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                           FERNANDO ESTEVE MORA
                                                                                                                                         
                                                                                                                               (continuación)
Pero además de estas consideraciones referidas a la inmigración masiva en los mercados de trabajo está la cuestión identitaria. Y es que los seres humanos son algo más que "fuerza de trabajo" para la economía. Son personas. A partir de la obra de George Akerlof y Rachel Kranton ("The Economics of Identity", Quarterley Journal of Economics, 2000), los economistas han sido cada vez más consciente de que el comportamiento de las gentes no sólo depende de variables económicas: ingresos, precios, salarios, rentas, impuestos, etc., sino también de su identidad.

Aunque hablar de identidad, aún en el caso de un individuo, es incorrecto, pues en el seno de cada individuo conviven más o menos armoniosa o conflictivamente diferentes identidades. Pero antes de seguir, ¿qué quiere decirse por identidad? Pues un conjunto o sistema de creencias que impone a quien la tiene o le prescribe un conjunto de comportamientos. Los individuos tratan de comportarse con arreglo a las prescripciones de sus identidades, pero no siempre lo consiguen. También, el comportamiento de los demás puede afectar positiva o negativamente a la propia identidad.

¿Complicado? Cierto. Lo mejor para no meterse en largas disquisiciones es acudir a la intuición que proporcionan algunos ejemplos conocidos de problemas o cuestiones relacionadas con esto de la identidad.  Veamos unos cuantos. En sociedades en las que la identidad pública masculina va asociada al comportamiento heterosexual, los varones homosexuales están en un permanente conflicto con ellos mismos pues el comportamiento que les pide su identidad homosexual se opone al que les exige  su identidad masculina.

Otro ejemplo, uno especialmente llamativo y espantoso. Akerlof y Kranton señalan en su artículo que la monstruosidad de la mutilación genital que sufren las niñas  en algunas sociedades  subsaharianas puede explicarse como una cuestión identitaria. Y es que, en esas sociedades, la identidad femenina se define de salida en oposición radical a la masculina a partir de los aspectos más físicos. Los hombres tenemos pene entre las piernas, y las mujeres, por tanto, para ser mujeres, no tendrían que tener ni pene ni nada parecido a un pene. El clítoris en esas sociedades se entiende como si de un pene pequeño se tratase. Algo que no debería estar por tanto en el cuerpo de una mujer. Un fallo, pues, de la naturaleza que es incapaz de crear a las imperfectas mujeres como Allah manda. Así que hay que "ayudar" a la naturaleza mediante la ablación de ese pequeño "pene" para que una mujer pueda ser una mujer verdadera. O sea, que para esa "cultura", la ablación del clítoris sería algo así como una especie de (absurda) cirugía reparadora. 

El problema está en que, a diferencia de lo que sucede en el mundo económico normal en el que la subida en el precio de algo disminuye la cantidad demandada de ese algo, por ejemplo, la "demanda" de hechos delictivos como este que aquí estamos considerando, en cuestiones de identidad, puede darse, paradójicamente, el efecto contrario de modo que subir los precios de un comportamiento (por ejemplo, castigando con penas de cárcel esa mutilaciones que, recordemos, las encargan las madres y las abuelas de las niñas que las sufren) no disminuye en muchos casos ese comportamiento que viene definido o prescrito por su identidad, sino que puede -incluso- reforzarlo. Se trata del conocido "efecto mártir": la sangre de los mártires se convierte en semilla de nuevos adeptos, el castigo refuerza la identidad.

Un último ejemplo. Allá por lo tiempos de la Transición, se liberalizó la participación laboral femenina en ocupaciones que hasta entonces estaban vedadas a las mujeres. No sólo se admitió a mujeres en el ejército en unidades de combate sino también en otras ocupaciones hasta entonces las excluían. Una de ellas era la minería en la que las mujeres no podían formar parte de los equipos de picadores. Pues bien, quienes al principio más se opusieron a que las mujeres se incorporasen a los equipos de picadores fueron los maridos y hermanos de las mujeres que querían participar en esas actividades pues eran acusados por sus compañeros de la afrenta a su identidad como mineros consecuencia de la incorporación de las mujeres a ese su oficio "de hombres".

