Entonces entraron los políticos a escena, primero con mensajes -aquí no pasa nada- y luego con medidas de urgencia -inyecciones masivas de dinero de los Bancos Centrales para que los bancos comerciales pudieran hacer frente a sus pagos inmediatos-. Así que la crisis ya no era de liquidez sino de confianza. Puro gas. Por supuesto, ese humo no iba a afectar a España, que por entonces seguía marchando bien, con el pobre Solbes aguantando el tipo -ahora manda Elena Salgado y se acabó el laissez-faire-. Desde entonces se han sucedido las quiebras de bancos de inversión, los mercados financieros han funcionado a espasmos y las autoridades monetarias se han dedicado a prestar dinero a corto plazo y a rebajar los tipos de interés para salvar al sistema financiero.
Pero claro, lo gordo lo estamos sufriendo hoy. El humo de la desconfianza hizo que los bancos se volvieran prudentes y dieron paso a la crisis de crédito. Si no hay crédito, los ciudadanos no se compran viviendas, ni coches y se van de vacaciones a Cuenca con el bocata de tortilla. Y las empresas no pueden descontar sus facturas de clientes -porque estos, a su vez, ya no pueden cumplir sus compromisos- ni pagar a sus proveedores. Ya tenemos la crisis en la economía real: impagos, bajón de producción, despidos, bajas incentivadas, concursos de acreedores... y desinflación. Con los precios hemos topado. Los Gobiernos se han unido para evitar otra Gran Depresión y no han parado de soltar dinero con planes de rescate para varios sectores -no te lo imaginas, General Motors ha sido tomada por el Gobierno de Estados Unidos presidido por Obama, su primer presidente negro-. Y el déficit público se nos ha ido de las manos. Hasta los empresarios le piden al Gobierno que salga en su salvación. Vamos, que al mundo no lo conoce ni la madre que lo parió.
Supongo que desde tu celda de clausura las cosas se ven de distinta manera. Cómo te envidio. Sólo te pido una oración por la economía mundial, a ver si sale de esta.
Un saludo desde el otro lado del planeta. Hasta pronto.