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La eficacia de la política económica

En mi última entrada comentaba que la política económica -no me refería sólo a la que se perpetra en España, pero sí principalmente- ha sido sustituida por una suerte de activismo económico, un hacer cosas sin orden ni hilo conductor, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Lo relevante de las medidas que se están aplicando no es que sean keynesianas (impulso de la demanda) o clásicas (reformas estructurales) y, de hecho, no están las cosas como para renunciar a explotar el Presupuesto vía inversión pública, aunque sea a costa de la ortodoxia del déficit cero. Pero sí es importante que se cumplan unos principios básicos, y son los que quiero apuntar hoy.
  1. Lo primero, cada medida propuesta debe tener un objetivo prefijado. Si no lo tenemos claro podemos estar quemando cartuchos inútilmente. El mejor ejemplo, a mi juicio, lo vemos en las políticas monetarias aplicadas por Trichet y Bernanke hasta antes de ayer: el primero utilizaba los tipos de interés para controlar la inflación; el segundo se dedicaba a bajarlos según le pedía el cuerpo. El resultado es que el tipo de interés del dólar ha quedado inutilizable como instrumento de política económica y ha obligado al resto de bancos centrales a coordinarse a la baja, con el fin sobrevenido de no alterar demasiado al mercado de divisas.
  2. La aplicación de las medidas debe ser automática. O, de otro modo, si inundamos el sistema bancario de dinero y luego tenemos que esperar a que los bancos se den por aludidos, estamos apañados. Ya he perdido la cuenta de las veces que ha salido Solbes pidiendo a los destinatarios que hagan llegar el dinero a familias y empresas. Lo mismo ocurre con el Plan de Vivienda: si al final todo se resuelve diciendo a los propietarios que bajen precios, entonces no se entiende para qué tanta intervención a golpe de presupuesto. En cambio, la aplicación de desgravaciones fiscales no tiene ese inconveniente, su efecto -beneficioso o perjudicial- se transmite como una descarga eléctrica.
  3. Visión de largo plazo. La presión política está provocando en los gobiernos una obsesión por los resultados inmediatos. Se traslada el problema al futuro en forma de endeudamiento y se aplaza la necesidad de un nuevo modelo económico. Este es el problema que plantean medidas dirigidas a sectores concretos como el inmobiliario o el automovilístico, con la buena voluntad de salvar empleos que, en otras circunstancias más favorables, se perderían vía deslocalización.
  4. Por último, las medidas deben ser creíbles para generar expectativas positivas. Otra vez pongo como ejemplo a Trichet, que consigue más cosas con sus mensajes encriptados que con la propia bajada de tipos. Es lo que tiene la reputación, y que me disculpe mi paisano Revilla si no lo ve de la misma forma. Nuestra clase política lleva décadas perdiendo credibilidad -y no miremos sólo al gobierno central, que cada vez tiene menos poder- y eso se paga con la desconfianza de empresarios y consumidores. En ausencia de confianza no hay política eficaz.
Ni que decir que estos principios no deben ser interpretados como dogmas de fe, pero sí nos pueden servir de referencia para testear las propuestas que van saliendo de las chisteras de gobiernos y oposiciones. Se admiten sugerencias y matices al respecto.
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