Me refería en mi decálogo a que la intervención para fijar precios máximos o mínimos no es precisamente un buen homenaje a la libertad económica, además de servir de poco. A estas alturas casi todo el mundo ha entendido que no era buena idea ponerle un tope artificial al precio del gasóleo. Por otro lado, agricultores y ganaderos se lamentan de que no cuentan con un precio mínimo que les garantice el básico sustento. Todos lamentamos que sea necesaria la existencia de especulación sobre las materias primas para poner las cosas en su sitio cuando hace tiempo que el regulador tenía que haber dado un serio toque a los intermediarios, que son los que, al fin y al cabo, falsean el funcionamiento del mercado con sus márgenes abusivos y sus técnicas de marketing.
Así que no, intervenir el precio de la vivienda -aunque sea protegida- no me parece una idea muy liberal, y menos viniendo del Gobierno de Madrid que se las da de ídem. Y no lo digo por ninguna cuestión ideológica sino porque veremos, de nuevo, lo inútil que resulta la VPO tradicional para solucionar el problema de la vivienda. Cuestión de tiempo. Me remito a la siguiente entrada de mi serie liberal, sobre la sobreoferta.