió el saco.
- La ira. Cuan dañino es el enojo contra el sistema antaño tan suculento, las amenazas de regalar los pisos antes que venderlos a precio de mercado y la negación insistente de los datos en contra. La ira no puede traer nada bueno.
- La envidia. Ese vicio tan español. Porque el vecino tiene coche nuevo. O porque el compañero de trabajo se va a las antípodas de vacaciones. Y si hace falta pedimos un poco más al banco para gastos, al fin y al cabo nadie tiene por qué enterarse. Será un secreto entre el banquero, el notario y nosotros. Y seremos la envidia de otros.
- La soberbia. El mercado lo puede todo, todo y todo. Y el Estado no digamos.
- La pereza. Otro vicio muy ibérico. Y es que trabajar es de pobretones. Se vive bien de rentas y de plusvalías. Si nos aburrimos ya pondremos un bar o una inmobiliaria. Y si no, nos sacamos una oposición para no preocuparnos de nada en los próximos cuarenta años. Total, el Estado siempre paga.
Os emplazo a una próxima entrada sobre las siete virtudes de una economía como Dios manda. Y nunca mejor dicho.