Importante a efectos económicos generales es la diferencia que puede establecerse entre identidades idiosincrásicas, personales o particulares e identidades compartidas. Estas últimas son las que constituyen los grupos sociales y van desde la identidad que supone el ser forofo de un equipo de futbol a la identidad común que tiene la gente de una determinada nacional o que creen en la misma religión. 

El problema con estas identidades compartidas es que a menudo se definen por oposición. No es posible ser a la vez forofo del Madrid y del Barça. Para los nacionalistas catalanes y  españoles no se puede a la vez ser  catalán y  español. Esa oposición se da singularmente entre las identidades religiosas: no es posible de ningún modo ser cristiano y musulmán. No es posible ser ateo y creyente.

Y claro está cuando las identidades se definen adversarialmente,  las identidades son  conflictivas entre ellas y pueden favorecer los enfrentamientos entre sus "adeptos", pues los comportamientos que prescriben sus identidades respectivas pueden ser incongruentes. Adicionalmente, las identidades compartidas suelen ser expansivas, su pervivencia depende de su número y por lo tanto suelen ser proselitistas. Ello se ve de forma meridianamente clara cuando se analiza una de las fuentes de identidad compartida más habitual para los individuos en la historia como ha sido la religión. Las religiones les dicen a los hombre quiénes son y cómo han de comportarse y por qué es obligado que así lo hagan, y también les dicen cómo el comportamiento de las gentes de una religión puede ser visto como ofensivo o pecaminoso por los de otra. Por todo ello,  la convivencia entre ellas ha sido problemática cuando no inexistente como testimonian las innumerables guerras de religión que ha habido y sigue habiendo.

En la Península Ibérica se dice que hubo un tiempo en que en los diferentes estados se asistió a una difícil y más o menos pacífica convivencia entre los miembros de las comunidades judía, cristiana e islámica al final de la Edad Media. Identidades adversariales las tres. Pero ocurrió que se asistió a una suerte de coexistencia pacífica. Las gentes de la diferentes confesiones vivían juntas, aunque no revueltas, bajo la autoridad de los monarcas de modo que las diferencias de identidad religiosa respecto a la dominante (la del monarca) "sólo" se traducían normalmente en "pequeñas" discriminaciones en los tipos de ocupaciones autorizadas a seguir y en impuestos diferenciales, pero no en la continuada persecución violenta. El "experimento" de coexistencia pacífica entre las "tres" culturas terminó de modo decidido con la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos, proceso que concluyó con la expulsión de los musulmanes (moriscos) por Felipe III. La identidad cristiana-católica se impuso obligadamente  desde entonces dedicándose la Inquisición, el brazo "armado" de la Iglesia Católica (la encargada de definir los comportamientos adecuados a esa identidad), a perseguir a los miembros de las posibles otras identidades que pudieran haber en los reinos de la monarquía hispánica. Tras las guerras y persecuciones contra los cristianos-protestantes en España, a partir del siglo XVIII  la Inquisición la tomó con  aquellos que se declararan laicos, ilustrados y aceptaran como conocimiento los descubrimientos científicos por encima de los "revelados" por Dios y trasmitidos por la "Santa Madre Iglesia".

