PERO NO TAN CLARO PARA EL PARTÍCIPE
De lo hasta aquí esbozado cabe una primera conclusión práctica: se corrobora genéricamente el ya antiguo criterio académico, en buen modo engarzado en el sentido común, de invertir con preferencia en los fondos con menores comisiones. Y se dibuja otra más profunda: ¿lo pagado por los partícipes se corresponde con los servicios realmente percibidos?
Y es que la verdadera cuestión surge al contrastar dichos pingües y fáciles beneficios con los obtenidos por el partícipe o, si se prefiere, el propietario del dinero, el que asume el riesgo y quien paga tan generosas retribuciones.
Esbozábamos el mes anterior las conclusiones emanadas del estudio publicado en el último número (91) de “Análisis Financiero” que edita el Instituto Español de Analistas y la Fundación de Estudios Financieros. Desde un profundo análisis decenal (1992-2001) las conclusiones vienen a confirmar los motivos de descontento, cuando no de irritación, que sienten tantos partícipes, y en especial si soslayan el árnica que significa la marcha reciente.
Si nos ceñimos al periodo quinquenal, horizonte muy aconsejable, resulta, en efecto, que los fondos en renta variable nacional, y por tanto los más homologables, ofrecen una rentabilidad media anual de 7,66 puntos por debajo de la Bolsa; si se prefiere, una inversión en Bolsa efectuada en 1997 se habría multiplicado por 2,10 al cierre del 2001, mientras que en los fondos, y con importantes diferencias entre ellos, sólo lo habría hecho por 1,48, diferencia que, como veíamos, se incrementa si abarcamos hasta el 2003, y que en el “Doy, Tomo” adjunto acotamos, con mejora, para el año en curso. Y recordemos: ninguno de los fondos analizados supera en dichos periodos la rentabilidad del mercado, e incluso en varios de ellos ésta resulta nula si no negativa.
En la práctica el diagnóstico se agrava si consideramos el muy elevado número de suscripciones efectuadas entre 1999, momento en el que los fondos alcanzan su mayor volumen, y primavera del 2000, o el que gran número de los partícipes darían como harto bueno el teórico promedio anual del +8,28%. Por extensión: aún con el importante repunte actual, sólo siete fondos superan su nivel de entonces. En todo caso es evidente se trata de unos resultados muy distantes de lo esperado por el partícipe y, sobre todo, de los que se le comercializaron. La conclusión del profesor Palacios, director del estudio, es clara: “no parece que los fondos hayan cumplido su función de trasladar la rentabilidad del mercado a sus partícipes eficazmente”.
A GUISA DE NUEVO PARÉNTESIS
Y como que los fondos no son una entelequia, conviene trasladar el diagnóstico a los responsables de su gestión, aspecto no precisamente inédito en estas hojillas. En esta línea resulta evidente que buena parte de éstos, o más exactamente, de las instituciones, merecen, como mínimo, una calificación harto inferior a las retribuciones percibidas de los clientes que han confiado en ellos.
Si algún día será interesante detenernos en la catadura de alguno de tales personajes, convendrá centrarnos en inmediata ocasión en las causas que explican tan deficientes resultados, cuando la diferencia respecto a los bursátiles debiera acercarse al cero y dándose aproximadamente el mismo número de fondos con resultados superiores e inferiores. Adelantemos que del citado diferencial de -7,66 puntos anuales, y una vez restados justificantes objetivos, más de la mitad resulta imputable a “desaciertos en la gestión” con reiteradas compras-ventas que a su vez cabría relacionar, aún a riesgo de volver a ser tildados de avisos, con las pingües comisiones citadas líneas más arriba.
Por de pronto, y a rango práctico, se ratifica pues la necesidad de seleccionar discernidamente el, o cada vez más, los, fondos en los que invertir. Con el dato, avalado en dicho estudio, de que los resultados pretéritos, los habitualmente comercializados, aún con ser fiables “no aportan ninguna indicación útil” so