Escribo estas líneas para despedir a Ferrán, al amigo, al compañero de aventuras por las intrincadas selvas de los mercados, al incansable buscador de técnicas y estrategias. Nos ha dejado en la plenitud de su vida teniendo todo lo que cualquier persona podía desear: las necesidades cubiertas, amigos desinteresados, una familia que lo quería y un hijo que, si fuera creyente, pensaría que ha sido un regalo del cielo.
En lo que llevamos de siglo hemos compartido muchas cosas: ideas, estrategias, recetas de cocina, alegrías, ingratitudes, pero nuestra amistad siempre ha navegado con rumbo firme sin verse amenazada por ninguna tormenta. Ferrán era otro trabajador de media jornada (12 horas diarias), con un horario muy parecido al mío. Cuando nació su hijo le dije que desde ese momento las prioridades habían cambiado, y la media jornada se tenía que recolocar en las horas que el niño estaba atendido. Se desvivió por su hijo en todo lo que pudo hacer por él, por ello no dudo en calificarlo de un padre ejemplar.
Una persona íntegra en la que se podía confiar. En lo que hacía se entregaba sin reservas, y se notaba en los resultados. Esto lo pueden atestiguar los que estuvieron con él en directo enfrentándose a los mercados. Ni a él ni a mi nos gustan las frases trilladas, por eso, en vez de decir que descanse en paz, diré que lo que estoy seguro es que tiene la conciencia tranquila.
Hasta siempre amigo Ferrán.
Francisco Llinares Coloma
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