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El corazón, la cabeza y el bolsillo

Pues la verdad es que llevo unos cuantos días con incontinencia verbal y demasiado poco tiempo para el desahogo. Lo justito para darme una vuelta por algunos blogs compañeros y quedarme con las ganas de aportar algo nuevo. Porque vamos a ver: el corazón le lleva a uno a pensar como Jordi y alguno de sus comentaristas, pero la cabeza me remite a renglón seguido a los argumentos de Fernan2, llenos de sentido común, racionalidad económica y ganas de entenderse. Opino, eso sí, que los que representan a trabajadores y empresarios no están precisamente a la altura de las circunstancias. Los primeros porque andan haciendo equilibrios para hacerle la rosca a demasiada gente distinta (desempleados, eventuales, blindados...). Los segundos, por su poca diplomacia a la hora de proponer cosas -lo de pedir al Gobierno que mire para otro lado ante un despido colectivo es de pena- y por esa enfermiza aversión al riesgo empresarial, tan española por otro lado. En este sentido, creo que es normal calentarse y lo más sencillo es azuzar al personal en contra del patrón.

Lo cierto es que el bolsillo dice que no hay dinero porque los bancos, al igual que nuestras empresas, son tremendamente aversas al riesgo. Se me dirá que, al menos, las entidades financieras están recibiendo salvavidas en múltiples formatos pero tiempo al tiempo: vienen fusiones, intervenciones y quién sabe si bajas. El caso es que se prevé una nueva batería de medidas para cortar el avance del desempleo nacional, al parecer con el acuerdo entre las partes implicadas -hay que decir que cuando hay dinero público de por medio, el diálogo social es pan comido-. Pero el problema de raíz sigue siendo la cultura española del riesgo: el empresario es incapaz de apostar por el trabajador como su principal inversión y fuente de productividad y, a su vez, el empleado se desvela por un contrato estable en el sentido de "para toda la vida", lo cual, como sabemos, no implica necesariamente la generación de grandes ingresos a medio y largo plazo. Al final, ambas partes salen perjudicadas: la empresa desperdicia talento (me da igual que sea intelectual o procedimental) y el trabajador se conforma con lo que tiene a cambio del bienestar que le proporciona el sistema. Y en el fondo, nuestro entramado financiero no ha dejado de engrasar bien este mecanismo, pidiendo nóminas y contratos indefinidos a cualquiera que quisiera comerse una rosca para cualquier proyecto de consumo o inversión. Que nadie me diga que esto es normal. En Europa, si pides dinero para un master, el aval son tus ingresos futuros. Aquí es la nómina de tu papá o de tu mamá porque el banco no se fía. En Europa, vivir de alquiler facilita la movilidad geográfica necesaria para mejorar tu nivel de ingresos y, por tanto, tu solvencia. Aquí el banco mide la solvencia en función de tu conformismo para agarrarte a tu sueldo fijo. ¿Es necesario que mencione lo de montar tu propio negocio? Porque aquí ni con dinero público de por medio. El sistema ya se las ingenia para que no te interese dejar tu empleo por cuenta ajena o mejor: aprobar una oposición y a vivir.

Nuestra cultura española del riesgo tiene algo de bueno, claro está: esas preciosas y contracíclicas provisiones que hasta Obama pone de ejemplo. Pero ellas no librarán al sector financiero de un buen ajuste. En cuanto al diálogo social, creo que el debate tiene que enfocarse desde el punto de vista de la empresa y no desde los agentes que viven de ella. Más le vale al empresario entender que el trabajador es su principal valor. Y más le vale al empleado identificarse con los objetivos del empresario. ¿Seguimos en el mismo barco?

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