Antes de continuar con más aplicaciones del modelo cooperativo, creo que es buen momento para apuntalar algunas ideas muy básicas sobre economía general. Dicen los teóricos que la Economía trata sobre la asignación de recursos escasos. Sin embargo, cualquier definición que queramos dar será incompleta si no pone en el centro el concepto de necesidad. El objetivo de cualquier sistema económico es cubrir una diversidad de necesidades mediante la producción de bienes y servicios. Y ganar dinero no es un objetivo en sí mismo, aunque sí un buen incentivo para que el catálogo de necesidades cubiertas sea mayor o para que la producción resulte más eficiente –en costes o en calidad-. En esto, las fórmulas cooperativas me parecen más inteligentes que las mercantiles porque en su propuesta empresarial queda muy clara la vocación por la cobertura de necesidades más o menos complejas. Sin embargo, todos conocemos ejemplos de empresas mercantiles que ganan dinero a espuertas y no resuelven ningún problema a nadie. Gran contradicción que se debe a que alguien ha perdido el norte. Y un sistema económico que cuenta con recursos para producir pero no sabe gestionar necesidades es un sistema fracasado. Aplíquese el cuento a la economía global, a Venezuela o a Madrid capital, por poner ejemplos de diferente tamaño.
Nadie debería meterse en un negocio si no sabe explicar claramente a su madre qué necesidad o problema va a solucionar. Los teóricos tienen variadas clasificaciones sobre las necesidades: las hay básicas o complejas, individuales o colectivas, etc. Abraham Maslow, en su famosa pirámide, distinguía entre necesidades básicas, de seguridad, de reconocimiento social, de autoestima y de autorrealización. Es evidente que, cuanto más desarrollada sea una economía, más necesidades aparecen, de ahí que los recursos siempre van a ser limitados en relación con las necesidades potenciales que pueden ir surgiendo con el crecimiento. De modo que un determinado coche puede resolver una necesidad básica de transporte pero no una necesidad de reconocimiento social. Al revés, un vehículo de alta gama puede ser muy adecuado para lucir en ciertos acontecimientos sociales pero estar sobredotado para llevarlo al trabajo. Si todos los problemas fueran como en este ejemplo, el sistema económico sólo tendría que preocuparse de asignar a cada persona el vehículo que se pudiera permitir e invitarla a crecer para cambiar de coche y cubrir necesidades más complejas en el futuro. Sin embargo, la vida en sociedad no es tan sencilla: a medida que resolvemos problemas individuales, podemos estar creando otros de tipo colectivo, como la contaminación o la falta de aparcamiento, cuya solución pasa por adaptar el modo en que damos cobertura a las necesidades individuales. Por ejemplo fabricando vehículos híbridos, organizando un sistema de transporte colectivo o construyendo más aparcamientos.
Hasta aquí no me he metido a juzgar la catadura moral de ninguna necesidad, por absurdo que me parezca gastarse el dinero en un carro para lucimiento personal. Lo que debe preocuparle al sistema económico es que haya necesidades no resueltas. Y aquí entramos en el arte de captar recursos y asignarlos para dotar esas soluciones. Hablo de recursos en toda su extensión: personas con competencias diversas, materias primas, suelo, fuentes de energía y, por supuesto, vil metal. Hay tantas combinaciones de recursos (tecnologías) como cerebros emprendedores y ahí está el ejemplo de la gran distribución comercial: es difícil encontrar dos supermercados con el mismo modelo de negocio, es decir, con la misma receta para atraer clientes y generar ingresos recurrentes. Lo que ocurre es que no es lo mismo asignar recursos financieros que recursos humanos o productivos. En efecto, el recurso financiero y el suelo tienen algún componente desconocido que provoca efectos secundarios en el asignador. De ahí que, con frecuencia, nos encontramos con proyectos que solucionarían necesidades y no encuentran financiación junto con otros que no resuelven nada y les sale el dinero por todos los esfínteres. Os dais una vuelta por vuestro barrio y os preguntáis cómo puede ser que haya locales abiertos donde apenas veis entrar clientes junto a locales cerrados porque su dueño está esperando a que Botín venga a ordenar la apertura de una nueva sucursal de lo suyo. Tampoco se entiende que haya dinero para vivienda protegida en pueblos remotos y no lo haya para ampliar líneas de autobús en zonas densamente pobladas. Por no hablar de otras partidas públicas con más ceros.
Y, por fin, entra en juego el tercer concepto económico del día: los bienes (y los servicios). También puedo citar aquí variadas clasificaciones conceptuales que nos van avisando de que no es nada fácil repartir la tarta: hay bienes tangibles e intangibles; normales e inferiores; ordinarios y de lujo; libres (como el aire), públicos (como un faro costero), preferentes (como la sanidad y la educación), privativos (como los coches)… Incluso hay bienes que se consideran “males”. El caso es que los bienes deberían ser la resultante de una orientación clara hacia la solución de problemas y de una gestión eficiente de recursos. Sin embargo, la realidad nos dice que existe sobreproducción de unas cosas y escasez de otras. Y tampoco están bien resueltos los conflictos de rivalidad y exclusión que son naturales a ciertos bienes, como los preferentes: no da lo mismo meter en la misma aula a 25 que a 40 alumnos (rivalidad) y, la otra cara de la moneda, siempre hay limitaciones humanas y materiales para atender a nuevos alumnos (exclusión).
Bien, el motivo de este apunte no era proponer ninguna solución concreta –para eso están las ideologías- sino enfocar el problema económico en su origen y evitar que los árboles nos impidan ver el bosque. El sistema debe preguntarse cómo gestionar correctamente los recursos disponibles para producir bienes y servicios que resuelvan necesidades actuales y futuras. Y los que formamos parte de ese sistema no deberíamos perdernos con los resultados parciales: la sobreoferta, la existencia de recursos ociosos, la acumulación de otros en manos de perros de hortelano, la falta de acceso a bienes y servicios básicos, etc. son señales de que no lo estamos haciendo bien pero no representan todo el problema.
En la próxima entrada vuelvo otra vez a la práctica, a proponer soluciones a problemas reales.
Buena semana, s2.