NUEVA ECONOMIA
LA RUEDA DE LA FORTUNA
Richard Grasso o la fábula del cazador cazado
El poderoso capo de Wall Street ha tenido que abandonar su puesto tras el escándalo provocado por el cobro de 140 millones de dólares en atrasos. El cazador cazado o el ejemplo de que hasta en ese templo de la ortodoxia contable que es el prestigioso NYSE caben los golfos de todo tipo y condición. Los controles han funcionado en USA. ¿Lo harían en España?
Por Jesús Cacho
Richard Grasso, presidente del New York Stock Exchange (NYSE), abandonó su cargo justo el día en que se cumplían dos años de la reapertura de la Bolsa neoyorquina, tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Tremendo simbolismo. Las torres gemelas, paradigma exuberante del poder de la gran manzana, reducidas a escombros. El presidente del NYSE, quinta esencia del capitalismo financiero, obligado a dejar su puesto por culpa de un escándalo, cómo no, de dinero.
La liebre saltó el 27 de agosto, cuando el consejo de administración de la Bolsa neoyorquina admitió que su presidente y consejero delegado (CEO) había cobrado 139,5 millones de dólares en atrasos correspondientes a los últimos ocho años. Nada que ver con su salario normal que, por supuesto, en nada se parece al mínimo interprofesional. Hasta en Wall Street, acostumbrados a oír hablar de sueldos astronómicos, causó sensación el pellizco de Dick Grasso, un millonario con cierta fama de progre, una especie de Kojak sin chupa-chup, el rostro de un perpetuo y envidiable bronceado, protagonista idóneo para un nuevo Padrino a lo Francis Ford Coppola.
El comité de retribuciones encargado de fijar su salario había sido cuidadosamente seleccionado por el propio Grasso, 36 años en la Bolsa neoyorquina, los últimos ocho como capo di tutti capi. La mayor parte de los miembros de dicho comité son directivos de empresas a las que el NYSE debe vigilar, gente interesada, por tanto, en engordar la cuenta corriente del jefe como si del buche de una oca de Navidad se tratara. ¿Alguien puede, con semejantes antecedentes, imaginar alguna autoridad moral en Grasso para imponer a esas y otras compañías los estándares de transparencia exigibles a las compañías cotizadas? El cazador cazado, o el zorro en el gallinero.
Cuando el NYSE reveló la importancia de la cifra, William Donaldson, presidente de la SEC, la CNMV norteamericana, envió una carta a Wall Street diciendo que el episodio levantaba «serios interrogantes» sobre la honorabilidad del NYSE. En privado, Donaldson dijo sentirse escandalizado. Pero a pesar de la oleada de críticas, Grasso se dispuso a defender su sillón como gato panza arriba hasta el final de su mandato, en mayo de 2007. Eso sí, asegurando que el propio NYSE se encargaría de reformar sus prácticas de gobierno.El 9 de septiembre, en respuesta a Donaldson, el NYSE anunció que Grasso renunciaba al cobro de otros 48 millones que, de acuerdo con los términos de su contrato, le correspondería cobrar por los cuatro años que le restaban de mandato. «Quitar codicia, no añadir dinero, hace ricos a los hombres». ¿Habrá leído Grasso a Quevedo? Pero el martes 16, los responsables de los tres fondos de pensiones yanquis más importantes dictaron sentencia de muerte al exigir su renuncia. Palabras mayores. La caída del hombre que, hasta hace dos semanas, se encontraba among the most powerful and respected leaders in the financial world, según The Washington Post, estaba cantada.
Un golpe en la línea de flotación de la Bolsa más importante del mundo, propiciado no por los pilotos suicidas de Al Quaeda, sino por plutócratas que se han adueñado de ese templo de la ortodoxia contable que decía ser Wall Street. Tras los escándalos de auditores, consultores, analistas y demás fauna que puebla el universo financiero, lo ocurrido es la gota que colma el vaso del descrédito del sistema. ¿En quién puede confiar el ahorrador anónimo que, en la era de la globalización, invierte su dinero en Wall Street desde cualquier