Acceder

La ética protestante, el espíritu del capitalismo y la estética de los visillos y cortinas en el norte de Europa

La ética protestante, el espíritu del capitalismo y la estética de los visillos y las cortinas en el norte de Europa                                                                                                                             

                                                                                                      Fernando Esteve Mora

Una  de esas singularidades de nuestros vecinos del norte de Europa, tan estirados, virtuosos, eficientes y condescendientes ellos,  que más nos sorprenden a los del sur cuando vamos por sus ciudades es la generalizada ausencia de visillos y cortinas en sus pisos y casas. La consecuencia es que sus modos de vivir están a la vista de todo aquél que pase cerca de sus alojamientos. Y no sólo a la vista del curioso, del observador entomológico de costumbres o del sencillamente cotilla, sino también de la del del distraído paseante que, sin tener la menor intención de fisgonear la vida de los demás, ve como su mirada es asaltada, quiéralo o no, por esa impúdica exhibición de la intimidad de los demás.

 

 

A la hora de explicar tan sigular -para nosotros- comportamiento, me he encontrado con diversas explicaciones. Descartada por inane la que acude a la pobreza o la avaricia, dado que en esos países las gentes son mucho más ricas que las de los del sur, hay quienes aluden a razones climáticas. Hablan así de la escasa intensidad y duración diaria de la luz solar en esas latitudes como explicación a la ausencia de visillos, persianas y cortinas. Pues bien, me parece una explicación tonta. Por un lado resulta obvio que durante más de la mitad del año en esas latitudes tiene más horas de sol que en el sur, por lo que más bien debería ser lo contrario, es decir, que en esos países el uso de cortinas y visillos debería estar más generalizado aún si cabe. Que lo de la luz dista de ser una explicación convincente se comprueba cuando se cae en la cuenta de uno  de que en los dormitorios en esos países sí que hay cortinas. (aunque eso sí, a lo que parece la persiana, más eficiente en lo que respecta a interrumpir la irrupción de la luz solar o de las farolas, todavía les queda fuera de su comprensión -by the way, quizás sea éste un prometedor sector para nuestras exportaciones si los fabricantes de persianas hacen la adecuada y didáctica publicidad en esos países acerca de las ventajas del uso de tan compleja -para ellos- tecnología)

 

Pero, por otro, y de forma mucho más relevante, sucede que las persianas y demás "obstáculos" superpuestos a los cristales de ventanas y balcones son usados tanto o más para protegerse de la mirada de los demás que para protegerse de la luz solar, como lo atestigua el hecho de que aquí, en el sur, también echemos las cortinas o bajemos las persianas de nuestros salones de noche.

 

Y, ahora, mi explicación de tan singular costumbre. Es una hipótesis que se deriva en el plano de la estética de la maravillosa obra "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" del gran sociólogo Max Weber. Una obra que no ha perdido ni un ápice de su poder de convicción y seducción desde que se públicó en 1904-5. Nada sustituye el leerla, pero para seguir la argumentación se impone ofrecer una explicación, siquiera esquelética por no decir fantasmal, de la tesis de Weber.

 

Para Weber, la ética defendida por Lutero (y más que por él, por Calvino) en sus enfrentamientos con la Iglesia Católica se fundaba en una interpretación extrema de una idea que, desde los tiempos de (san) Agustín de Hipona, había malvivido en la doctrina cristiana: la idea de la predestinación. A fin de cuentas, si Dios es omnisapiente y para él no existe el tiempo, se sigue de ello lógicamente que Él sabe desde antes de la concepción de cada uno cuál va a ser su vida hasta el más mínimo, microscópico u oculto detalle. Dios sabe por consiguiente cuál es el destino de cada uno, o lo que es lo mismo, de la omnisapiencia de Dios se deriva la idea de que cada uno está predestinado a la salvación o a la condenación eternas desde antes de nacer.  

 

La asunción de esta forma de entender la religión cristiana suponía para quienes así lo hacían el vivir en una angustia cotidiana y permanente, pues ¿cómo saber que uno estaba entre los elegidos? Porque nada le garantizaba a nadie, nada, ni siquiera un comportamiento extremada o delirantemente virtuoso que obligase a uno a sacrificar su vida negándose cualquier tipo de satisfacciones o placeres, que al final no acabase encontrándose entre los "no-elegidos", entre los malditos y condenados ya desde su mismo nacimiento ya que  -por ejemplo- bastaba un sólo mal pensamiento en el momento de la muerte para dar al traste con el valor de cambio acumulado tras toda una vida de represión y autocontrol lejos del pecado con el objetivo de  "comprar" una plaza, siquiera modesta, en el show eterno de esa sala de fiestas de luxe: el Paraíso celestial. 

 

Para soportar esta angustia existencial, esta incertidumbre, los seguidores de Lutero, Calvino y demás sectas protestantes elaboraron una doctrina tranquilizadora según la cual existían signos o señales que de alguna manera mostraban quien era receptor de la gracia divina y podía por tanto contarse entre  los "elegidos". Una de esas señales, quizás la más importante, era el alcanzar el éxito económico. Con arreglo a esta idea, la consecución de riqueza se convirtió en la señal más clara y confiable de estar entre los elegidos por Dios para una vida en el paraíso del Más Allá; si bien, obviamente, esa riqueza no podía ser empleada para buscarse o construirse  una paraíso más pedrestre y terrenal, aquí en el Más Acá, pues tal cosa era pecaminosa.

