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Suspenso general en el curso político
Pablo Sebastián
El curso político que termina oficialmente en el fin de semana en España ofrece un panorama desolador, con un suspenso generalizado para el conjunto de los actores de la cosa pública, Gobierno, aliados y oposición, porque nuestro país ha vivido en el último año demasiadas y muchas veces gratuitas e incompresibles tensiones que han dañado los pilares de la convivencia nacional, además de devaluar los signos de identidad y la cohesión de la nación española, abriendo nuevas heridas y reabriendo otras que estaban en el pasado, todavía nadie sabe a cuento de qué.
El nuevo Estatuto de Cataluña, aún inconstitucional e insolidario, además de tener todos los malos ingredientes de un intervencionismo de los poderes autonómicos, nació con más pena que gloria y al margen no sólo del consenso nacional que había imperado en todos los acuerdos de Estado desde el inicio de la transición, sino también de espaldas a los ciudadanos, como se vio en el referéndum catalán, donde sólo el 35 por ciento de los habitantes de Cataluña aprobaron la nueva norma, aún sujeta al arbitraje del Tribunal Constitucional. El Gobierno de Zapatero lo hizo mal desde el principio, y prueba de ello está en la jubilación política anticipada del principal autor, Pasqual Maragall.
El segundo punto de desencuentro está en la anunciada negociación del Gobierno con ETA, también al margen del consenso nacional y de las víctimas del terrorismo, y en este caso con el agravante de que los interlocutores del Ejecutivo de Zapatero no son ya Carod, Maragall o Mas, con sus excentricidades y desafíos nacionalistas, sino los jefes de ETA, Ternera y Otegi, que andan envalentonados y convencidos de que su alto el fuego tiene un precio político que van a cobrar y porque el ya han recibido algún tipo de adelanto, como el encuentro entre Batasuna y el PSE. El presidente Zapatero piensa que conseguirá un paréntesis de secreto para que la opinión pública no le presione, pero da la impresión de que eso será imposible: si no lo logró en Cataluña, menos aún lo va a conseguir con ETA y el resto de los nacionalistas.
Las iniciativas y los debates sobre la memoria histórica tampoco interesan a los ciudadanos, pero sí han servido para aumentar las tensiones entre la izquierda y derecha, y sobre todo entre la clase política, del PSOE y del PP, que no estuvo a la altura de las circunstancias ni en esto ni en otras muchas cosas. El Gobierno y el PSOE siguiendo pasos extraños y a veces iluminados y ajenos a la racionalidad y al sentido común de Zapatero —quien a la vez ha liquidado a todos los barones del PSOE, para convertirse en autócrata y líder único de la situación—, que le ha tomado el gusto a su imagen actual de líder populista escorado a la izquierda, dentro y fuera de España. Y el PP, perdiendo los nervios y con un débil liderazgo de Rajoy, camino de una derecha muy conservadora y en casos muy próxima a la extrema derecha por causa de las presiones de su entorno mediático y por el regreso ruidoso y fantasmal de un Aznar que se resiste a permanecer en el ostracismo de la retirada que él mismo se buscó y había prometido.
Estatuto, negociación con ETA y memoria histórica son campos de batalla entre PSOE y PP, que se prolongan por otras latitudes económicas e internacionales, como son las OPAs sobre Endesa, la gran empresa energética española que los errores del Gobierno puede llevar al desguace, mitad para EON, mitad para Gas Natural, si al final de todo el enredo en el que ha participado, insaciable, el nacionalismo catalán y los pactos sobre el Estatuto con CiU, se confirma un reparto secreto de la compañía, un pacto colusorio en el que los catalanes querrían para sí los activos nucleares, de carbón, insulares y también ¡el marcado catalán!, la antigua Fecsa, lo que a fin de cuentas sería una catástrofe para el sector energético y