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Las monedas sociales (II)

La semana pasada os proponía, con un interés meramente divulgativo, el tema de las monedas sociales, una pieza más de las que componen la llamada economía alternativa. En concreto, planteaba algunos criterios generales para que un objeto pudiera convertirse con éxito en moneda de cambio, es decir, en dinero: confianza, escasez, usabilidad, (no)caducidad y convertibilidad. Criterios que se pueden discutir desde la ideología pero que no deben ser utilizados para ridiculizar ninguna iniciativa local, especialmente si nace de la propia sociedad civil.

En la entrada de hoy me gustaría comentar algunos ejemplos reales de estas monedas. Aportaré mi punto de vista desde los criterios que he planteado en el post anterior con el objetivo de abrir un debate constructivo.

El tiempo como divisa

Hasta la fecha, los bancos de tiempo son las únicas iniciativas que me convencen de verdad, a pesar de que su implantación todavía es simbólica. La divisa tiempo, se llame como se llame en cada lugar, cumple con buena nota los criterios que mencionaba: funciona (o no) a base de confianza y reputación, no requiere de un banco central que manipule su oferta (dado que el tiempo es naturalmente escaso y pertenece a cada individuo), las nuevas tecnologías van mejorando la usabilidad de las horas como unidad de cuenta, así como el cuadre oferta-demanda y, por último, no es necesario regular su caducidad (oxidación) salvo que lo decida internamente la propia comunidad. Y es que el tiempo (productivo) puede ser acumulado (por ejemplo, en bonos) y sólo pierde valor cuando está parado, como sucede con el dinero convencional. Su escasa convertibilidad en moneda convencional (las horas de trabajo no deben ser convertidas a la fuerza 1:1 porque no son homogéneas) no es un problema si el tiempo circula en una red cerrada con suficiente masa crítica.

Se puede consultar el mapa de bancos del tiempo que funcionan en España y en todo el mundo aquí y aquí. Aunque no dejan de ser iniciativas locales sin demasiada relevancia, en el 2012 nació una iniciativa mundial con ambición para llegar más lejos: Time Republik. Toda una Startup de la economía colaborativa a la que deseo mucho éxito.

Para los escépticos, os recuerdo que hoy en día no es nada extraño echar horas de trabajo sin contraprestación directa: el voluntariado, las prácticas no remuneradas, la presentación de proyectos a fondo perdido… El banco de tiempo, al menos, trata de ofrecer algo a cambio.

Y me pregunto: ¿puede la divisa-tiempo darnos alguna pista para solucionar el problema del desempleo como bolsa de recursos ociosos?

El Boniato

Venga, sin cachondeo. No se trata de una hortaliza sino de la moneda que circula en el Mercado Social de Madrid. En realidad funciona de forma muy similar a los puntos que nos dan en los supermercados, aunque, a efectos contables y fiscales, el proveedor está aplicando un descuento comercial al consumidor. El Mercado Social garantiza la convertibilidad en euros, según dicen, para dar confianza y facilitar la incorporación de la moneda a los hábitos de los consumidores, aunque el proveedor puede reservarse el derecho de aceptar un máximo de boniatos. Existen tarjetas monedero recargables y TPVs para facilitar el intercambio con la moneda social.

Desde mi punto de vista, las ventajas de este sistema tienen que ver más con las prestaciones de la Cooperativa que con la circulación de una moneda interna. Cuantos más socios y usuarios, más y mejor oferta, promociones, etc. Sin embargo, el boniato tiene la misma tara que el euro y cualquier otra divisa convencional: la posibilidad, aunque remota, de morir a causa de un pánico bancario. Si el Mercado Social se viene abajo, nadie podrá garantizar la conversión de los boniatos en euros ni su aceptación en el comercio.

En cualquier caso, tanto el Mercado Social como el funcionamiento de su moneda me parecen tremendamente pedagógicos. Explican cómo funciona un sistema económico en carne viva. En particular me ha parecido muy creativa su operativa contable, con esa cuenta (552) que lleva el cómputo de boniatos y todo. Me llevo un buen recurso para mis clases.

El Ecoxarse y la Cooperativa Integral Catalana

La CIC, para los que no hayáis oído hablar de ella, pretende ser algo más que un mercadillo. De hecho se trata de un gran proyecto global que persigue la autonomía de la sociedad respecto de la banca y del Estado. Para ello, promueve la creación de cooperativas en todos los sectores económicos posibles para que sus socios alcancen la independencia laboral y financiera, así como la soberanía alimentaria y la cobertura de todas las necesidades económicas. Rollo anarco-liberal, supongo que a mucha honra. No oculto que este fenómeno me produce sana curiosidad y, por ahora, creo que va de buena fe, a pesar de eso que llaman desobediencia económica.

La moneda social de la CIC se llama Ecoxarse y pretende eliminar todos los vicios que posee el dinero convencional: no existe la deuda (los saldos negativos se compensan con los saldos positivos al cabo del tiempo), ni los tipos de interés. Se trata de un medio de cambio local, no de un instrumento financiero. Cualquier persona puede generar moneda produciendo bienes o prestando de servicios (economía real), a diferencia, por tanto, del mecanismo de creación de dinero bancario o de la impresión de papelitos con la cara de un Jefe de Estado (economía financiera). Como es evidente, y así ocurre con cualquier sistema monetario local, nadie se preocupa por conceptos como crecimiento, ahorro, inversión o coste de oportunidad.

En fin, se puede compartir o no su visión de la vida pero no se puede negar que es un interesante caso de estudio.

El Faircoin y otras criptomonedas

Por fin, hay un grupo de monedas que llevan haciendo ruido desde hace muy pocos años: las criptomonedas o monedas virtuales. Ya conocéis el BitCoin y los problemas que generan su empleo especulativo y su escasa usabilidad entre los profanos. Pues bien, en el inframundo alternativo se abre paso el FairCoin, una moneda diseñada para la justicia social y la redistribución económica. Fue liberada en marzo de 2014 con el pedestre método del airdrop (distribuyendo 50 millones de monedas por Internet) y hoy es utilizada por unos 10.000 usuarios. Su capitalización supera el millón de dólares y cotiza en torno a los 2 céntimos de euro. Los faircoins se pueden minar (acuñar por medio de un software, como cualquier criptomoneda), comprarlos a través de una plataforma o cambiarlos por dinero en efectivo. Pero, a diferencia del BitCoin, la minería está mal pagada para desincentivar la acumulación de servidores en unas pocas manos, fomentar el ahorro y, sobre todo, la cooperación para que el sistema sea menos vulnerable a los ciberataques.

Como en los tres ejemplos anteriores, el FairCoin también cuenta con una comunidad paraguas, la cooperativa de ámbito internacional Fair.coop. Y aunque su filosofía es decrecionista, han diseñado una moneda complementaria al FairCoin, llamada FairCredit, para levantar un sistema de crédito entre los socios de la Cooperativa que evite la necesidad de gastarse los faircoins. En este momento se estudia cómo regular la caducidad de esta moneda para que no canibalice al FairCoin.

Desde mi punto de vista, el diseño me parece interesante pero me resulta igual de sofisticado que el BitCoin y muy difícil de explicar al pueblo llano. Aunque, por supuesto, tiempo al tiempo. Cosas más raras habremos de ver.

 

Bien, espero que esta miniserie os haya parecido interesante. No es la primera, ni será la última vez que toque estos temas tan alternativos pero me parece que, de vez en cuando, hay que asomarse a otros universos económico-financieros.

Buen fin de semana. S2.

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