En mi última entrada comentaba que la política económica -no me refería sólo a la que se perpetra en España, pero sí principalmente- ha sido sustituida por una suerte de activismo económico, un hacer cosas sin orden ni hilo conductor, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Lo relevante de las medidas que se están aplicando no es que sean keynesianas (impulso de la demanda) o clásicas (reformas estructurales) y, de hecho, no están las cosas como para renunciar a explotar el Presupuesto vía inversión pública, aunque sea a costa de la ortodoxia del déficit cero. Pero sí es importante que se cumplan unos principios básicos, y son los que quiero apuntar hoy.
- Lo primero, cada medida propuesta debe tener un objetivo prefijado. Si no lo tenemos claro podemos estar quemando cartuchos inútilmente. El mejor ejemplo, a mi juicio, lo vemos en las políticas monetarias aplicadas por Trichet y Bernanke hasta antes de ayer: el primero utilizaba los tipos de interés para controlar la inflación; el segundo se dedicaba a bajarlos según le pedía el cuerpo. El resultado es que el tipo de interés del dólar ha quedado inutilizable como instrumento de política económica y ha obligado al resto de bancos centrales a coordinarse a la baja, con el fin sobrevenido de no alterar demasiado al mercado de divisas.
- La aplicación de las medidas debe ser automática. O, de otro modo, si inundamos el sistema bancario de dinero y luego tenemos que esperar a que los bancos se den por aludidos, estamos apañados. Ya he perdido la cuenta de las veces que ha salido Solbes pidiendo a los destinatarios que hagan llegar el dinero a familias y empresas. Lo mismo ocurre con el Plan de Vivienda: si al final todo se resuelve diciendo a los propietarios que bajen precios, entonces no se entiende para qué tanta intervención a golpe de presupuesto. En cambio, la aplicación de desgravaciones fiscales no tiene ese inconveniente, su efecto -beneficioso o perjudicial- se transmite como una descarga eléctrica.
- Visión de largo plazo. La presión política está provocando en los gobiernos una obsesión por los resultados inmediatos. Se traslada el problema al futuro en forma de endeudamiento y se aplaza la necesidad de un nuevo modelo económico. Este es el problema que plantean medidas dirigidas a sectores concretos como el inmobiliario o el automovilístico, con la buena voluntad de salvar empleos que, en otras circunstancias más favorables, se perderían vía deslocalización.
- Por último, las medidas deben ser creíbles para generar expectativas positivas. Otra vez pongo como ejemplo a Trichet, que consigue más cosas con sus mensajes encriptados que con la propia bajada de tipos. Es lo que tiene la reputación, y que me disculpe mi paisano Revilla si no lo ve de la misma forma. Nuestra clase política lleva décadas perdiendo credibilidad -y no miremos sólo al gobierno central, que cada vez tiene menos poder- y eso se paga con la desconfianza de empresarios y consumidores. En ausencia de confianza no hay política eficaz.