 

Para la ética protestante, la riqueza era, por tanto, una señal de elección divina que, sin embargo, no podía ser empleada para sufragarse una vida placentera, como sí habían hecho los patricios de la antigüedad Clásica, los nobles medievales y los clérigos de la Iglesia Católica. La riqueza, para los protestantes, se convirtió así en un fin en sí mismo, en un objetivo del que -sin embargo- nunca debiera disfrutarse dándole "gusto al cuerpo o a la mente" , so pena de pecar....y acabar condenándose. Ni qué decir tiene que esa es la ideología moral o ética que requería el capitalismo para desarrollarse pues es la acumulación de riqueza en forma de capital, y no de bienes de consumo, el motor del desarrollo económico de tipo capitalista. 

 

La ética protestante del ahorro y la acumulación implicaba también una estética. Una estética en que pudiese conjugarse el ser un elegido de Dios, o sea, el ser rico, con un comportamiento sobrio y ahorrador.  La pintura holandesa del siglo XVII nos muestra a las claras ese ideal estético burgués: habitaciones, limpias, iluminadas, bien puestas pero sin ostentación; trajes y vestidos de buena calidad pero sin adornos y de colores oscuros o recatados; iglesias desprovistas de adornos y lujurias barrocas.

 

Y, claro está, para que uno pudiese mostrar ante los demás que se encontraba entre los elegidos, que era rico pero austero, los demás debían poder ver esa riqueza y lo que se hacía con ella con sus propios ojos. La vida de los elegidos por la Gracia divina debía ser, pues, transparente. Una "intimidad publica o exhibida voluntariamente" demostraba que nada se tenía que ocultar, que no había pecado sino todo lo contrario. Y para facilitar esa transparencia, esa visibilidad por parte de los demás, el no poner trabas como cortinas, visillos o persianas fue, sin duda, uno de lo mecanismos que se arbitraron y acabaron quedando como rasgo cultural de toda la Europa protestante.

 

Un rasgo, por cierto, que ha soportado sin problemas la secularización y pérdida de autoridad moral por parte de las confesiones religiosas. Y es que la ausencia de visillos y cortinas curiosamente facilita también el comportamiento antitético u opuesto al reclamado por la ética protestante del siglo XVI. Me refiero al comportamiento descrito por Thorstein Veblen en su también maravillosa "Teoría de la Clase Ociosa" escrita en 1899: el denominado por él como "consumo conspicuo", consumo que se hcve no tanto por el placer que se deriva de él sino para señalizar la propia riqueza, es decir, los bienes a los que otrops más pobre o menos adinerados pueden acceder.

 

Para los ricachones, ya descreídos de toda fe religiosa antigua, y que lo que ansían es mostrar a los demás su éxito en forma del lujo que su riqueza les permite, esa vieja costumbre de la transparencia en las ventanas les viene curiosamente que ni pintada: pueden mostrar lo ricos que son sin pecar de ostentación...al menos ante sus vecinos. No, ciertamente, para nosotros, los del sur de Europa, que desacostumbrados ante ese tipo concreto de exhibición  pública de la riqueza, como se puede ver en Amsterdam, en Amberes, en Gante, en Copenhague o en Berlin, lo vemos como lo que es: una ostentación absurda de la propia riqueza que se hace al precio de una clara pérdida de la intimidad.                 

1
¿Te ha gustado mi artículo?
Si quieres saber más y estar al día de mis reflexiones, suscríbete a mi blog y sé el primero en recibir las nuevas publicaciones en tu correo electrónico
  1. #1
    31/03/17 18:11

    Así es querido Fernando. Lo de la luz tiene su influencia en las ventanas de Flandes, pero no tiene que ver con los visillos.
    Aquí el sol asoma por entre el horizonte y la "boina" de nubes casi permanente sobre todo al amanecer y en el ocaso. Eso hace que la luz sea sobre todo horizontal. Para aprovecharla al máximo, las ventanas acostumbran a ser más altas. A menudo, sobre los paneles móviles hay otro panel fijo superior que permite que entre mejor esa luz horizontal. Esta característica de la luz también es fácil verla en las pinturas flamencas clásicas que al contrario de las italianas o españolas, la luz del sol suele aparecer y ser más intensa en esos momentos del día.
    El origen de los visillos está en la lógica calvinista como bien dices. Pero además de la identificación de los elegidos, los visillos a media ventana servían otra misión importante para esta cultura reformista: la transparencia. Nadie debe tener nada que ocultar y si hace algo, puede hacerlo siempre que se haga de forma transparente, sin ocultar nada a los demás. Por eso, "recortemos los visillos para que nos puedan ver bien las caras y lo que hacemos". Esta exaltación de la virtud de la transparencia ha dado lugar a fenómenos/instituciones económicas muy curiosas. Por ejemplo, en el año 1994, todavía subsistía en los Países Bajos –la cuna de del libre comercio- un registro de carteles donde las empresas podían registrar sus acuerdos.
    Europa es un mosaico de piezas más distintas de lo que a veces pensamos.
    Un abrazo
    paco