Esa persecución religiosa a los no religiosos ha llegado en España hasta el siglo XX. La Guerra Civil fue, también, una guerra de religión o de identidades. No por error la llamó la propia jerarquía eclesiástica sino de  Cruzada, y como tal iba dirigida a extirpar a todos aquellos que no acataran o aceptaran la identidad cristiana-católica. Afortunadamente, la persecución religiosa de las identidades no católicas se fue suavizando en las siguientes décadas, pues hasta la dictadura franquista nacional-católica tuvo que aceptar a regañadientes que en el siglo XX ya no podían comportarse como en el XVI. Persecución a los no religiosos que, por cierto, alcanzó su nivel más bajo en los años de la Transición, periodo al que puede calificarse sin temor a equivocarse como el más libre en este terreno del que haya gozado España nunca. En ese periodo fracasó la Iglesia Católica en su desmedido intento de imponer a TODOS y no sólo a los suyos sus normas morales. Fracasaron así sus  intentos de impedir que todos los españoles y no sólo los católicos (¡allá ellos!) tuvieran el derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio homosexual  y a una vida sexual libremente elegida  no dirigida por gentes que -por cierto- hacían voto de castidad (en principio). Pero parece que, lamentablemente, en los últimos años se ha visto cómo el intento de imponer judicialmente una identidad católica y "perseguir" a los que no son de su rebaño o grey ha cogido nueva fuerza. Así, por ejemplo, organizaciones como Hazte oir o la Asociación de Abogados Cristianos están empeñadas en una cruzada judicial contra la libertad de expresión en nombre de la ofensa a  sus "sentimientos religiosos" que les supone oir o ver algunas expresiones de los no religiosos. Y como hay jueces de los suyos, pues están teniendo éxito en esta su nueva cruzada por imponer su identidad y perseguir la ajena. Así, en tanto que ningún juez se dignaría tomar en cuenta que alguien denunciase como ofensa a sus "sentimientos religiosos" el que alguien se riese de las creencias  que tuviese una persona adulta en los poderes de Superman o de Spiderman,  sí hay jueces que admiten a trámite el que alguien considere risible las creencias en los superpoderes (o sea, milagros) de algunas superhéroes que aparecen en  la Biblia y los Evangelios ( los evangelios apócrifos, son, a este respecto, increibles e insuperables. Hasta la propia Iglesia se vio obligada a no incluirlos en su canon). Y es que las hazañas de Jesucristo no encuentran parangón en su capacidad para "superar" o mejor dicho, pasar de las leyes más elementales de la Física (volar y andar sobre las aguas, por ejemplo) , la Química (transubstanciación y otras alquimias) , la Medicina (resucitar a los muertos), la Geologia y la Biologia (eso de la creación del mundo en seis días) y la Economía  (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4329487-open-arms-buenismo-moral-milagro-panes-peces ) ni en las de los superhéroes de la factoría Marvel. Y estos enfrentamientos identitarios que por causa religiosa que se  dan hoy en  España, palidecen comparados con la persecución religiosa a los no religiosos y a los de otras religiones que se da en otros países como aquellos que se definen como identitariamente  islámicos . Incluso los miembros de una confesión que se vende tan pacífica como la budista ha enseñado recientemente su cara persecutoria y sangrienta en la persecución a los musulmanes rohinyás en Birmania.

Con todo lo anterior, lo que se quiere resaltar encarecidamente  es que la idea del multiculturalismo, la diversidad y el mestizaje puede ser literaria y musicalmente  muy bonita y moralmente muy buenista,  pero es difícil de llevar a la práctica entre gentes con identidades compartidas adversariales, como lo son las religiosas. Y, por supuesto, el hacerlo puede ser aún más complicado en muchos lugares de Occidente conforme la inmigración masiva acabe obligando a convivir a números elevados de personas cuya identidad religiosa está todavía menos civilizada en el sentido de ser  menos tolerante con las demás que las identidades de las personas laicas o religiosas todavía hoy dominantes en Europa.

El ejemplo más claro de esto se encuentra en la inmigración de personas de religión musulmana. Y es que en términos comparativos, es conocida la escasa tolerancia de muchas personas de religión musulmana hacia los comportamientos de los ateos, laicos y gentes de otras religiones y recuerda  la intolerancia de que hacían gala los miembros de la Iglesia Católica del siglo XVII. Un ejemplo anecdótico, pero relevante lo proporciona Douglas Murray en su obra La Extraña Muerte de Europa. Identidad, inmigración, Islam.  En una encuesta en Gran Bretaña en 2006 surgió que el 16% de la población consideraba la homosexualidad un comportamiento moralmente reprobable, y por ende prohibible y punible. Pues bien, ese porcentaje crecía hasta el 29% en Londres, esa ciudad cosmopolita donde las haya. La explicación de Murray, no se si cierta pero sí verosímil, atiende al enorme porcentaje de población musulmana que vive en Londres. Y ya The Guardian había señalado, a partir de encuestas, que la tolerancia con la homosexualidad era del 0% entre la población que se considera musulmana (y un 52% manifiesta su preferencia por su prohibición legal) . Y, en cuanto a la libertad de conducta  ya se sabe de las restricciones que el Islam pone a las mujeres en su comportamiento cotidiano. Y en cuanto a la libertad de expresión, son abundantes los casos como el del Charlie Hebdo o de Salman Rushdie que muestran que, para algunos musulmanes y ramas  radicalizados del Islam,  la menor ironía o descreimiento  acerca del superhéroe islámico es merecedora de una condena a muerte.

