En una reunión de grandes empresarios, cierto paisano mío comentaba hace poco que Él era el Mercado. Lo que quería decir con esta frase tan bíblica era que cuidadín con los reproches hacia el malvado Sistema porque Él formaba parte imprescindible del entramado y cualquier perjuicio contra Él se volvería en contra del Todo. Desconozco si mi paisano es liberal puro –es decir, todos a funcionar con las mismas reglas- o simplemente es un hacker capitalista que se aprovecha de los múltiples agujeros del Sistema. En cualquier caso, lo que haga mi paisano lo hace con su propio dinerito –que es mucho- y no como esos ejecutivos que manejan dinero de terceros con riesgo cero para sus propias remuneraciones. Al pan, pan.
Vamos, que la frase “Yo soy el Mercado” enseña más lecciones que Jordi Sevilla en dos tardes de clase de Economía. Porque uno ya está bien servido de tertulianos y opinadores profesionales quejándose de que la crisis se ha producido por-culpa-de-los-mercados, como si detrás de ellos no hubiera personas con caretos y pelajes diversos. Si algo bueno tiene el mercado como sistema económico es que nos descubre cómo somos, una vez despojados de vestiduras ideológicas o morales. La burbuja inmobiliaria se produjo porque personas concretas demandaban casas y estaban dispuestas a pagar lo que se pedía por ellos. La precariedad laboral se produce porque personas concretas deciden gestionar su empresa con criterios de corto plazo, dado que a sus clientes –también personas- les importa cuatro monas que lo que están comprando se fabrique en Cuenca o en Taipei, con trabajadores fijos, eventuales o con esclavos. El inversor –otra persona- que arriesga su dinero lo hace a cambio de una rentabilidad, y tampoco le importa demasiado si el que se la paga es Botín, el Rey de Therabitia –a cuenta del bolsillo de los therabitianos- o el Banco Central Chino. Así de crudo y así de natural es el comportamiento humano.
Por alguna razón, a las personas se nos olvida que nuestros actos individuales –por muy frikis que sean- acaban sumándose a los actos de los demás y provocan consecuencias colectivas. Esto se enseña en 1º de carrera y me consta que a muchos economistas también se les olvida, especialmente a estos que creen que se puede resolver el problema del desempleo sin tocar otras variables como la inflación o el déficit público, como si la Economía no fuera un gran sudoku.
Este artículo podía haberse llamado Lecciones económicas no aprendidas con la crisis. Se trata de una recopilación de 5 cosas que la crisis económica nos está intentando explicar o, dicho de otra forma, de lo que ocurre cuando algunos –desde lo privado o desde lo público- intentan atacar al mercado para salvarnos de él. A saber:
- El crédito no justifica ningún precio. ¿Todos distinguimos entre el dinero procedente del propio sudor y el que proviene del banco? Pues bien, en un plan de negocio, el que cuenta es el primero, el de la economía real. La escalada en el precio de los pisos tenía sentido cuando al sueldo de papá se le añadió el sueldo de mamá. Pero que el banco venga a facilitar las cosas no quiere decir que la capacidad adquisitiva de la familia sea mayor. En esto creo que ya hemos escarmentado, vamos a ver la segunda.
- Si el panadero deja de vender pan, la panadería cierra. Pues bien, si una entidad financiera deja de prestar dinero, tendrá que cerrar también. ¿O no? De verdad que no entiendo la política de subvencionar sectores concretos, por muy estratégicos que sean para el crecimiento y/o el empleo y/o los votos.
- Si el panadero deja de vender pan, cerrará aunque se apruebe el derecho de pernada. Estoy de acuerdo en que la legislación laboral está un pelín obsoleta, pero si el problema es de demanda no hay reforma que salve al panadero de la quiebra.
- Si el mercado no llega, es posible que el sector público tampoco llegue. Los del sector de obra civil no han aprendido esta lección y siguen suspirando por pillar obras con muchos túneles, con puentes de renombre y, sobre todo, con muchos ceros en la chequera. Ah, perdón por soltar esto en plena campaña electoral.
- Si el sector público no llega, es posible que los mercados de deuda tampoco. Teorías conspiranoicas aparte, es lógico pensar que todo tiene un límite. ¿O es que el dinero es un recurso renovable?
Como mi paisano, yo también puedo decir que el mercado soy yo y esto es lo que hay. No quiero que me manipulen ni que me salven. Y si me equivoco, prefiero aprender de mis errores antes que echar la culpa a otros.
Próxima semana: Parte de crisis.
Saludos.