Es indudable que aparece un importante problema  a la hora de definir las preferencias y los intereses colectivos, ya sea el interés público como el interés del público  (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428857-politica-interes-publico,) cuando ese público está compuesto de fracciones relevantes de personas con identidades adversariales de forma que existen creencias, actitudes y  comportamientos moralmente permisibles para unas que son  repugnantes, pecaminosos y punibles para otras. En suma, dado que la inmigración no sólo supone la entrada de trabajadores sino también identidades, y dado que las normas sociales generales se adecuan al porcentaje relativo de las identidades en una sociedad, la inmigración masiva pudiera llegar a alterar esas normas caso de ser su presencia en una sociedad  lo suficientemente masiva, cosa hoy por hoy irreal aunque sí pensable e imaginable por posible o factible si catástrofes como guerras o sequías provocadas por el cambio climático generaran masivos movimientos migratorios hacia Europa de personas con esas identidades adversariales.

La solución que en ese caso ofrece la Teoría Económica, el "votar por los pies" y el zoning, de modo que se constituyan áreas cultural/religiosamente diferenciadas dentro de un país, como ya hay barrios culturalmente diferenciados en muchas  grandes ciudades como Londres y Paris que parecen trasplantados de sus países de origen en la medida que las normas sociales las definen sus exclusivos habitantes: los inmigrantes. Ésa, que recordemos fue la "solución" al problema de la convivencia religiosa  a la que se recurrió con cierto éxito -como se ha señalado- en algunos momentos de la Edad Media española, puede que en el mundo moderno de estados-nación y globalización no ni viable ni siquiera aconsejable.

Y para concluir  me atreveré a esbozar un posible problema de política-ficción  pues hoy por hoy -repito- se refiere a un posible futuro aún lejano. Pero, pese a ello, lo enunciaré. Se refiere a que la inmigración masiva en países como el nuestro de personas de identidades adversariales con la mía, personas ultracatólicas y  personas musulmanas, pudiera a partir de cierto volumen ponernos  en riesgo de exclusión cívica (y hacerlo por cierto de forma democrática) a los que no somos de ellos, a los que tenemos una identidad compartida con raíces en la Ilustración. Por supuesto es más que  cuestionable el que ese  riesgo pueda llegar a ser alguna vez  una amenaza real,  lo cual dependería de una amplísima variedad de circunstancias demográficas, culturales, educativas, económicas y demás, pues como ya he señalado y demuestra la evolución de la identidad católica, hasta las identidades adversariales cambian en el tiempo por lo que cabe esperar que, con los años, se produzca una suavización de esas identidades tan excluyentes y estrechas de ese tipo de inmigrantes (aunque tampoco esto es nada seguro, y por ejemplo, poca duda puede haber que la identidad musulmana medieval era más abierta que la sunnita wahabí o la chii de nuestros días) .

Pero, en cualquier caso, el tema creo que merece la pena ser tratado con una mayor seriedad de lo que lo hace la que he llamado izquierda parroquial. Y es que no se puede afrontar esta cuestión con el único bagaje teórico de esa especie de "teoría gastronómica de la emigración" que considera  la integración multicultural, el mestizaje y la diversidad como un asunto nada problemático, tan claro y fácil y deseable análogo a la existencia de una amplia variedad de restaurantes de culturas gastronómicas diversas en una ciudad.



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  1. #1
    28/01/22 19:17
    Recuerdo que un antropólogo vasco, cuyo nombre no recuerdo en este momento, aclaraba que lo de la multiculturalidad era algo muy superficial porque al final lo que se imponía y debía imponerse era la ley. Si se prohíbe la ablación del clítoris, no hay diversidad que valga. Al final los defensores de la multiculturalidad son las personas de nivel económico alto, que no compiten por los puestos de trabajo con los emigrantes y consideran que el multiculturalismo es cenar en un restaurante tailandés o ir a un concierto de música africana. La novela Sumisión de Houellebecq fantaseaba con la llegada a la presidencia de Francia de un musulmán radical. Siempre encontramos la diferencia entre el método de decisión, que puede ser democrático y el contenido de dicha decisión que puede ser radicalmente antidemocrático.